Jesús, rechazado por su pueblo - Lucas 4, 21-30 Jesús, rechazado por su pueblo - Lucas 4, 21-30
episodio en que Jesús
anuncia en la sinagoga
de Nazaret, a su pueblo
de origen, el cumplimiento
de la promesa de
salvación hecha por Dios
a Israel, Lucas describe
las reacciones de la gente
al anuncio.
Los oyentes comienzan
estimando y admirando
a Jesús: “estaban
admirados de las palabras
llenas de gracia
que salían de su boca”.
Sin embargo, inmediatamente
cuestionan su
procedencia: “¿no es éste
el hijo de José?” No
creen posible que el Mesías
provenga de una familia
humilde y que las
apariencias de Jesús que
no se reviste de poder sino
de un amor servicial
incondicional que sana y
perdona, puedan ser características
del Enviado.
El cuestionamiento
pone al descubierto el
conflicto entre el designio
de Dios y la voluntad
del pueblo.
Más aún, el conflicto
se amplía cuando compara
Nazaret y regiones
como Siria y Fenicia,
símbolos de un territorio
no israelita. Sin
dudas aquí ya se deja entrever
que el rechazo de
Israel no sólo a Jesús sino
a sus discípulos hará
que el mensaje de salvación
sea propuesto a los
gentiles.
El relato de Lucas
señala el paso de la admiración
a la indignación.
Los que se habían
admirado por la enseñanza
de Jesús, ahora,
indignados, quieren
matarlo: “lo echaron
fuera de la ciudad,
y lo llevaron a una altura
escarpada del monte
sobre el cual estaba
edificada su ciudad para
arrojarlo” ¿Cuál fue
el motivo por el que Israel
no aceptó la buena
noticia? Jesús y su propuesta
de Reino no se
adecuaban a las prerrogativas
de los grupos de
poder de entonces, más
aún, cuestionaba con
dureza la práctica cultual
que infantilizaba,
la normativa legal que
hacía esclavos y la utilización
del poder político
en función de unos
pocos y no del pueblo
postrado y excluido.
Conclusión
Ningún profeta es
bien recibido en su
pueblo. él pone al descubierto
el mundo de
mentiras e iniquidades
que somos capaces
de realizar los hombres.
El profeta nos
enfrenta con la voluntad
de Dios. Pero no
siempre estamos dispuestos
a aceptarla. Es
más fácil echarlo fuera,
marginarlo, silenciar
su voz.
También hoy en la
Iglesia y en los grupos
cristianos ha dejado de
resonar la voz del profeta.
Preferimos vivir una
religión edulcorante,
acomodada a los intereses
de la institución y de
la sociedad. ¿Se habrán
muerto para siempre los
profetas? ¿Acaso el Espíritu
que animó la vida y
el ministerio de Jesús ha
dejado de suscitar profetas?
Seguramente que
no. Andan por ahí, galileando
la vida, lejos del
poder político y eclesial,
pero seguros de su vocación
y del anuncio para
el cual Dios los ha enviado.
Sin profetas la Iglesia
estará más tranquila, pero
habrá perdido
su fuego
sagrado, su
razón de ser
y el espíritu
que la conduce.