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EL LIBERAL . Padre Seschi

Sonrisa

¡Buen día! En las poquísimas

fotos de chico aparezco siempre

serio, sin un atisbo de sonrisa.

No es que no fuera feliz mi

niñez. No se estilaba la sonrisa.

¿Por qué? Simplemente porque

no se estilaba. Los únicos chicos

que aparecían sonriendo

eran los que, en el momento del

flash, festejaban algún comentario

de un integrante del grupo

fotografiado.

En mi preadolescencia, algún

compañero un poco mayor

tuvo la mala idea de burlarse

varias veces de mi sonrisa, entonces

tímida y apenas esbozada.

Para verificar si era tan poco

atractiva yo acudí al espejo,

y el espejo me devolvía una

sonrisa tan forzada, que me resultaba

intolerable.

Tomé una dolorosa decisión:

no sonreiría nunca más.

Hablaría siempre serio, como lo

hacían algunas personas grandes.

Así nadie podría burlarse

de mi sonrisa.

Como esta decisión no encajaba

con mi temperamento,

varias veces me sorprendí sonriendo.

Alguien tuvo la idea de fotografiarme

a escondidas mientras

sonreía. Pude constatar

entonces que mi sonrisa, lejos

de ser tan horrible, era normal.

Pasaron los años. Tenía algo

menos de cuarenta cuando

inicié la filmación de “Las buenas

noches”, un micro de cierre

para TV. Unas veces aparecía

serio, otras sonriente. Me sorprendí

de las veces que los televidentes

me pedían que sonriera.

Algunos (algunas, más exactamente:

viejitas, sobre todo)

decían en sus cartas que les

hacía bien verme hablar sonriendo.

Siempre terminábamos

el micro diciendo: “En nombre

de ese Dios que lo quiere,

la quiere con un amor infinito,

¡buenas noches!”.

Ese saludo final tenía que

iluminares necesariamente con

una sonrisa, aunque el tema reflexionado

fuera triste.

Aun hoy, al filmar los micros

“Pausa en familia”, los técnicos

de audio y video me lo recuerdan

cuando me pongo serio:

“¡Sonría padre!” es una sugerencia

reiterada muy seguido.

He querido compar tir la

historia íntima de mi sonrisa.

Pienso que puede ayudar a alguno,

angustiado por su sonrisa

como yo lo estuve en mi

adolescencia. He llegado a

comprender que no existe sonrisa

fea cuando brota del corazón.

¡Hasta mañana!

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