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EL LIBERAL . Santiago

Guerra de Malvinas: anécdotas que merecen ser recordadas (2ª parte)

14/05/2022 23:56 Santiago
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Guerra de Malvinas: anécdotas que merecen ser recordadas (2ª parte) Guerra de Malvinas: anécdotas que merecen ser recordadas (2ª parte)

Alguna vez se escribió que cuando uno

logra casarse con la chica más linda del barrio,

ese es el momento en que comienza a

desconfiar de su belleza, ya que se casó con

uno, que en principio no la merece.

Muchas

veces nos pasa lo mismo con los veteranos

de la guerra de Malvinas. Nos cuesta entender,

nos toca compartir este tiempo de la

historia con los únicos héroes de guerra que

la Argentina ha tenido en los últimos 150, y

que son gigantes con los que nos cruzamos

cotidianamente en nuestras calles, nuestro

trabajo, en definitiva en nuestra vida.

Los avatares políticos que llevaron a la

guerra de 1982 no son óbice para reconocer

el patriotismo de quienes dieron la vida heroicamente

y de quienes hicieron todo lo posible

para defender nuestro suelo de la mejor

maneray con una valentía que reconocieron

sobre todos los soldados enemigos.

Vale leer, investigar y descubrir el extraordinario

concepto que los británicos expresaron

en los tiempos posteriores a la guerra

sobre el desempeño de los hombres de tierra,

mar y aire que pelearon por la Argentina.

El título del libro que escribió el general

Julian Thompson, comandante del ejército

británico es timbre de honor para nuestros

soldados: “No picnic”, es decir la guerra no

fue un paseo para ellos.

Seguiremos hoy recorriendo anécdotas

vinculadas con la gesta de Malvinas

que pueden servirnos para poner en su lugar

nuestros sentimientos y nuestros pensamientos

en homenaje a los héroes.

Un veterano que no perdió

el humor

Cuando en el mes de diciembre de

2008 viajé a las islas Malvinas, salimos unos

días antes desde Buenos Aires hacia Río

Gallegos, la capital de la provincia de Santa

Cruz, donde abordaríamos con mi amigo

Jonathan, el avión de Lan Chile rumbo al archipiélago.

Vale recordar que por entonces

el habitual vuelo comercial de cada semana

comenzaba en Santiago de Chile, con escalas

en Puerto Montt, Punta Arenas y una

“parada técnica” que justificaba el aterrizaje

en Río Gallegos el primer sábado de cada

mes para continuar viaje hacia la base naval

de Mount Pleasant, que oficia como aeropuerto

internacional de las islas.

En el aeropuerto de Río Gallegos, cuya

pista es compartida con la brigada aérea

que participó como actor principal durante

la guerra de 1982, mientras tomábamos un

café, conocimos a cinco veteranos de guerra

que habían decidido regresar a Malvinas

luego de más de un cuarto de siglo. Entre

ellos se encontraba Claudio Guida, con

quien simpatizamos rápidamente. Guida

había sido convocado como conscripto el 2

de abril de 1981 para servir en la Armada, y

el conflicto de 1982 lo encontró en la Escuela

Naval de Río Santiago, desde donde fue

enviado a Malvinas a los pocos días del desembarco

argentino.

En el vuelo me di cuenta que Guida se

iba a convertir en un gran amigo y hasta hoy

no me equivoqué: ese día encontré a un hermano.

Entre los requisitos para desembarcar

en las islas, además de presentar el pasaporte

argentino, había que llenar un formulario

que tenía varias preguntas, una de las

cuales era: “Visitó alguna vez las Falklands?

Guida era mi compañero de asiento y con

gran humor me preguntó: “¿Que contesto?

Yo visité las Malvinas, no las Falklands…”.

Cuando un protagonista de la historia, con

todo el dolor de los recuerdos de la guerra,

era capaz de enfrentar una circunstancia

como esa con humor, estaba mostrando su

cualidad humana y su resiliencia frente a su

propio pasado.

Nadie está preparado para la

derrota

Llegados a las islas, dedicamos mucho

tiempo, generalmente juntos, a visitar los

campos de batalla, las calles de la capital, sus

tabernas que eran los únicos espacios abiertos

para reunirse, y sobre todo los edificios

que reconocíamos tales como la antigua sede

de Lade, convertida en museo histórico,

donde se encontraba la bandera argentina

rendida en la gobernación el 14 de junio de

1982. Allí experimenté por única vez en toda

mi vida una sensación de ahogo en la pequeña

sala dedicada a la guerra, donde compulsivamente

me dediqué a cotejar que los datos

que se expresaban en los pequeños letreros

indicativos fueran ciertos. Encontré dos

errores materiales: la cantidad exagerada de

muertos argentinos (decía que fueron 1.000

y el dato real fue 649) y la omisión del nombramiento

de Luis Vernet como gobernador

civil de las islas en 1829.

En el intento de corregir

esos errores, una vez regresado a Buenos

Aires envié la documentación sobre el

tema. Y para superar el ahogo físico que sentí

en aquel momento, tuve que salir durante

un cuarto de hora para luego terminar la recorrida

de un museo típico como cualquiera

de un pueblo argentino, pero con una historia

que dolía mucho y profundamente.

Otro día, recorriendo la zona del puerto,

llegamos a los viejos galpones de chapa

acanalada que habían sido las instalaciones

de la única unidad militar creada durante

1982 en las islas: el Apostadero Naval Malvinas,

donde quedaban rastros de aquellos

días.

En una pared de chapa, se observaba

la reparación que tapó el hueco de una ametralladora

usada para defender la posición.

Y en medio de la explanada, aún se podía

observar la base del mástil en el cual flameó

durante 74 días la bandera argentina. Ver

esos rastros de 1982 no es fácil y nos hace

tomar conciencia de aquella batalla perdida.

El borceguí que esperó 26 años a

su dueño

En una de las recorridas por los campos

de batalla, nos dirigimos a la península Camber,

que es la lengua de tierra que se contempla

desde la costanera de la capital isleña, y

donde se levantan aún los viejos tanques de

combustible de YPF abandonados. Allí Guida

había combatido en los últimos días de la

guerra y fue el lugar donde lo sorprendió la

rendición.

Es impresionante ver cómo cada

uno de los veteranos vivió su regreso a Malvinas

de forma diferente. Una frase de Guida

me hizo entender: “No hubo una guerra, hubo

tantas guerras como hombres que pelearon.

Cada uno vivió su propia guerra”.

Mientras caminábamos por las trincheras

que quedaron, donde se verificaba que

los malvinenses no habían hecho nada por

limpiar los campos de batalla, ibamos encontrando

restos de la guerra: petacas, dentífricos,

alguna manta desgajada y muchas

vainas de proyectiles disparados.

En un momento

dado llegamos a la trinchera en la

que Guida pasó varios días y sus noches en

medio de los bombardeos y los desembarcos

británicos repelidos varias veces.

De pronto Guida baja a la trinchera y

comienza a mover las piedras que oficiaban

de piso. Había algunos cables de telégrafo,

muchas vainas servidas y de pronto

apareció un borceguí derecho, que tenía

dentro una media anudada con el ancla

símbolo de la Armada. Guida, con circunspección

poco común en él, nos contó

que luego de la rendición había dejado

allí, en su trinchera irredenta ese calzado

para volver a recuperarlo. La emoción de

haber sido testigo de ese momento y de

ese relato me dura hasta el presente. Los

dos borceguíes de Guida están hoy en su

casa del gran Buenos Aires.

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