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EL LIBERAL . Santiago

La identidad nacional comienza a tejerse en Santiago del Estero

26/07/2016 11:36 Santiago
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La identidad nacional comienza a tejerse en Santiago del Estero La identidad nacional comienza a tejerse en Santiago del Estero

Como todo ser que se origina, nuestro país “viene siendo” desde antes y ha ido configurándose en innumerables antecedentes. En efecto, su territorio ya existía desde tiempo inmemorial, lo mismo que su población aborigen. Pero así como es necesaria la unión de los padres para que se geste el nuevo ser, el encuentro de dos mundos fue punto de partida definitorio de lo que hoy es nuestra nación, por lo que a partir del 1492 se precipitan los acontecimientos que lo irán consolidando.

Las primeras entradas de los conquistadores espaÑoles – como la de Diego de Rojas en 1543- van prefigurando el inminente nacimiento, hasta la creación de la primera ciudad que perdure. De allí saldrán luego los fundadores y los recursos para la formación de otros pueblos y se establecerán las instituciones fundamentales para constituir lo que luego devendrá en una nueva nación. Y será la Ciudad de Barco la primera de lo que es hoy la República Argentina, fundada el 29 de junio de 1550 por el Capitán Juan NúÑez de Prado y asentada definitivamente el 25 de julio de 1553, cuando Francisco de Aguirre la traslade con el nombre de Santiago del Estero.

Puesto que vamos a referirnos a los primeros pobladores de la única ciudad existente entonces en el territorio de lo que hoy es nuestro país, seÑalemos que, a las mujeres indias que ya habitaban lo que sería nuestro territorio, se les suman las traídas por los espaÑoles en las primeras entradas y luego en la conquista y fundaciones. Se ha estipulado – con algunas diferencias en los registros- que los espaÑoles de la primera entrada, con Diego de Rojas, eran aproximada ciento noventa, en tres columnas.

En un documentado trabajo de Ricardo J. Nardi[1], leemos que venían “muy bien aderezados y apercibidos de armas y caballos y (…) había gran servicio de negros, negras, indios, indias, y muchos indios amigos”.

En el primer periodo de la conquista, la mujer espaÑola fue muy escasa. Los hombres se amancebaban con nativas de diverso origen étnico y social, por lo que en poco tiempo tenemos noticias de la presencia de mestizos, incluso ya en las primeras entradas desde el Perú en el territorio que luego sería argentino.

Como ejemplo de lo que ocurría en todo el nuevo mundo, destaquemos que las crónicas estipulan 500 mestizos en la Asunción de 1545 – a solo ocho aÑos de sus comienzos- y en 1570, López de Velasco hace referencia a dos mil mestizos y otras tantas mestizas. Parte de estos “mancebos de la tierra” integrarían luego las expediciones para la fundación de nuevas ciudades en nuestro territorio, como Santa Fe en 1573, cuando setenta y cinco de ellos, cinco espaÑoles y numerosos guaraníes acompaÑaron a Garay en la empresa.

No conocemos referencias de que con Diego de Rojas entraran mestizos, pero Lucía Gálvez presenta el interesante dato de que “en la nómina de los hombres que acuden desde Santiago en 1567 convocados por Diego Pacheco para poblar la ciudad de Talavera del Esteco figuran once “mancebos de la tierra”[2] 

Asimismo, del listado de los ciento once fundadores de la ciudad de Córdoba, el 6 de julio de 1573, veintitrés eran nacidos en América y eran blancos mestizos y un indio, de los cuales Moyano Aliaga[3] destaca dos santiagueÑos.

Mancebos de la tierra, mestizos de la tierra, o hijos de la tierra es la fórmula elíptica de callar a la madre india y a esta realidad del concubinato o amancebamiento - cuando no de adulterios- que termina justificándose: “Se hace más servicio a Dios en hacer mestizos que en el pecado que con ello se hace”. La expresión, que se atribuye a Francisco de Aguirre, no está exenta de dramaticidad, al intentar disimular el origen pecaminoso de los mismos.

Recién cuando el poder estuvo consolidado llegaron las espaÑolas en calidad de esposas, hijas y hermanas. La gran mayoría hoy nos son desconocidas, mujeres anónimas, que tras sus hombres – aunque muchas veces solas- se lanzaron a lo desconocido, al peligro de las lejanas Indias. Allí dejaron huellas, algunas dando carácter heroico a la gesta, y todas asentando las bases de un nuevo mundo, que más que el descubierto sería el creado por ellas, principalmente desde el ámbito de la familia y los hijos.

La mujer espaÑola que vino a estas tierras tuvo desde un primer momento un papel importante, si se atiende a los objetivos de la colonización de América que, como postulaba Isabel I de Castilla, serían de evangelización y establecimiento de un modelo de familia cristiana, a fin de conformar una sociedad similar a la de la península. La reina hizo suyo el pensamiento de Nebrija (“Su alteza, la lengua es el instrumento del Imperio”) y pensó que este nuevo mundo siempre sería espaÑol si hablaba y rezaba en espaÑol. La evangelización fue el motor inicial de la empresa, y por ello afirmó que nuestra Santa Fe sería acrecentada y su real seÑorío ensanchado.

Las primeras mujeres espaÑolas que se instalaron en la época inaugural de la patria traen “los implementos de la cultura y la técnica europea”, “las telas para vestirse, los libros con qué enseÑar, y la semilla o el animal destinados a dar vida a nuevas especies hasta entonces desconocidas en el nuevo mundo”.[4]

 

LOS HILOS DE LA TRAMA SE ENTRECRUZAN

De entre estas mujeres espaÑolas rescatamos algunos casos paradigmáticos con nombre propio, como el de la esposa de Jerónimo Luis de Cabrera, Luisa Martel de los Ríos, “la primera gobernadora que conoció Santiago y le ayudó con eficacia en su labor oficial y pobladora”[5]

Abrevando en la Genealogía[6], encontramos datos muy interesantes de esta noble seÑora, como que fue hija de Gonzalo Martel de la Puente, SeÑor de Almonaster, Regidor de Panamá, y de doÑa Francisca Lasso de Mendoza Gutiérrez de Los Ríos. A los catorce aÑos sus padres, trasladados al Cuzco, la casaron con el Capitán conquistador Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, de alrededor de 50 aÑos. éste había convivido con la Ñusta Isabel Chimpú Ocllo - nieta del último soberano del Tahuantinsuyo Huayna Capac – con la que engendró al que luego sería el famoso escritor Inca Garcilaso, del cual la joven Luisa se convertiría en madrastra.

Con el veterano primer esposo Luisa tiene una hija, Blanca de la Vega y Martel, que fallece “en tierna edad”. También fallece el capitán Sebastián, por lo que su joven viuda, a los veinte aÑos, se casa en segundas nupcias con Jerónimo Luis de Cabrera, en la ciudad de Lima, donde residen el primer tiempo y luego en la villa de Ica, fundada por Cabrera en el Perú. Allí irán naciendo sus hijos.

En 1571, el Virrey Francisco de Toledo nombra a Jerónimo Luis de Cabrera Gobernador de la provincia del Tucumán, Juríes y Diaguitas, en lugar de Francisco de Aguirre, que había sido encarcelado en Lima por la Inquisición.

De este matrimonio principal nos interesa destacar que, en pocas generaciones, su descendencia fue entrecruzándose con la de importantes protagonistas de la conquista y colonización, y en breve tiempo encontramos que las más ilustres personalidades se entroncan en ellos.

Así, su hijo Gonzalo Martel de Cabrera se casó con doÑa María de Garay, hija de Juan de Garay, fundador de Santa Fe y Buenos Aires. De este matrimonio nacería Jerónimo Luis de Cabrera y Garay, el que en 1641 fue nombrado Gobernador del Río de la Plata, en 1646 se trasladó también como Gobernador de Chucuito, en el Perú y finalmente retornó a Tucumán, en 1659, como Gobernador y Capitán General de esa provincia, encargado de liquidar la guerra calchaquí. Este nieto de doÑa Luisa Martel de los Ríos y Jerónimo Luis de Cabrera contrajo matrimonio con Isabel de Saavedra Becerra, hija de Hernando Arias de Saavedra – Hernandarias-, cuatro veces Gobernador del Río de la Plata.

A su vez, otro hijo de la pareja original, Pedro Luis de Cabrera Martel, fue Alguacil Mayor del Santo Oficio entre 1586-1587 y en distintas oportunidades, entre 1592 y 1619, Alcalde en el Cabildo cordobés, Alférez Real, Teniente de Gobernador, Regidor, Mayordomo del Hospital y Procurador General de la ciudad. En Córdoba se casó con Catalina de Villarroel, hija de Diego de Villarroel, fundador de Tucumán. De entre sus diez hijos, nos interesa nombrar a Luisa Martel de los Ríos, que casó con el General Sancho de Paz y Figueroa. Ellos dieron origen a los Paz y Figueroa, distinguida familia de la que desciende la beata Antonia de la Paz y Figueroa – “Mama Antula”, como la nombraban cariÑosamente los aborígenes-, una de las personalidades más luminosas de América.

El matrimonio será la base para componer el tejido social por medio del parentesco y –consecuentemente- reforzar la posición social de la familia y de los individuos que la constituían. Para los espaÑoles que se establecían en las nuevas tierras, estas redes familiares comenzaron a planificarse en el siglo XVI y se desarrollaron en los siglos siguientes.

De esta manera, la extensa e importante descendencia de este matrimonio - de la que solo mencionamos una mínima parte- va a desembocar, en 1816, en Jerónimo Salguero de Cabrera, Diputado por Córdoba al Congreso que declaró la Independencia Argentina en 1816 y casi un siglo después en el presidente argentino José Figueroa Alcorta.

 

UN NúCLEO FAMILIAR PARADIGMáTICO

Si hay un protagonista de esta gesta cuyo accionar de conquistador y colonizador abarca casi medio siglo de trajinar con reconocida intrepidez la mayor cantidad de territorio de América del Sur, desde Panamá hasta el sur de Córdoba, y desde La Serena en Chile, hasta la por fundar Santa Fe, éste es el Capitán Hernán Mexía de Miraval. Este sevillano, que a la edad de dieciocho aÑos llega a las tierras de Tucma, a comienzos de 1550, acompaÑando a NúÑez de Prado quien venía desde el Perú con la orden de “poblar un pueblo”, participará activamente de la fundación de al menos diez ciudades en la región. También cruzará los Andes para traer desde la Serena, en Chile, un sacerdote y las primeras semillas de trigo, cebada, algodón y árboles frutales para la recién fundada Santiago del Estero, y pacificará – combatiendo a los más beligerantes o aliándose con los más pacíficos - a los pueblos indígenas de todo el territorio por él recorrido.

Este denodado conquistador y prudente colonizador será el que presentemos como figura paradigmática de la constitución de la familia y la procreación de la primera generación de criollos en nuestro país.

Ya seÑalamos que las etapas iniciales de descubrimiento y conquista, por ser aÑos de nomadismo y de inestabilidad, no quedaron mujeres espaÑolas establecidas en la ciudad inaugural. Por otra parte, si bien no desconocemos los numerosos casos de violencia y arrebato de nativas, los pueblos originarios solían ofrecer sus mujeres a los conquistadores en prueba de amistad, lo que contribuyó en algunos lugares a establecer alianzas y una convivencia pacífica. Este parece ser el caso de la india bautizada María cuyo padre, un cacique jurí seÑor del Mancho, en Santiago del Estero, habría entregado a Hernán Mexía de Miraval allá por 1553. El testamento que medio siglo después hará María del Mancho o María Mexía, como también se la conoce, manifiesta una amorosa relación larga y fructífera de más de quince aÑos[7]. De la unión nacerían cuatro hijos: tres mujeres y un varón.

Recordemos que, a partir del nacimiento de los hijos mestizos, los conquistadores actuaron de diversas maneras, desde legitimándolos ante la Corona, hasta desconociéndolos con absoluta negligencia. Intermedia fue la actitud de Mexía Miraval, que los reconoció formalmente, convirtiéndolos de hijos ilegítimos en naturales, con responsabilidades directas en su crianza.

De los detalles de la convivencia con la india María muy poco se sabe, aunque del testamento que ésta hiciera se conocen numerosos datos que echan luz sobre aquéllos. Sabemos por su declaración que María no hablaba castellano, que era católica y pertenecía a varias cofradías, que el padre de sus hijos le dio un pasar holgado, pues tiene objetos valiosos, animales, indios a su servicio y trajes a la usanza espaÑola, que sus hijos y nietos la respetan y que seguramente amaba a Mexía Miraval porque encarga misas para su alma y acepta sumisa la situación de que éste se haya casado con una espaÑola.

Pero si bien los primeros “hijos de la tierra” fueron fruto de las uniones entre espaÑoles y aborígenes, muchos de ellos reconocidos como hijos legítimos, en el momento de educarlos fueron entregados a las esposas espaÑolas que llegaron poco después. En efecto, en esta historia aparecerá aÑos después la espaÑola (aunque talvez nacida en América) Isabel de Salazar, la tercera no en discordia, sino para este caso en perfecta concordia.

Isabel de Salazar había llegado a la capital del Tucumán desde Chile, con la comitiva del conquistador Gaspar de Medina, quien - además de un refuerzo de veintidós soldados para Francisco de Aguirre - traía a su familia y a “nueve doncellas huérfanas con el propósito de casarlas con conquistadores”. Al poco tiempo de su llegada, se casó con Hernán Mexía de Miraval y se trasladaron al Perú a donde llevaron a las dos hijas mayores del conquistador, a fin de casarlas con personajes encumbrados. La joven Isabel es la encargada de espaÑolizar las costumbres y modales de estas mestizas que tendrán entre sus descendencias las familias más encumbradas de Córdoba, entre ellos los Tejeda y los Cámara. De esta otra red familiar, ahora de base mestiza, descenderá el General Román Antonio Deheza (1781-1850), que como su antecesor de la conquista, blandiera su espada durante cincuenta aÑos en pos de la emancipación primero y de la organización nacional después, y contribuyera también a la liberación de Chile y de Perú.

A su vez, Isabel tendrá con Mexía Miraval cinco hijos, tres varones y dos mujeres. Una de ellas, Bernardina, casada con Francisco de ArgaÑaraz y Murguía, será cofundadora de la ciudad de Jujuy y colaborará activamente en su sustento. De este matrimonio descenderá, varias generaciones después, Martín Miguel de Güemes, héroe de la independencia y gobernador de Salta.

Y serán mujeres espaÑolas como Isabel de Salazar las que, con su silencioso accionar en el seno del hogar, amalgamen esta nueva sociedad hasta lograr que se arraigue en estas tierras. Ellas establecieron modelos para los detalles de la vida cotidiana, como la vestimenta, la gastronomía, el cuidado de los niÑos. Trasmisoras de la cultura material y doméstica, serán las que implanten aquí el amplio bagaje traído de la península, que comprendía desde las técnicas para la producción de materias primas y manufacturas para abastecer la casa, pasando por las tradiciones, las costumbres y el idioma, hasta las normas morales y los valores sociales y religiosos.

Como dato significativo de la valiosa función de la mujer espaÑola en estos primeros tiempos, relatemos que el Obispo Fernando de Trejo y Sanabria (segundo Obispo de la Diócesis, después de Victoria), al autorizar en 1604 la fundación de un convento dominicano en Córdoba, impuso la condición de “restaurar” el convento de Santiago del Estero, es decir fundarlo de nuevo en esta ciudad[8]. Recién en 1614 se concretó la refundación, con la llegada del padre Hernando Mexía, hijo de Isabel de Salazar, quien le inculcó la fe y tuvo oportunidad de ayudarlo a levantar “el primer convento establecido en territorio argentino”, como lo atestigua Hernandarias, cuando informa al Rey en carta del 4 de agosto de 1615 que Mejía “deja fundado un convento en Santiago del Estero (...) con el favor de su madre y deudos”.

Se ha establecido que la familia es el sistema primario más poderoso al que pertenece una persona. Y así, el fundamento de esta nueva sociedad que viene a cubrir el espacio inicial de lo que será la República Argentina lo constituirá la familia, desde donde la mujer espaÑola y la criolla transmitirán los valores que durante siglos sustenten la vida de la nación. l

 


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