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EL LIBERAL . Santiago

Nació con la Patria: Historia del Ejército Argentino (4ª y última parte)

18/06/2022 20:25 Santiago
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Nació con la Patria: Historia del Ejército Argentino (4ª y última parte) Nació con la Patria: Historia del Ejército Argentino (4ª y última parte)

La guerra de la Independencia

fue para la Argentina un

conflicto militar de más de

catorce años, que finalizó

con la batalla de Ayacucho

librada en el Perú el 20 de diciembre de

1824 con soldados de todos los rincones

de la antigua Sudamérica española.

Muchos

de los hombres que lucharon por la

libertad de las Provincias Unidas del Río

de la Plata dieron sus vidas en centenares

de combates y fueron los menos los que

pudieron regresar al país para continuar

la vida, que no pacífica ya que comenzó la

guerra civil que duró hasta 1861.

Esos veteranos de mil batallas fueron

llamados nuevamente a las armas debido

al ataque que el Imperio del Brasil desató

contra el Plata.

Esa campaña militar

se constituye en la primera guerra que la

Argentina libra como país independiente,

a la que en la historia se sumarían pocos

conflictos: contra Bolivia en 1838,

contra el Paraguay entre 1865 y 1870 y

contra Gran Bretaña en 1982. Recordaremos

hoy la gloriosa campaña de 1826/27,

gesta en la que la Nación llamó a las fuerzas

terrestres como Ejército Argentino.

Dejamos para otro tiempo las campañas

navales en esa guerra contra el Brasil.

Las causas de la guerra

contra el Brasil

La posesión por la fuerza de la Banda Oriental

por parte de los brasileños, quienes el 7 de

septiembre de 1822 se habían independizado incruentamente

del Portugal debido a la fractura de

la casa reinante, los Braganza, fue la causa directa

del pronunciamiento de los 33 orientales, que

encabezados por Juan de Lavalleja partieron desde

San Isidro, al norte de Buenos Aires, para desembarcar

en la playa Agraciada el 19 de abril de

1825, al norte de Carmelo, a orillas del río Uruguay.

Allí comenzó la gesta libertadora contra el

invasor que fue entusiastamente apoyada por el

Congreso General reunido en la capital de las Provincias

Unidas para dar una constitución a la nueva

nación.

El apoyo a los orientales, considerados por

entonces como argentinos, permitió declarar la

independencia de la Banda Oriental respecto al

Brasil y su reincorporación a las Provincias Unidas

el 25 de agosto. Esto fue rechazado violentamente

por los brasileños, que el 10 de diciembre

de 1825 declararon la guerra, ordenando el bloqueo

de los puertos de Montevideo y Buenos Aires,

junto a una movilización que le permitió al imperio

organizar un ejército de 12.500 hombres al

mando directo de Pedro I y secundado por Felisberto

Caldeira, marqués de Barbacena y el general

Carlos Federico Lecor.

La primera campaña del

Ejército Argentino

El 1 de enero de 1826 el Congreso Nacional Argentino,

que por primera vez se llamó así, declaró

la guerra al imperio y pocos días después, el 8 de

febrero creó la presidencia nombrando a Bernardino

Rivadavia en ese cargo. El 31 de mayo se dictó

una ley creando el Ejército Argentino a instancias

del ministro de guerra Carlos Antonio de Alvear.

Se le ofreció el comando del nuevo Ejército

al cordobés Juan Bautista Bustos, quien declinó

la oferta. Vale recordar que desde 1825 el general

Martín Rodríguez estaba al mando de un ejército

de observación sobre el río Uruguay en Entre

Ríos, con el objeto de impedir un golpe de mano

brasileño, tropas que pasaron a la ofensiva cruzando

a la Banda Oriental desde principios de febrero

de 1826, acampando en Salto.

Las fuerzas republicanas, como se las empezó

a llamar para distinguirlas de las imperiales,

avanzaron hasta Durazno, donde el general Alvear

se hizo cargo de la jefatura y fue llamado comandante

del Ejército Argentino desde el 1° de septiembre

de 1826. Si bien las polémicas sobre las

decisiones de Alvear son eternas, y más bien están

sustentadas en la antipatía política que despierta

el personaje, ocultando sus méritos militares,

hay que decir que la decisión de dirigirse hacia

el norte rumbo a Río Grande do Sul fue brillante

ya que sorprendió a los brasileños, provocando

que aflojara la presión sobre Montevideo y que

el escenario de la guerra se desplazara al territorio

del Brasil. Incluso se sabe que Alvear, hombre

de apetencias políticas, intentó lograr el levantamiento

de los “gaúchos”, los naturales de Río

Grande do Sul, para su incorporación a las Provincias

Unidas, por medio también de la liberación

de los esclavos negros.

La campaña de los grandes

coroneles

Si hay un aspecto que caracterizó esta guerra

es el destacado rol cumplido por los coroneles,

responsables de las tácticas que logran los objetivos

estratégicos de los generales. Esta pléyade

de militares estuvo formada por Federico Brandsen,

el cordobés José María Paz, el puntano Juan

Pascual Pringles, los porteños Juan Lavalle, Tomás

de Iriarte e Isidoro Suárez, el bonaerense José

de Olavarría y muchos otros que fueron definitorios

de las grandes victorias argentinas en esa

campaña. Algunas anécdotas de estos hombres

merecen ser destacadas.

El francés Brandsen fue oficial de la “Grand

Armeé”, el ejército francés que invadió Rusia bajo

el mando de Napoléon Bonaparte. Herido en decenas

de ocasiones, también peleó en Waterloo.

En París conoció a Rivadavia, quien lo convenció

de unirse a la guerra de la Independencia americana.

Llegado al país, fue destinado al Ejército de

los Andes y se destacó bajo las órdenes de San

Martín. Al iniciarse la guerra contra el Brasil fue

designado comandante del Regimiento 1 de Caballería.

En Ituzaingó, su jefe Alvear le impuso atacar

frontalmente al enemigo, orden que Brandsen

cuestionó. El comandante le reprochó con palabras

que hirieron su amor propio al decirle: “No

me lo imagino a Ud. cuestionando una orden de

Napoleón”. Brandsen bajó la cabeza, cumplió la

orden y murió en esa batalla.

Las batallas y los combates

El avance republicano hacia Porto Alegre obligó

a los imperiales a forzar la marcha para evitar

la caída de esa capital, lo que permitió a Alvear

mejorar la situación general. Llegado a Bagé

a principios de 1827, en el centro de Río Grande,

el ejército se detuvo por intensas lluvias, y Alvear

ordenó ataques de vanguardias que mostraron

el grado de preparación de las tropas. El 13 de

febrero se produce la batalla de Bacacay, donde

los hombres de Lavalle logran dispersar a la vanguardia

imperial al mando de Benito Ribeiro. El 15

vuelven a enfrentarse en Ombú, una nueva victoria

republicana.

La marcha aparecía como una persecución de

los imperiales sobre los argentinos, que llegaron

a las orillas del río Santa María y les fue imposible

vadearlo. Allí Alvear decidió volver sobre sus

pasos y ubicó al ejército en la llanura, escenario

favorable a la caballería nacional. Los brasileños

dieron por cierto el cruce del río y se encontraron

con el enemigo en perfecta formación frente a

ellos en inmejorable situación.

El regreso de los soldados y

las guerras civiles

Luego de Ituzaingó se produjeron las batallas

de Camacuá el 23 de abril y de Yerbal el 25 de mayo,

victorias argentinas. Establecido un armisticio,

el comandante Alvear se dirigió hacia Río de

Janeiro, donde el enviado argentino Manuel José

García firmó una pésima convención de paz que

significó la independencia del Uruguay y provocó

la caída del presidente Rivadavia.

El Ejército regresó

a la Argentina ordenado en dos divisiones,

una al mando del general Juan Lavalle, quien se dirigió

a Buenos Aires y fue protagonista del levantamiento

contra el gobernador Manuel Dorrego; y

la otra al mando del general José María Paz que

tuvo por objetivo Córdoba, donde actuó contra el

gobernador Juan Bautista Bustos.

Estos legendarios

soldados se sumergieron en las guerras civiles

argentinas que asolaron al país durante décadas.

Nada empañó la gloria de las tropas argentinas

en la guerra de la Independencia y en la guerra

contra el Brasil. Dar la vida por la Patria fue el

grito entre 1810 y 1828. La historia posterior en la

disputa por la forma de organización del país es

otra cosa. Muchas veces el relato histórico deja

de lado todas las consecuencias de vivir en un

país en armas y en guerra permanente. Pero queda

el legado del Ejército Argentino, que supo cimentar

un espíritu, que se bautizó sanmartiniano

y que regó con su sangre valiente los escenarios

de la libertad en toda la América del Sur.

Ituzaingó

El 20 de febrero de 1827 se produjo la batalla de Ituzaingó, que tuvo tal impacto en el Brasil

por ser la peor derrota de su ejército en la historia, que se la ignoró hasta en el Museo Histórico

Nacional de Río de Janeiro durante 180 años.

La batalla fue un triunfo argentino tal que al atardecer

los brasileños abandonaron el campo del combate y allí Alvear tomó la decisión más polémica:

no perseguir al ejército derrotado, lo que fue criticado fuertemente por su estado mayor.

Muchos oficiales dejaron escritas sus impresiones y en ellas se cuestiona el desempeño de su

jefe.

El artillero Iriarte, que escribió las memorias personales más extensas de la historia en todo

el mundo, dijo que “…el general Alvear no quiso (perseguir al enemigo): se contentó con quedar

dueño del campo de batalla; es decir, de la gloria sin consecuencia, porque todo el resultado

quedaba reducido a las balas cambiadas de

parte a parte, y al efecto que ellas produjeron

en muertos y heridos”.

Una anécdota muy simpática es que el

ejército imperial abandonó gran parte del

parque logístico en el campo de batalla, encontrándose

en un cofre la partitura compuesta

por el emperador y entregada a Barbacena

para ser interpretada por los brasileños

en el caso de un gran triunfo. Esa pieza

musical fue entregada por quienes la descubrieron

al general Alvear, quien la remitió a

Buenos Aires dedicada al presidente Rivadavia,

quien la estrenó el 25 de mayo siguiente.

Se la bautizó “Marcha Ituzaingó” y hasta hoy es la música protocolar de los presidentes argentinos,

siendo atributo junto al bastón y la banda. Vale también destacar que Alvear ascendió a Lavalle

al grado de general, hasta hoy el más joven de la historia: tenía sólo 29 años.

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