Evangelio según San Lucas 10,1-9. Evangelio según San Lucas 10,1-9.
setenta y dos, y los envió de
dos en dos para que lo precedieran
en todas las ciudades
y sitios adonde él debía
ir.
Y les dijo: “La cosecha
es abundante, pero los trabajadores
son pocos. Rueguen
al dueño de los sembrados
que envíe trabajadores
para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como
a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja,
ni calzado, y no se
detengan a saludar a nadie
por el camino.
Al entrar en una casa,
digan primero: ‘¡Que descienda
la paz sobre esta casa!’.
Y si hay allí alguien digno
de recibirla, esa paz reposará
sobre él; de lo contrario,
volverá a ustedes.
Pe rma n e z c a n e n e s a
misma casa, comiendo y
bebiendo de lo que haya,
porque el que trabaja merece
su salario. No vayan de
casa en casa.
En las ciudades donde
entren y sean recibidos, coman
lo que les sirvan; curen
a sus enfermos y digan a la
gente: ‘El Reino de Dios está
cerca de ustedes’”.
Comentario
Toda la Iglesia es apostólica
mientras permanezca,
a través de los sucesores
de san Pedro y de los
apóstoles, en comunión de
fe y de vida con su origen.
Toda la Iglesia es apostólica
en cuanto ella es “enviada”
al mundo entero;
todos los miembros de la
Iglesia, aunque de diferentes
maneras, tienen parte
en este envío. “La vocación
cristiana, por su
misma naturaleza, es también
vocación al apostolado”.
Se llama “apostolado”
a “toda la actividad del
Cuerpo Místico” que tiende
a “propagar el Reino de
Cristo por toda la tierra”
(Vaticano II: AA 2).
“Siendo Cristo, enviado
por el Padre, fuente y
origen del apostolado de la
Iglesia”, es evidente que la
fecundidad del apostolado,
tanto el de los ministros ordenados
como el de los laicos,
depende de su unión
vital con Cristo. Según sean
las vocaciones, las interpretaciones
de los tiempos,
los dones variados del Espíritu
Santo, el apostolado
toma las formas más diversas.
Pero siempre es la caridad,
alimentada sobre todo
en la Eucaristía, “que es como
el alma de todo apostolado”
(AA 3).
La Iglesia es una, santa,
católica y apostólica en
su identidad profunda y última,
porque en ella existe
ya y será consumado al
fin de los tiempos “el Reino
de los cielos”, “el Reino
de Dios”, que ha venido
en la persona de Cristo y
que crece misteriosamente
en el corazón de los que
le son incorporados hasta
su plena manifestación escatológica.
Entonces todos
los hombres rescatados
por él, hecho en él
“santos e inmaculados en
presencia de Dios en el
Amor ” (Ef 1,4), serán reunidos
como el único Pueblo
de Dios, “la Esposa del
Cordero”, “la Ciudad Santa
que baja del Cielo de junto
a Dios y tiene la gloria
de Dios; y “la muralla de
la ciudad se asienta sobre
doce piedras, que llevan
los nombres de los doce
apóstoles del Cordero”
(Ap 21,9-11.14).