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Nicolás Avellaneda: el chingolito que supo ser presidente

14/01/2018 00:00 Santiago
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Nicolás Avellaneda: el chingolito que supo ser presidente Nicolás Avellaneda: el chingolito que supo ser presidente

PRIMEROS AÑOS Y EXILIOS

El mes de octubre reúne los nacimientos de varios presidentes argentinos: Urquiza, Alvear, Perón, Pellegrini, Quintana, Frondizi, Duhalde y el primer tucumano que llegó a la primera magistratura.

El 1° de octubre de 1836 nacía en San Miguel de Tucumán, Nicolás Remigio Aurelio, el hijo del catamarqueÑo Marco de Avellaneda y la tucumana Dolores Silva. Eran los tiempos de la guerra civil y la familia iba a sufrir las consecuencias.

Marco fue nombrado gobernador de Tucumán, y como jefe de la Liga del Norte, iba a ser derrotado por las tropas porteÑas al mando del oriental Manuel Oribe.

En su huida al Norte, es alcanzado en Metán, Salta, donde lo degüellan y luego su cabeza es expuesta en una pica en la plaza mayor de San Miguel de Tucumán, donde la vieron su esposa y sus cinco hijos. Dolores Silva emprendió el camino del exilio, rumbo a Tupiza, y a lomo de mula, condujo a su familia, perdiendo a su hija de meses en Jujuy.

Pudieron regresar a Tucumán tres aÑos después. Nicolás estudió en el Colegio de Montserrat, en Córdoba y luego estudió derecho en la Universidad de la Docta. Finalmente obtuvo el título de abogado en Buenos Aires. Allí se casó en 1861 con Carmen Nóbrega en la iglesia de San Ignacio.

El matrimonio tendrá doce hijos y vivirá en una casa que se encontraba en la actual calle Moreno, en el barrio de Montserrat.

Además de sus conocimientos académicos, Avellaneda iba a destacarse por su prosa florida y sus discursos con vuelo intelectual y poético. A raíz de ello llevará el sobrenombre de "Chingolito", no solo por su carácter sino por su corta estatura.

MINISTRO DE INSTRUCCIóN PúBLICA

Su vida pública comenzó a ser relevante cuando se convirtió, en 1868, en ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente Sarmiento, a quien se lo recuerda por su acción en este terreno.

Su gestión fue ejemplar en varios sentidos: jurídicamente, dotó de las leyes necesarias para poder imponer la educación elemental en todo el territorio nacional; económicamente, subvencionó a las provincias para crear escuelas; pedagógicamente, contrató maestras en Estados Unidos para formar a las maestras normales argentinas y sobre todo demostró que el Estado era el gestor necesario de esa odisea laica para acabar con el analfabetismo que el primer censo nacional de 1869 había evidenciado con cifras concretas: 71% de los habitantes de la Argentina no sabían leer ni escribir.

Un dato notable es que las primeras escuelas normalistas o normales (por su propósito de establecer normas) fueron creadas en el interior del país: Tucumán y Paraná. Durante su ministerio se fundaron más de mil escuelas, multiplicando por veinte las existentes hasta ese momento. Al acercarse el final del mandato de Sarmiento, el sanjuanino promovió sin fisuras a su ministro más querido, que abandonó el cargo para hacer la campaÑa electoral.

Para imponer a Avellaneda, debió sortear una revolución encabezada por Bartolomé Mitre que aspiraba a su segunda presidencia, que nunca logró.

PRESIDENTE

Su llegada a la presidencia el 12 de octubre de 1874 marcó un avance institucional significativo: Avellaneda fue el primer presidente argentino que no peleó en las guerras civiles.

Sarmiento lo homenajeó diciendo que era el primero de los mandatarios que no sabía portar un arma. Supo tranquilizar los espíritus luego de la revolución encabezada por Mitre, "condenando" a don Bartolo a viajar a Mendoza y dar por cumplida su sanción con la terminación de la escritura de la historia de José de San Martín.

Así fue que el antiguo presidente continuó la investigación de la vida del Libertador y redactó una de las obras fundamentales de la historiografía argentina: "Historia de San Martín y la emancipación americana". Es de destacar una confusión habitual que dice que Avellaneda sería el presidente más joven de nuestra historia.

Al tomar su fecha de bautismo se cuenta mal la edad. Ese lugar lo ocupa el otro tucumano presidente Julio Argentino Roca, que al asumir tenía 37 aÑos y 3 meses. Avellaneda tenía al jurar la presidencia 38 aÑos recién cumplidos. Para la provincia de Santiago del Estero, fue un período de gran inestabilidad, ya que el nuevo presidente desconfiaba de Absalón Ibarra, hijo del caudillo Juan Felipe Ibarra, gobernador que había apoyado a Mitre en la revolución de 1874.

Se sucedieron en seis aÑos Ibarra, Octavio Gondra, Gregorio Santillán, José Olaechea, Mariano Santillán y Pedro Gallo. Las políticas del presidente Avellaneda fueron progresistas, pero se destacan tres:

EL CUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES FINANCIERAS DEL ESTADO Los recurrentes déficits de las cuentas fiscales, sumados al incremento de los intereses por la deuda pública provocado por la gran crisis financiera universal de 1875, hicieron que el presidente tomara la decisión de cumplir los compromisos del Estado como fuera.

Así pronunció una alegórica frase que aún hoy se malinterpreta: "La República puede estar dividida hondamente en partidos internos pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraÑos.

Hay dos millones de argentinos que economizarán sobre el hambre y su sed para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe en los mercados extranjeros". Avellaneda quiso demostrar el compromiso de los argentinos con el cumplimiento de sus deudas. Esta política convirtió a la Argentina en uno de los países más confiables del mundo a principios del siglo XX. Vale recordar que durante la Primera Guerra Mundial ese prestigio hizo que la Argentina fuera la depositaria en sus embajadas europeas de la mayor cantidad de oro de particulares, superando incluso a Estados Unidos.

Con el fin de equilibrar las cuentas del Estado nacional, dispuso una rebaja de los salarios de los funcionarios estatales, la restricción de los gastos a la mínima expresión, y la aplicación de impuestos sobre las importaciones, lo que provocó una tímida sustitución de las mismas desarrollando algunas industrias, cuyos propietarios fundaron el Club Industrial, antecedente directo de la Unión Industrial Argentina.

En poco tiempo los resultados permitieron además fomentar la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes promovidos por el gobierno, que veían al país como su futuro posible.

LA CAMPAÑA AL DESIERTO

La política ancestral de negociaciones con los "indios" (se usa la terminología del tiempo histórico aludido) no daba resultados favorables al Estado argentino. Sobre todo los malones de la primera mitad de la década de 1870 mostraron el fracaso de esa política, ya que los muertos, las cautivas y los saqueos de propiedades, sobre todo de ganado que era vendido en Chile, eran sentidos por la mayoría de los pueblos y los gobiernos de las provincias de frontera (Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires) como crímenes que merecían ser castigados. El primer ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, Adolfo Alsina, tuvo el objetivo de establecer una frontera física que evitara el avance de los malones y sobre todo el robo de ganado.

Así nació la "zanja de Alsina", una muralla defensiva de más de quinientos kilómetros entre las afueras de Bahía Blanca y Realicó, con fortines cada kilómetro y medio y comandancias de frontera en Puán, Carhué, Guaminí y Trenque Lauquén, entre otras instalaciones militares. Contra esta estrategia defensiva se plantó el jefe de fronteras, el general Julio A. Roca.

A pesar del respaldo del presidente Avellaneda a su ministro, cuando éste murió a principios de 1877, eligió para sucederlo al disconforme Roca, quien planteó una campaÑa militar para tomar dominio territorial de toda la Patagonia. La circunstancia histórica era inmejorable ya que Chile, país aspirante a quedarse con los territorios australes, estaba en guerra contra Perú y Bolivia.

A cambio de la neutralidad argentina en la guerra del Pacífico, Chile debió olvidar sus pretensiones sobre la Patagonia. El gobierno decidió cumplir una vieja ley que ordenaba la "conquista del desierto", a través de una operación militar, que sería ordenada por el presidente Avellaneda. El ministro Roca organizó un ejército de quince mil hombres que en solo tres meses ocuparon el territorio entre la antigua frontera (una difusa línea que partía desde Bahía Blanca, pasaba por Río Cuarto y terminaba en San Rafael) y el río Negro.

Baste decir que la opinión pública recibió a Roca como una suerte de segundo San Martín. El debate sobre la campaÑa al desierto es uno de los más equivocados de nuestra historiografía, ya que se lo descontextualiza y se centra en la figura de Roca, y no en la de los mandantes políticos (el presidente y el congreso).

Es un tema que trataremos con más profundidad en una próxima ocasión. Entre 1879 y 1881 la Argentina duplicó su territorio continental y se convirtió en el país de habla hispana más extenso del orbe.

BUENOS AIRES COMO CAPITAL FEDERAL DE LA REPúBLICA

Hacia el final del mandato de Avellaneda vuelve a presentarse el problema común a estos tiempos: la elección del sucesor. Si bien la tradición suele agigantar el valor de la campaÑa patagónica en el logro de la presidencia por parte de Roca, hay que decir que fue muy importante la decisión de los dirigentes del interior de sostener a quien creyeron como el hombre del momento. Buenos Aires vuelve a verse desplazada de esta decisión fundamental, e inicia nuevamente el camino de la revolución, como en 1874, de la mano de su gobernador, Carlos Tejedor.

Durante esta revuelta, fueron notables los discursos pacifistas del presidente, que fueron criticados tanto por sus amigos, como por sus adversarios, pero ponen de manifiesto su alta visión de la gestión del Estado nacional en pos de la concordia de los argentinos. Alguno de esos discursos debió ser interrumpido por los disparos que recibió el frente de su casa, mientras Avellaneda hablaba desde su puerta.

En medio de estos hechos se produjo la repatriación de los restos del Libertador General José de San Martín y el festejo del centenario de Bernardino Rivadavia.

La derrota de Buenos Aires significó un ostracismo por largos aÑos de los núcleos de decisión fundamentales desde su rol de provincia, y además permitió la resolución de un problema que la Argentina arrastraba desde setenta aÑos atrás: la capital.

Desde Belgrano, donde se había trasladado el gobierno en tiempos de la revolución, se capitalizó a la ciudad de Buenos Aires (luego Juárez Celman le agregaría los partidos de Flores y Belgrano) y se obligó a la provincia a buscar una nueva capital. La ciudad de La Plata fue la magnífica solución a este problema.

RECTOR Y SENADOR

Terminada su presidencia y a pesar de su quebrantada salud, siguió comprometido con los cargos públicos.

Así fue como se hizo cargo de una comisión formada como consecuencia de la federalización de Buenos Aires, a raíz de la nacionalización definitiva de la Universidad, para organizarla.

Fue nombrado luego rector de la Universidad. Al tiempo, en 1882 fue elegido senador nacional por su provincia natal. En ese cargo lo encontrará la muerte. Su más importante proyecto fue la ley orgánica de las universidades nacionales, en ese entonces las de Córdoba y Buenos Aires. Esa norma fue conocida como ley Avellaneda y rigió los destinos académicos y administrativos de las universidades hasta la Reforma Universitaria de 1918.

MUERTE A PASOS DE LA PATRIA

A pesar de su relativa juventud, su salud tuvo varios achaques, entre ellos el mal de Bright, que lo hizo viajar a Europa para conseguir una cura que se le negaba en el país.

La ciencia de su tiempo no pudo salvarlo, y en su agonía decidió morir en la patria. Así fue como se embarcó en el vapor "Congo", rumbo a Buenos Aires. La derrota marítima fue muy lenta y al arribar a Montevideo, ya Avellaneda no tenía conciencia. Murió frente a la isla de Flores, en el río de la Plata, a pocos kilómetros de tocar tierra argentina el 25 de noviembre de 1885. Tenía 49 aÑos. Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta y su monumento fúnebre es una de las maravillas artísticas de ese panteón nacional, obra del francés Jules Felix Coutan. Su casa en San Miguel de Tucumán, frente a la Catedral, es el Museo Histórico Provincial y el país le ha dedicado gran cantidad de homenajes: el monumento en su honor en Buenos Aires fue creado por José Fioravanti; su escultura en la plaza Alsina de la ciudad que lleva su nombre, al sur del Riachuelo, fue realizada por Lola Mora; y decenas de calles, avenidas, pueblos, parajes, escuelas, plazas y parques en todo el país llevan su nombre.

Una de las principales calles de la ciudad de Santiago del Estero y un departamento de la provincia lo recuerdan.

No fue feliz la decisión de cambiar el nombre de la estación del Ferrocarril General Roca que lo homenajeaba hasta hace pocos aÑos. Se conserva todo el mobiliario de su casa en el Museo Histórico Sarmiento de Buenos Aires.

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