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EL LIBERAL . Viceversa

La sopa

B ajo el alero del rancho “Ushi” moja un último trozo de tortilla mal asada en una sopa espumosa y grasienta. La sacó de la olla ennegrecida que reposa junto a la tina para contagiarse de frescura. No está muy rica, no sabe por qué, pero calma el hambre. Limpia su boca con la manga de la camisa y acude presuroso al llanto de su hermanito. Con ternura da vueltas y vueltas como una calesita al fuentón que le sirve de corralito. El niñero alegre y de ojos pícaros arranca una sonrisa al niño.

Solos, solitos esperan a la “mamai”.

Temprano salió la Transhu por el senderito de jarillas y jumes. Llega hasta la estafeta donde pregunta con secreta esperanza por cartas de sus hijas que, de vez en cuando, los ayudan con dinero desde Buenos Aires donde trabajan como sirvientas. No hay noticias. Recorre medio kilómetro más y desenvuelve su atadito de sábanas. Rojo punzó el fondo, rombos y rayitas verdes y negras, se destaca su cobija sobre las viejas maderas del mostrador del almacén. Acaricia con dolor las hileras del “rapacejo” tejido a último momento a las apuradas y la entrega por unas pocas mercaderías, porque en su rancho no tiene nada.

Pasado el mediodía sudorosa y cansada vuelve hacia donde dejó a sus niños. Ushi está casi desvanecido por los dolores y el pequeño duerme envuelto en sus harapos con una mamadera con matecocido frío entre sus manitas paspadas. Un gato de pelos apelmazados lame el plato con restos de fideos y chicharrones.

Al verlo y a pesar de su estrechez mental, la mujer advierte la causa de la enfermedad de su hijo: ¡La sopa estaba mala! ¡La sopa era de anteayer!...

Fricciones con grasa de iguana, té de toronjil y poleo, todo es inútil. Ushi ya arde, es una llama débil. Con desesperación la Transhu espera a su marido que salió en la única mula con la que puede trasladarlo a la posta.

Es tarde ya. Es noche ya. Jeshula cansado de las carreras de caballos en las que gritó todo el día apostando los pocos pesos ganados en el obraje y hasta su rastra al malacara de Don Zacarías, el bolichero, fastidiado por su mala suerte se va a la fiesta del “poblau”. Anda a los tumbos en medio de los parroquianos que bailan y entre chacareras y chamamés invita a uno y otro un poco de vino de su “bota”. Está anestesiado por la bebida; le brillan en las comisuras cintas plateadas de saliva. Otro “machalo”, tan amortiguado como él, saca una media sucia de su inmundo bolsillo y le seca la boca. Este le agradece el gesto con una reverencia vacilante como si lo hubiera limpiado con el más fino de los pañuelos de lino.

Son las cuatro de la mañana... hinchados los ojos de tanto llanto y espera vana, con el niño más chico prendido a su pecho, se inclina la Transhu; un viento helado penetra por las arpilleras del rancho y sobre un Ushi, casi agonizante, extiende los pliegues del poncho como plegándole alas.

Acerca de la autora. Mirtha Rosalía Soria de Gómez escribió junto a su esposo Juan Bautista Gómez, su primer libro Sed de Infinito. De esa obra es parte La Sopa, cuento ganador del primer premio del concurso Horacio Germinal Rava 2001.

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