La humildad del Hijo de Dios La humildad del Hijo de Dios
Jesús tomó la palabra y dijo:
“Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y
yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi
yugo y aprendan de mí, porque
soy paciente y humilde de
corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave
y mi carga liviana”.
Comentario
Todos sabemos por experiencia
lo que es el cansancio
y el agobio. Nos cansamos
porque nuestras fuerzas físicas
son limitadas. No podemos
sostener un esfuerzo físico
continuado. Literalmente,
se nos vacía el depósito, necesitamos
parar, recuperarnos.
Los agobios los sentimos
sobre todo en las estrecheces
anímicas: por la presión social,
la de las preocupaciones y las
obligaciones, para las que, con
frecuencia, no damos abasto,
por la falta de recursos económicos
o por tantos otros motivos.
También en la vida de fe
experimentamos a veces cansancio
y agobio. En el cansancio
del cuerpo y los agobios del
alma sentimos el peso de nuestra
finitud, que parece abortar
nuestras ansias de plenitud.
Son muchos lo que tratan
de explotar estas limitaciones
humanas en beneficio propio,
prometiendo alivios definitivos,
pero ficticios, liberaciones que
acaban esclavizándonos más,
y que no hacen sino aumentar
a la larga el cansancio y las angustias.
Jesús conoce bien nuestro
corazón, sabe de nuestros
cansancios y nuestros
agobios, porque, hombre como
nosotros, los padece en
carne propia (cf. Mt 17, 17; Jn
12, 27; Mt 26, 36). Por eso nos
llama para ofrecernos alivio.
En Jesús descubrimos cómo
Dios, realmente, se preocupa
de nosotros, desmintiendo
así esa falsa, pero muy humana
impresión, que expresa hoy
el profeta Isaías.
A diferencia de los muchos
embaucadores que explotan
la debilidad humana, él
no ofrece fórmulas fáciles ni
soluciones mágicas. Al tiempo
que nos llama para aliviarnos,
nos invita a asumir nuestra
responsabilidad, a cargar
con un yugo, el suyo; nos enseña,
además, a no buscar
fuera de nosotros mismos el
lugar de nuestro descanso, sino
dentro, en el propio corazón,
en donde reside la fuente
de la verdadera paz.
Se trata, eso sí, de un corazón
transformado según el
mismo corazón de Jesús, que
ha tomado sobre sí los pecados
del mundo y ha cargado
con el yugo del amor. Podemos
y debemos descansar
y buscar evadirnos, al menos
por un tiempo, de los agobios
cotidianos. Pero lo mejor
es armarse interiormente, de
modo que la fuente de nuestros
alivios esté dentro de nosotros
mismos. Y no hay mejor
modo de hacer esto que
acudir al magisterio del único
y verdadero maestro, Jesús,
conectarse por medio de él
con la fuente de la vida y de la
verdadera sabiduría.