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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 4,24-30.

04/03/2018 21:14 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 4,24-30. Evangelio según San Lucas 4,24-30.

Cuando Jesús llegó a Nazaret,

dijo a la multitud en la

sinagoga: “Les aseguro que

ningún profeta es bien recibido

en su tierra.

Yo les aseguro que había

muchas viudas en Israel en el

tiempo de Elías, cuando durante

tres años y seis meses

no hubo lluvia del cielo y el

hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de

ellas fue enviado Elías, sino a

una viuda de Sarepta, en el

país de Sidón.

También había muchos leprosos

en Israel, en el tiempo

del profeta Eliseo, pero ninguno

de ellos fue curado, sino

Naamán, el sirio”.

Al oír estas palabras, todos

los que estaban en la sinagoga

se enfurecieron y, levantándose,

lo empujaron

fuera de la ciudad, hasta un

lugar escarpado de la colina

sobre la que se levantaba la

ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en

medio de ellos, continuó su

camino.

Comentario

Naamán era sirio, tenía lepra

y no podía ser purificado

por nadie.

Entonces una joven esclava

dijo que había un profeta

en Israel que podría purificarle

de la plaga de la lepra...

Aprende ahora quien es

esta joven de entre los cautivos:

la joven asamblea de entre

las naciones, es decir la

Iglesia del Señor, humillada

anteriormente por la cautividad

del pecado, mientras que

no poseía aún la libertad de la

gracia.

Por su consejo este vano

pueblo de las naciones escuchó

la palabra de los profetas

de la cual había dudado mucho

tiempo.

Después, desde que él

creyó que era necesario obedecer,

fue lavado de toda infección

de sus malas acciones.

Naamán había dudado

antes de ser curado, tú estás

ya curado, por lo que no debes

dudar.

Es por eso que se te dijo

ya que no creas solamente

lo que veías aproximándote al

baptisterio, por miedo que no

digas: “¿Está ahí el gran misterio

que el ojo no vio ni el oído

oyó y que no ascendió al

corazón del hombre? (1Co

2,9) Veo el agua, que veía todos

los días; ¿puede purificarme

estas aguas en las que

a menudo he bajado sin ser

nunca purificado?”.

Aprende por eso que el

agua no purifica sin el Espíritu.

Por eso leíste que “tres

testigos del bautismo no son

más que uno: el agua, la sangre

y el Espíritu” (1Jn 5,7-8).

Porque si retiras uno de

ellos ya no hay sacramento

del bautismo.

En efecto, ¿qué es el agua

sin la cruz de Cristo? Un elemento

ordinario sin ningún

efecto sacramental. Y de la

misma manera, sin el agua no

hay misterio de la regeneración.

“A menos de haber nacido

de nuevo del agua y del

Espíritu no se puede entrar

en el Reino de Dios” (Jn 3,5).

El catecúmeno cree en

la cruz del Señor Jesús de la

cual está marcado; pero si no

ha sido bautizado en el nombre

del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo, no puede recibir

la remisión de sus pecados

ni extraer el don de la

gracia espiritual.

Así pues este sirio se sumergió

siete veces en la Ley;

tú, has sido bautizado en el

nombre de la trinidad. Tú has

confesado el Padre..., tú has

confesado el Hijo, tú has confesado

el Espíritu Santo... Estás

muerto al mundo y resucitado

por Dios, y, en alguna

forma enterrado al mismo

tiempo en este elemento

del mundo; muerto al pecado,

has resucitado para la vida

eterna (Rm 6,4).

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