Evangelio según san Juan 20, 19-31 Evangelio según san Juan 20, 19-31
La escena tiene lugar
en Jerusalén en dónde los
discípulos estaban reunidos,
esto nos muestra el
carácter eclesial de la aparición.
Las puertas estaban
cerradas “por miedo a
los judíos”, porque todavía
los discípulos no se animaban
a pronunciarse a favor
de Jesús.
“Jesús vino y se puso
en pie en medio de ellos y
les dijo: “paz a ustedes”. El
resucitado viene a los suyos
y se reúne con ellos,
puede hacerlo siempre y
nada lo impide. Viene para
comunicarles su paz, es
decir, su presencia en medio
de la comunidad. Luego
les muestra sus manos
y su costado, Es el mismo
que han crucificado, del
que brotó sangre y agua,
signos de la salvación
obrada en la cruz.
Esta presencia llena de
gozo a los discípulos porque
saben que será para
siempre, Jesús vive y ellos
viven con él.
Nuevamente les comunica
su paz y los envía
como el Padre lo envía
a él. Se trata de la misma
misión: glorificar al Padre
dando a conocer su
nombre y manifestando
su amor. Luego sopla sobre
ellos y les dice “reciban
el Espíritu Santo…”
Este hará posible el ejercicio
de la misión que les
confía y producirá el nuevo
nacimiento que da acceso
al Reino, la verdadera
adoración al Padre, el
poder de vivificar y el don
de la vida.
El Espíritu Santo derrama
la vida de Cristo
glorificado sobre los discípulos,
el mismo Jesús esta
presente y actuante en
su comunidad, por eso la
comunidad tiene la capacidad
de perdonar, porque
en definitiva es Dios el que
perdona a través de ella.
Conclusión
El Espíritu de Jesús
es la fuente de donde nace
la vida en la Iglesia. Sin
ese Espíritu la Iglesia se
transforma en una comunidad
sin sueños, sin utopías,
cargada de leyes rígidas
que no consuelan ni
salvan, de ritos vacíos que
ya no trasmiten la vida de
Dios, pregonera de una
moral de esclavos que no
suscita la verdad que nos
hace libres, y cerrada a los
cambios del mundo y a las
necesidades de las personas,
que necesitan aliento
para vivir, esperanzas para
apuntalar sus vidas.
Este tiempo de Pascua
puede ser propicio para
dejar que el Señor nos
vuelva a comunicar su paz
y sople sobre nosotros su
“aliento de vida”, el Espíritu
que todo lo transforma,
para ser instrumentos de
reconciliación en nuestra
sociedad, tendiendo puentes
de fraternidad, animando
espacios de solidaridad,
anunciando buenas
noticias de salvación para
todos.
De nada sirve escondernos
temerosos frente
al peligro que supone
ser testigos de lo que creemos,
porque en ello se juega
nuestra fe, nuestra vida
de discípulos. Dejarnos
animar por su Espíritu,
sorprendernos por sus impulsos
que siempre renuevan,
escuchar su voz que
nos habla desde
la vida misma,
allí donde el
amor se vuelve
presencia
y sacramento
del mismo
Dios.