“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?” “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?”
En aquel tiempo, subió
Jesús a la barca, y
sus discípulos lo siguieron.
En esto se produjo
una tempestad tan fuerte,
que la barca desaparecía
entre las olas; él
dormía.
Se acercaron y
lo despertaron gritándole:
«¡Señor, sálvanos,
que perecemos!”.
él les dice:
«¿Por qué tenéi s
miedo, hombres de poca
fe?”.
Se puso en pie, increpó
a los vientos y al mar
y vino una gran calma.
Los hombres se decían
asombrados:
«¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar
lo obedecen?”.
En medio de esa tempestad tremenda,
los discípulos despiertan a Jesús
Así como vimos en el
texto de Amós, la misión
del profeta viene dada
por el Señor, y habla en
su nombre porque él lo
ordena, Mateo hace hincapié
en la autoridad de
Jesús. Jesús es la Palabra
de Dios encarnada.
“La gente estaba admirada
de cómo les enseñaba,
porque lo hacía
con plena autoridad
y no como sus maestros
de la ley” Mt 7, 28.
A lo largo del capítulo
8, el evangelista narra
varios milagros de
Jesús y, en medio de estos
relatos, habla sobre
las condiciones para los
que quieran seguirle.
El texto de hoy, describe
un momento de especial
peligro que viven
los discípulos, a la intemperie,
en medio de
una tempestad. Seguir a
Jesús supone riesgo, incluso
de la propia vida,
supone inseguridad y se
despiertan los miedos
más profundos y los
más naturales, la fe se
tambalea y se descubre
muy frágil.
Lo más duro, quizás,
es esa sensación
de estar abandonados
a nuestra suerte, hasta
el mismo Maestro está
dormido e indiferente a
la situación tan temible.
Es muy fácil también
caer en la trampa de
creer que seguimos a Jesús
cuando tenemos éxito,
nos sentimos satisfechos
y seguros por lo
logrado, el buen nombre,
nos respetan e incluso
admiran. Nos acomodamos
muy fácilmente.
Pero las inclemencias
y nuestros límites
están ahí, e irrumpen.
Y descubrimos que
Jesús se nos ha dormido
en el alma íquizás hace
tanto tiempo ya, que
no contábamos verdaderamente
con él! Hay
un antes y un después
en este relato. En medio
de esa tempestad
tan tremenda, los discípulos
despiertan a Jesús,
él les cuestiona su
miedo y poca fe, y restablece
la calma en el
mar. Despertar a Jesús
es clave, es esencial
para seguirle verdaderamente,
y continuar,
que vuelva a ocupar
el centro de nuestro
ser, de nuestra vida, de
nuestras comunidades
de fe, de nuestras instituciones
y nuestra Iglesia.
Sabemos que supone
un proceso de humildad
y sinceridad, que
nos va a cuestionar y
contrastar, que nos purificará.
Pero nos abrirá
a su vez a la admiración
y al asombro, a redescubrirle,
a ser testigos de
quién es y de qué es capaz
“¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar
le obedecen?”.