Los golpes de estado: 53 años de inestabilidad (3ª parte) Los golpes de estado: 53 años de inestabilidad (3ª parte)
El tiempo de la inestabilidad institucional
inaugurado por el golpe de estado
de 1930 marcó la vida argentina de una
manera tal que los historiadores ya comienzan
a hablar de los 53 años que llegan
hasta 1983 como un período con características
que permiten estudiarlo como un
conjunto.
Siempre es deseable la prudencia
de quienes se dedican a la historiografía
porque, así como la distancia física permite
ver aspectos que en el fragor de la circunstancia
se ocultan, la distancia en el tiempo
abre perspectivas que no se contemplan en
la inmediatez.
Juan Bautista Alberdi y Domingo
Faustino Sarmiento nos demuestran la
certeza de lo dicho.
Los dos gigantes del
pensamiento político del siglo XIX escribieron
sus obras más relevantes: “Bases
y Puntos de Partida para la Organización
Política de la República Argentina” y “Facundo:
Civilización y Barbarie” en el exilio
y lograron desentrañar el ser nacional
más profundamente que ningunos otros.
Con esta serie de artículos sobre los golpes
de estado en la Argentina intentamos acercarnos
a las vísceras de esos tumultuosos
tiempos que, por ventura, nuestro país ha
dejado atrás.
Hoy, los hechos de la primera etapa
del más extenso, más orgánico y más violento
golpe de estado de la historia: el “Proceso
de Reorganización Nacional”.
La decisión del golpe de estado
El caótico gobierno de María Estela
Martínez de Perón fue producto de las divergencias
internas en el partido gobernante,
que llevaron a una salida traumática
del hombre fuerte de ese gobierno, José
López Rega, en medio de un colapso económico,
el “Rodrigazo” en el que el ajuste
de las variables económicas terminó en
una hiperinflación; pero sobre todo por el
violento ataque de las organizaciones terroristas
de izquierda a las instituciones.
Las recurrentes crisis
en la cúpula del Ejército,
que tuvo tres comandantes
en sólo cuatro
meses: los generales
Leandro Anaya, Alberto
Numa Laplane
y Jorge Rafael
Videla, marcan las
dificultades del gobierno
para enfrentar
el desafío militar
del Ejército Revolucionario
del Pueblo y de
Montoneros.
El 5 de octubre de 1975 el
Ejército Montonero, que por primera
vez se llamó así y usó uniforme, atacó el
Regimiento de Infantería de Monte 29 en
Formosa y puso en evidencia la capacidad
operativa de Montoneros, que incluso secuestró
dos aviones de Aerolíneas Argentinas.
Hubo 28 muertos entre los defensores
del cuartel y los atacantes. Este episodio
fue determinante para la concreción
de un golpe militar.
Sin que haya pruebas
documentales, pero sí testimonios, el
8 de octubre se reunieron los tres comandantes:
Videla, el almirante Emilio Eduardo
Massera y el brigadier Héctor Fautario.
En ese encuentro se decidió la fecha del derrocamiento.
Fautario no estuvo de acuerdo
con interrumpir el período constitucional,
y esa fue la razón por la que un sector
de su fuerza encabezó un motín que ubicó
en su reemplazo a Orlando Agosti a fines
de 1976.
El 24 de marzo de 1976
Pocas veces en la historia, un golpe
de estado estuvo tan anunciado como este
que fue el último. Los diarios porteños
anunciaban: “Todo está dicho”.
Los dirigentes
opositores voceaban que no había
soluciones que ofrecer. Y muchos diputados
y senadores habían vaciado sus despachos
en el Congreso Nacional para la noche
del 23 de marzo, cuando sólo unas pocas
mujeres vociferaban su apoyo a la presidenta
Martínez de Perón en la plaza de
Mayo. Pasadas las dos de la mañana del 24
de marzo, el helicóptero presidencial fue
desviado desde la Casa Rosada hacia Aeroparque,
donde le fue impuesto a la derrocada:
“Señora, las Fuerzas Armadas han
decidido tomar el control político del país
y usted queda arrestada”. Inmediatamente
las radios transmitieron la proclama revolucionaria
que anunciaba que
“Las Fuerzas Armadas tienen
el control operacional del
país”.
Vale recordar
que la primera mujer
que ocupó la primera
magistratura
del país y la primera
mujer en el mundo
que fue jefa de un
estado elegida democráticamente
permaneció
más de cinco
años presa, más que ningún
otro presidente argentino,
y que posteriormente a su
libertad en 1981 ha mantenido una
actitud de silencio que por un lado muestra
dignidad y por el otro impide aclarar algunos
episodios que su testimonio aclararía.
Hoy María Estela Martínez de Perón vive
en Madrid a sus 91 años y ocasionalmente
almuerza con el embajador argentino de
turno en España.
Es importante detenerse en el primer
documento emitido por la Junta Militar,
formada como organismo supremo del Estado
por Videla, Massera y Agosti: “Agotadas
todas las instancias de mecanismo
constitucionales, superada la posibilidad
de rectificaciones dentro del marco de las
instituciones y demostrada en forma irrefutable
la imposibilidad de la recuperación
del proceso por las vías naturales, llega a su
término una situación que agravia a la Nación
y compromete su futuro. Nuestro pueblo
ha sufrido una nueva frustración… Esta
decisión persigue el propósito de terminar
con el desgobierno, la corrupción y el flagelo
subversivo, y sólo está dirigida contra
quienes han delinquido y cometido abusos
del poder”.
Resulta antipático recordar, pero lo
impone el oficio del historiador, que vastos
sectores de la sociedad recibieron con
alivio el golpe de estado y sobre todo creyeron
en sus propósitos, que la historia demostraría
su desviación hacia tragedias inconmensurables.
En el aprovechamiento
de ese inicial contexto social, la Junta Militar
dio a conocer el “Estatuto para el Proceso
de Reorganización Nacional”, documento
que muestra la afiatada y larga preparación
que tuvo el golpe de estado, junto
a varias actas que establecían las formas de
actuación en los diversos ámbitos de la vida
nacional.
El estatuto constaba de 15 artículos,
que en sus considerandos decía que era establecido
por “la Junta Militar en ejercicio
del poder constituyente”, es decir que los
tres comandantes se atribuían estar por
encima de la Constitución de 1853. Se creó
una Comisión de Asesoramiento Legislativo
que reemplazó al Congreso bicameral,
y se destituyó a la Corte Suprema de Justicia,
lo mismo que a los gobernadores, los
intendentes y a todos los funcionarios políticos
del Estado.
Finalmente, se designó
a Jorge Rafael Videla como presidente y
se estableció que la asunción se realizaría,
junto a la de los ministros, el 29 de marzo
siguiente. Como detalle quedó en claro que
posteriormente el presidente sería alguien
que no fuera parte de la Junta Militar y duraría
en el cargo 5 años.
Videla, el halcón que no sabía
mandar
En una ceremonia marcial, Videla asumió
la presidencia el 29 de marzo de 1976 y
puso en funciones a sus ministros, entre los
cuales sin duda se destacó el de Economía
José Alfredo Martínez de Hoz. El candidato
preferido de Videla había sido Cayetano
Licciardo, pero no aceptó el cargo. Formaban
el gabinete Albano Harguindeguy,
César Guzzetti, Julio Gómez, José Klix, Ricardo
Bruera, Tomás Liendo y Julio Juan
Bardi. Al poco tiempo se creó el ministerio
de Planeamiento que quedó a cargo de Ramón
Díaz Bessone.
En Santiago del Estero,
luego de un gobierno provisional de dos
semanas a cargo de Daniel Correa Aldana
se nombró al general César Fermín Ochoa
que gobernó hasta 1982
El más grave problema que enfrentaba
el gobierno era la acción de las organizaciones
insurreccionales, que habían intentado
declarar como liberado un gran territorio
en el norte argentino. Las acciones llevadas
a cabo para acabar con “el accionar de la
subversión”, tal cual rezaba el decreto que
había puesto en marcha el “Operativo Independencia”
en Tucumán, iban a originar
la tragedia civil más grave de la historia: las
violaciones a los derechos humanos.
El gran trabajo del periodista y escritor
Ceferino Reato, que fue el único investigador
que logró reportear a Videla cuando
cumplía sus condenas judiciales, permite
entender las causas orgánicas del desastre.
Videla fue lo que en la jerga militar se conoce
como un “oficial de institutos”, es decir
alguien que no estuvo a cargo de tropas y
desarrolló su carrera en la Escuela de Guerra,
en el Colegio Militar, en el Comando de
Institutos, y que por los episodios políticos
que barrieron a varias promociones de generales,
terminó en la cabeza del Ejército.
Quien esto escribe ha tenido entrevistas
con oficiales superiores de las Fuerzas
Armadas que fueron protagonistas y testigos
de esos años y todos coinciden en decir
que Videla no era el hombre para comandar
en el marco de una guerra insurreccional
como la que vivía la Argentina en los
años ‘70.
Afirmamos que nada justifica lo
perpetrado contra los derechos humanos,
sino que se debe tratar de entender racionalmente
lo que ocurrió para evitar que se
repita. Me permito reproducir el testimonio
del teniente general Julio Fernández
Torres, un demócrata que llegó a ser jefe
del Estado Mayor Conjunto en la presidencia
de Raúl Alfonsín: “Si las acciones contra
la subversión las hubiera comandado
alguien con verdadera capacidad de mando,
no se hubiera desatado la tragedia”. El
hecho de que Videla no fuera el adecuado
no exime de ninguna manera su responsabilidad
y sólo permite sostener que su drama
personal se convirtió en una tragedia
nacional.
El próximo domingo, si Dios quiere,
en estas páginas de El Liberal abordaremos
la política económica del “Proceso”,
el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978,
la visita de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos y la sucesión de Viola.
No quiero despedirme hoy sin compartir
la pena por la partida del santiagueño
que me dio, como a millones, una de las
más grandes alegrías de mi vida: Juan Carlos
“El Chango” Cárdenas, un santiagueño
de alma y un racinguista de alma. Un caballero
con el que compartimos hermosos
momentos, además de aquel mítico gol de
4 de noviembre de 1967 en el Estadio Centenario
de Montevideo que consagró al Racing
Club primer campeón del mundo del
fútbol argentino.