Dios, el huésped de nuestra alma Dios, el huésped de nuestra alma
Jesús entró en Jericó y
atravesaba la ciudad. Allí vivía
un hombre muy rico llamado
Zaqueo, que era jefe de
los publicanos. él quería ver
quién era Jesús, pero no podía
a causa de la multitud, porque
era de baja estatura. Entonces
se adelantó y subió a un sicomoro
para poder verlo, porque
iba a pasar por allí. Al llegar
a ese lugar, Jesús miró hacia
arriba y le dijo: “Zaqueo, baja
pronto, porque hoy tengo que
alojarme en tu casa”.
Zaqueo bajó rápidamente
y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban,
diciendo: “Se ha ido a
alojar en casa de un pecador”.
Pero Zaqueo dijo resueltamente
al Señor: “Señor, voy a
dar la mitad de mis bienes a los
pobres, y si he perjudicado a alguien,
le daré cuatro veces más”.
Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado
la salvación a esta casa,
ya que también este hombre
es un hijo de Abraham, porque
el Hijo del hombre vino a
buscar y a salvar lo que estaba
perdido”.
Comentario
Escucha, oh alma, cuál es
tu dignidad. Tan grande es tu
simplicidad que nada puede
habitar la morada de tu espíritu,
nada puede hacerla
su estancia, salvo la pureza
y la simplicidad de la eterna
Trinidad. Escucha las palabras
de tu Esposo: “El Padre
y yo vendremos y haremos
morada en ella”, y también
“baja pronto; conviene
que hoy me quede yo en tu
casa”. En efecto, solo Dios
que te ha creado puede descender
en tu espíritu porque,
como atestigua San Agustín,
él pretende ser más interior
que lo más íntimo de ti mismo.
Alégrate entonces, oh alma
bienaventurada, de poder
ser la anfitriona de tal visitante.
“Oh alma bienaventurada,
que cada día purificas
tu corazón para recibir el Dios
que la contiene, ese Dios cuyo
huésped no necesita nada,
pues posee en él mismo el Autor
de todo bien”. Que feliz es
el alma que en Dios encuentra
su reposo, ya que puede afirmar:
Quien me ha creado reposa
en mi tienda. No podrá
pues rehusar el reposo del
cielo a aquella que le ofrece
el reposo en esta vida. Eres
muy codiciosa, oh alma mía,
si la presencia de un tal visitante
no te basta. Para que lo
sepas: él es tan generoso que
te enriquecerá de sus dones.
Dejar en la indigencia a su anfitriona,
¿no sería eso indigno
de un monarca? Decora pues
tu cámara nupcial y recibe a
Cristo, tu rey, cuya presencia
regocijara y transportará
a toda tu familia. Oh palabra
tan asombrosa y tan admirable,
el Rey cuyo sol y la luna
admiran su esplendor, cuyo
cielo y tierra reverencian su
majestad, de quien la sabiduría
ilumina las regiones de los
espíritus celestiales, y cuya
misericordia sacia la asamblea
de todos los bienaventurados,
ese Rey mismo te pide
tu hospitalidad, él desea y
codicia tu morada más que su
palacio celestial.