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EL LIBERAL . Santiago

El drama de un hombre enfermo

11/11/2017 21:16 Santiago
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El drama de un hombre enfermo El drama de un hombre enfermo

El último presidente porteño de los argentinos

nació el 24 de setiembre de

1886 y sus padres lo llamaron Jaime

Gerardo Roberto Marcelino, de apellido Ortiz.

Este hijo de inmigrantes y alumno de la escuela

pública se recibirá de abogado en la Universidad

de Buenos Aires a los 23 años.

A los

26 se casará con María Luisa Iribarne, con

quien tendrá tres hijos. Desde muy joven participó

en la Unión Cívica Radical, siendo protagonista

de la revolución de 1905. Practicó

su profesión en forma independiente y su actividad

política lo llevará al Congreso Nacional

como diputado en 1920.

En 1925 su militancia lo llevó, sumada a

su versación como abogado especializado en

asuntos económicos, al ministerio de Obras

Públicas bajo la presidencia de Marcelo Torcuato

de Alvear.

Compartió el gabinete con el

general Agustín Pedro Justo, titular de la cartera

de Guerra. El destino unirá a estos tres

hombres, que llegaron a ser presidentes. Pero

la gran historia los iba a encontrar enfrentados

o juntos, aliados o adversarios.

Como

ministro, Ortiz enfrentó a las empresas ferroviarias

que habían sido sus clientes, rebajando

las tarifas e imponiendo condiciones más

duras para las concesiones.

Adhirió al sector antipersonalista del radicalismo,

y terminó apoyando el golpe de estado

de 1930, enfrentándolo posteriormente

por las ideas filo-fascistas de José Félix Uriburu.

Participó del armado de la Concordancia,

el acuerdo partidario entre los antipersonalistas

y los conservadores que llevaron

a la presidencia a Agustín Pedro Justo, quien

lo llamaría más adelante a Ortiz para que se

convierta en ministro de Hacienda, y luego en

su delfín.

Ya en campaña y a pesar del fraude

electoral en boga, postulaba como idea matriz

de su futuro gobierno retornar a los ideales

de Roque Sáenz Peña: el respeto al voto popular.

Ortiz era auspiciado por Justo, y su adversario

era Alvear.

La historia vuelve a unirlos,

o separarlos.

En 1937, pocos advirtieron que en la campaña

electoral su salud mostró signos alarmantes

de deterioro. Sufrió un shock diabético

durante un viaje en tren que lo llevó a los

arrabales de la muerte, y se decidió ocultar

el episodio a la opinión pública.

El mal llamado

“fraude patriótico” (nada fraudulento puede

vincularse a la patria) dejará en el camino

la candidatura radical de Marcelo T. de Alvear

y consagrará a Ortiz presidente de la República.

Asumirá el 20 de febrero de 1938 y algo lo

volverá a unir a Justo, el presidente que le entregó

el mando y a Alvear, el presidente que

lo hizo ministro: los tres eran partidarios del

alineamiento de la Argentina con las democracias

modernas: Francia, Inglaterra y Estados

Unidos. Como presidente, el hecho de

ser hijo de inmigrantes lo hermana con Pellegrini,

Frondizi, Menem y Macri, y el hecho de

ser porteño, lo convierte en el último de esa

condición en llegar al sillón de Rivadavia.

Vale

recordar que De la Rúa es cordobés y Macri

tandilense.

El presidente Ortiz trató de mantener a la

Argentina expectante frente a los acontecimientos

mundiales: la guerra civil española,

y finalmente la segunda guerra mundial.

Optó

por la neutralidad. En abril de 1940 muere su

esposa y su salud se deteriora con gran rapidez.

Como muestra del drama de un hombre

enfermo, el presidente solía llamar a la Confitería

del Molino para que le enviaran merengues

con crema o con dulce de leche, que devoraba

en su despacho.

Ortiz, sin quererlo,

agravaba sus males. En los asuntos políticos,

toma dos decisiones trascendentales: interviene

las provincias de Buenos Aires, que lo

enfrenta a los conservadores, y de Catamarca,

que lo pelea con su vicepresidente, que

no soportó que un asunto sobre su provincia

no fuera motivo de consulta. Su intención de

purificar el voto popular no iba a prosperar.

La diabetes y sus adversarios no lo dejarían

concretarla.

La salud del presidente se convirtió en un

asunto de Estado a nivel internacional.

Luego

del pedido de licencia del 3 de julio de 1940,

cuando un ataque lo dejó ciego, el presidente

de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt

envió a sus médicos personales para

ayudar en la recuperación de Ortiz. Incluso

se llegó a evaluar la posibilidad de trasladarlo

a Nueva York para su tratamiento, pero los

diagnósticos desaconsejaron el viaje.

En términos

políticos, el vicepresidente a cargo del

Poder Ejecutivo decidió independizar sus decisiones

de las líneas de gobierno de Ortiz, lo

que produjo un enfrentamiento que nunca cesaría.

Pero Ortiz nunca volvió a estar en condiciones

de mandar en el país.

El estallido de un escándalo respecto de

las compras de tierras para ampliar el Colegio

Militar, en El Palomar, al noroeste de Buenos

Aires, y la acusación acerca de la participación

de Ortiz en el episodio, provocó su inmediata

renuncia, que fue rechazada por el

Congreso.

En marzo de 1942 comienza un año trágico.

El 23 de ese mes moría Marcelo T. de Alvear.

Ortiz, ya vencido por la enfermedad, decide

renunciar el 27 de junio. Su sucesor Ramón

Castillo, el vicepresidente que no siguió

sus políticas y que de alguna manera lo traicionó,

le permitió habitar la residencia presidencial

de la calle Suipacha 1032 (hoy sede

de la Conferencia Episcopal Argentina) donde

murió el 15 de julio, a los 55 años.

Es el

segundo presidente más joven al morir, detrás

de Nicolás Avellaneda, que lo hizo a los

49 años. Sus funerales fueron los de un jefe

de Estado en ejercicio.

El 11 de enero de 1943

fallecía Agustín Pedro Justo. En menos de

diez meses la Argentina perdía a los tres líderes

del momento: el presidente Ortiz, el radical

Alvear y el conservador Justo. La historia

volvía a unirlos. La cumbre política argentina

quedó vacía.

No es tarea del historiador imaginar

qué hubiera pasado si estos hombres

hubieran vivido más tiempo. Pero es posible

conjeturar que el camino hacia el poder de

Juan Domingo Perón habría sido más complicado.

Pero pensar en eso no es historia.

Lo que debes saber
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