Hacer la voluntad de Dios Hacer la voluntad de Dios
Entonces llegaron su madre
y sus hermanos y, quedándose
afuera, lo mandaron
llamar.
La multitud estaba sentada
alrededor de Jesús, y le dijeron:
“Tu madre y tus hermanos
te buscan ahí afuera”.
El les respondió: “¿Quién
es mi madre y quiénes son mis
hermanos?”.
Y dirigiendo su mirada sobre
los que estaban sentados
alrededor de él, dijo: “Estos
son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad
de Dios, ese es mi hermano,
mi hermana y mi madre”.
Comentario
En la época de Jesús no se
estilaba la emancipación de
los hijos solteros, tan típica de
las sociedades occidentales
modernas (si las crisis económicas
no lo impiden). Por eso,
este desaire de Jesús hacia su
familia tuvo que resultar llamativo,
quizá escandaloso.
Sus oyentes conocían bien el
mandamiento “honra a tu padre
y a tu madre”, y pertenecían
a una cultura en la que los
lazos familiares eran mucho
más fuerte que en la nuestra.
Jesús tuvo que desconcertar.
Y tal vez el evangelista
Marcos quiso acentuar el desconcierto:
en un párrafo tan
breve, afirma hasta dos veces
que los parientes de Jesús
“están fuera”. ¿Querrá insinuar
que están “fuera de órbita”,
que en relación con Jesús
no se enteran de la misa la
media, que el parentesco carnal
no ayuda? Algo muy extraño
en ese momento.
Existe toda una veta de la
tradición evangélica que carga
las tintas contra la familia
de Jesús. En este mismo evangelio,
un par de páginas más
atrás, escribe el autor que
“los suyos salieron a llevárselo
porque decían: está fuera
de sí” (Mc 2,20). ¿Se sentirían
quizá avergonzados de él,
de su extraño estilo de vida? Y
el cuarto evangelio nos informa
sin tapujos que “ni sus hermanos
creían en él” (Jn 7,5) (no
entramos ahora en el espinoso
asunto del parentesco de
estos “hermanos” con Jesús,
asunto quizá carente de interés
para los evangelistas, que
no se molestaron en aclarárnoslo).
En Jesús todo resulta novedoso.
Su convicción de que
entramos en una nueva época
de la historia le lleva a relativizar
tradiciones e instituciones.
No descalifica el pasado
religioso de su pueblo, y menos
aún el Decálogo, pero afirma
que el Reino es una fuerza
tan poderosa que, si se lo acoge,
puede hacer estallar los
modelos “de siempre”, abriendo
a otras posibilidades. “Si
uno está en Cristo es una criatura
nueva” (2Co 5,17).
Jesús tuvo la amarga experiencia
de familias carnales
que entorpecieron a algunos
el alistarse en su seguimiento.
Uno lo pospuso con este
simple pretexto: “déjame antes
despedirme de los de mi
casa”; a otros tuvo que decirles:
“no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra; uno
solo es vuestro Padre, el del
cielo”.