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EL LIBERAL . El Evangelio

La humildad del Hijo de Dios

12/12/2017 23:10 El Evangelio
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La humildad del Hijo de Dios La humildad del Hijo de Dios

Jesús tomó la palabra y dijo:

“Vengan a mí todos los que

están afligidos y agobiados, y

yo los aliviaré.

Carguen sobre ustedes mi

yugo y aprendan de mí, porque

soy paciente y humilde de

corazón, y así encontrarán alivio.

Porque mi yugo es suave

y mi carga liviana”.

Comentario

Todos sabemos por experiencia

lo que es el cansancio

y el agobio. Nos cansamos

porque nuestras fuerzas físicas

son limitadas. No podemos

sostener un esfuerzo físico

continuado. Literalmente,

se nos vacía el depósito, necesitamos

parar, recuperarnos.

Los agobios los sentimos

sobre todo en las estrecheces

anímicas: por la presión social,

la de las preocupaciones y las

obligaciones, para las que, con

frecuencia, no damos abasto,

por la falta de recursos económicos

o por tantos otros motivos.

También en la vida de fe

experimentamos a veces cansancio

y agobio. En el cansancio

del cuerpo y los agobios del

alma sentimos el peso de nuestra

finitud, que parece abortar

nuestras ansias de plenitud.

Son muchos lo que tratan

de explotar estas limitaciones

humanas en beneficio propio,

prometiendo alivios definitivos,

pero ficticios, liberaciones que

acaban esclavizándonos más,

y que no hacen sino aumentar

a la larga el cansancio y las angustias.

Jesús conoce bien nuestro

corazón, sabe de nuestros

cansancios y nuestros

agobios, porque, hombre como

nosotros, los padece en

carne propia (cf. Mt 17, 17; Jn

12, 27; Mt 26, 36). Por eso nos

llama para ofrecernos alivio.

En Jesús descubrimos cómo

Dios, realmente, se preocupa

de nosotros, desmintiendo

así esa falsa, pero muy humana

impresión, que expresa hoy

el profeta Isaías.

A diferencia de los muchos

embaucadores que explotan

la debilidad humana, él

no ofrece fórmulas fáciles ni

soluciones mágicas. Al tiempo

que nos llama para aliviarnos,

nos invita a asumir nuestra

responsabilidad, a cargar

con un yugo, el suyo; nos enseña,

además, a no buscar

fuera de nosotros mismos el

lugar de nuestro descanso, sino

dentro, en el propio corazón,

en donde reside la fuente

de la verdadera paz.

Se trata, eso sí, de un corazón

transformado según el

mismo corazón de Jesús, que

ha tomado sobre sí los pecados

del mundo y ha cargado

con el yugo del amor. Podemos

y debemos descansar

y buscar evadirnos, al menos

por un tiempo, de los agobios

cotidianos. Pero lo mejor

es armarse interiormente, de

modo que la fuente de nuestros

alivios esté dentro de nosotros

mismos. Y no hay mejor

modo de hacer esto que

acudir al magisterio del único

y verdadero maestro, Jesús,

conectarse por medio de él

con la fuente de la vida y de la

verdadera sabiduría.

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