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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 11,1-4.

10/10/2017 22:33 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 11,1-4. Evangelio según San Lucas 11,1-4.

Un d í a , J e s ú s e s t ab a

orando en cier to lugar, y

cuando terminó, uno de sus

discípulos le dijo: “Señor,

enséñanos a orar, así como

Juan enseñó a sus discípulos”.

E

l l e s d i j o e n t o n c e s :

“Cuando oren, digan: Padre,

santificado sea tu Nombre,

que venga tu Reino; danos

cada día nuestro pan cotidiano;

perdona nuestros pecados,

porque también nosotros

perdonamos a aquellos

que nos ofenden; y no

nos dejes caer en la tentación”.

Comentario

En la ladera del Monte de

los Olivos se nos recuerda,

en una sinfonía de lenguas,

la escena del Evangelio: “Enséñanos

a orar”, suplican

los discípulos.

“Decid así”, responde el

Maestro. Es la oración del

Señor; por eso es sublime

y es modelo; tan breve, tan

directa, tan filial. Lejos de

esas oraciones largas, pringosas,

moralizantes, con las

que los hombres pretendemos

arrancar de Dios su benevolencia.

El Padrenuestro es “el

resumen de todo el Evangelio”

(Tertuliano).

“Es el corazón de las sagradas

escrituras” (Catecismo).

Es la oración de la Iglesia.

Las primeras comunidades

han de recitar esta oración

tres veces al día (Didaché).

Como en una pieza musical,

todo se entiende desde

su obertura: “Padre que estás

en los cielos”. Ya está dicho

todo. Porque es nuestro

Padre, queremos su Reino

y nos llenamos de confianza

para pedir. Es el Padre de

todos; aunque rece en solitario,

siempre rezo en plural.

Pero brilla mejor en comunidad:

en el Bautismo,

antes de comulgar, al acabar

la Liturgia de la Horas.

Dos peticiones primeras:

que venga el Reino; que

se haga la voluntad de Dios.

Es la causa de Dios. Está a

la base de toda nuestra oración:

el nombre, el Reino, la

voluntad de Dios, ante todo.

Porque amamos a Dios queremos

lo mejor, expresado

en estos verbos: santificado,

venga, hágase.

Cuando penetramos en el

misterio de nuestro Bautismo,

y nos sentimos hijos del

Padre, qué bien entendemos

nuestras ganas de que Dios

“sea conocido, amado y servido”

(Claret).

En la segunda parte del

Padrenuestro nos jugamos

la causa del hombre. ¿Cómo

podríamos separar la causa

de Dios y la causa de sus hijos?

Pan y perdón pedimos.

Ese pan, necesario para poder

edificar el Reino que,

antes, hemos suplicado.

Porque oramos en verdad,

nos a cordamos de

los que pasan hambre de

ese pan, que también son

hijos del mismo Padre. Y

el perdón. Como el hijo de

la parábola, lo reconocemos:

“Hemos pecado contra

ti”.

Lo bueno es que no se

nos ocurre decir: “No nos

trates como hijos tuyos” sino

que con confianza repetimos

mil veces: “Padre, perdona

nuestras ofensas”.

Igual que reza el Padrenuestro

el niño con su madre,

al acostarse. Así.?

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