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EL LIBERAL . El Evangelio

Estén atentos - Marcos 13,33-37

02/12/2017 23:28 El Evangelio
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Estén atentos - Marcos 13,33-37 Estén atentos - Marcos 13,33-37

Estar atentos, velando,

es el nudo de esta parábola

de carácter netamente parenético,

porque se dirige a la

voluntad, al corazón para exhortar

y estimular la vigilancia

de los discípulos y de toda

la comunidad en la “espera

del Señor”, cuyo retorno

es incierto.

Por eso se advierte a los

servidores que permanezcan

vigilantes porque el Señor

puede regresar inesperadamente

y puede encontrarlos

durmiendo. De ahí, que siempre

hay que estar preparados,

velando.

El “vigilar” no debe darnos

temor, pensando qué podrá

sucedernos si no estamos

preparados cuando llegue el

Señor, sino todo lo contrario,

experimentar la paz y el gozo

de saber que “El vendrá”.

El que ama no tiene miedo,

no puede temer a aquél que lo

amó y le dio la vida.

El Señor no se fue, él está

presente entre nosotros, de

múltiples maneras, acompañando

la historia de su comunidad,

Resucitado y Glorioso,

aunque para nosotros todavía

no “revelado” en su plenitud.

Por eso, este vigilar, es vivir

ya en la presencia del amor

que es Jesús, amándolo y sirviéndolo

en sus hermanos.

Todos los cristianos sabemos

que adviento significa

“venida”, “llegada”. ¿Quién

viene? Jesús, el Hijo de Dios

hecho hombre. ¿Para qué viene?

Para Salvar a la humanidad

y liberarnos de todas las

esclavitudes. Por eso nos preparamos

para recibirlo. Pero,

¿qué significa esta preparación?

¿Qué tenemos que hacer?

Marcos nos dice que hay

que estar atentos, velando, en

vigilia permanente. En primer

lugar se trata de vivir en la esperanza

con la alegría de saber

que el Señor viene a nuestro

encuentro. Con la certeza

de que nada hay en nuestra

humanidad que no interese

al Señor, con la convicción

de creer que él conduce la historia

y que ésta tendrá un final

feliz, de consumación en el

amor y la vida plena. La mejor

manera de “vigilar” es amando

a los que él amó con predilección,

es decir, a los pequeños,

y como él nos amó, “hasta dar

la vida”. Cuando amamos en

obras y en verdad estamos

demostrando al mundo que

esperamos la venida de Jesús,

porque manifestamos la

vigencia de su causa: un Reino

en el cuál Dios revele su señorío

y el hombre encuentre su

dignidad.

Conclusión

La sociedad actual ha pulverizado

las esperanzas, las

grandes utopías, los grandes

sueños de una nueva humanidad,

fraternal y solidaria. La

sociedad de consumo ofrece

siempre cosas nuevas, mercancías,

pero no para renovar

la vida, sino por el contrario,

para mantenerla aprisionada

en un círculo de indignidad.

¿Dónde han quedado los

anhelos de liberación? ¿Dónde

encuentra el hombre su rumbo

y el sentido de su vida?

También la Iglesia de Jesús,

se ha encerrado en sí

misma por temor, y sólo busca

mantener el poco prestigio

que le queda, preservar viejas

seguridades que la alejan

del camino del maestro.

¿No habría que volver a andar

por los caminos de Galilea?

¿No tendríamos que ir detrás

de los pasos del Resucitado

con una fe sencilla y humilde,

abiertos a la novedad que

Dios siempre trae? Quizás

más nunca, estar despiertos

y vigilantes, signifique recuperar

las esperanzas, volver

a soñar con un mundo nuevo,

sacudir nuestra modorra

y dejarnos sorprender por el

Dios de la vida que hace nuevas

todas las cosas. Entonces

sí, lo que predicamos irá

acompañado de gestos de

amor que nos ayudarán a recuperar

la alegría de la fe.

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