Estén atentos - Marcos 13,33-37 Estén atentos - Marcos 13,33-37
es el nudo de esta parábola
de carácter netamente parenético,
porque se dirige a la
voluntad, al corazón para exhortar
y estimular la vigilancia
de los discípulos y de toda
la comunidad en la “espera
del Señor”, cuyo retorno
es incierto.
Por eso se advierte a los
servidores que permanezcan
vigilantes porque el Señor
puede regresar inesperadamente
y puede encontrarlos
durmiendo. De ahí, que siempre
hay que estar preparados,
velando.
El “vigilar” no debe darnos
temor, pensando qué podrá
sucedernos si no estamos
preparados cuando llegue el
Señor, sino todo lo contrario,
experimentar la paz y el gozo
de saber que “El vendrá”.
El que ama no tiene miedo,
no puede temer a aquél que lo
amó y le dio la vida.
El Señor no se fue, él está
presente entre nosotros, de
múltiples maneras, acompañando
la historia de su comunidad,
Resucitado y Glorioso,
aunque para nosotros todavía
no “revelado” en su plenitud.
Por eso, este vigilar, es vivir
ya en la presencia del amor
que es Jesús, amándolo y sirviéndolo
en sus hermanos.
Todos los cristianos sabemos
que adviento significa
“venida”, “llegada”. ¿Quién
viene? Jesús, el Hijo de Dios
hecho hombre. ¿Para qué viene?
Para Salvar a la humanidad
y liberarnos de todas las
esclavitudes. Por eso nos preparamos
para recibirlo. Pero,
¿qué significa esta preparación?
¿Qué tenemos que hacer?
Marcos nos dice que hay
que estar atentos, velando, en
vigilia permanente. En primer
lugar se trata de vivir en la esperanza
con la alegría de saber
que el Señor viene a nuestro
encuentro. Con la certeza
de que nada hay en nuestra
humanidad que no interese
al Señor, con la convicción
de creer que él conduce la historia
y que ésta tendrá un final
feliz, de consumación en el
amor y la vida plena. La mejor
manera de “vigilar” es amando
a los que él amó con predilección,
es decir, a los pequeños,
y como él nos amó, “hasta dar
la vida”. Cuando amamos en
obras y en verdad estamos
demostrando al mundo que
esperamos la venida de Jesús,
porque manifestamos la
vigencia de su causa: un Reino
en el cuál Dios revele su señorío
y el hombre encuentre su
dignidad.
Conclusión
La sociedad actual ha pulverizado
las esperanzas, las
grandes utopías, los grandes
sueños de una nueva humanidad,
fraternal y solidaria. La
sociedad de consumo ofrece
siempre cosas nuevas, mercancías,
pero no para renovar
la vida, sino por el contrario,
para mantenerla aprisionada
en un círculo de indignidad.
¿Dónde han quedado los
anhelos de liberación? ¿Dónde
encuentra el hombre su rumbo
y el sentido de su vida?
También la Iglesia de Jesús,
se ha encerrado en sí
misma por temor, y sólo busca
mantener el poco prestigio
que le queda, preservar viejas
seguridades que la alejan
del camino del maestro.
¿No habría que volver a andar
por los caminos de Galilea?
¿No tendríamos que ir detrás
de los pasos del Resucitado
con una fe sencilla y humilde,
abiertos a la novedad que
Dios siempre trae? Quizás
más nunca, estar despiertos
y vigilantes, signifique recuperar
las esperanzas, volver
a soñar con un mundo nuevo,
sacudir nuestra modorra
y dejarnos sorprender por el
Dios de la vida que hace nuevas
todas las cosas. Entonces
sí, lo que predicamos irá
acompañado de gestos de
amor que nos ayudarán a recuperar
la alegría de la fe.