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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 7,40-53.

16/03/2018 22:53 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 7,40-53. Evangelio según San Juan 7,40-53.

Algunos de la multitud

que lo habían oído, opinaban:

“éste es verdaderamente

el Profeta”.

Otros decían: “éste es el

Mesías”.

Pero otros preguntaban:

“¿Acaso el Mesías vendrá

de Galilea? ¿No dice la Escritura

que el Mesías vendrá

del linaje de David y de Belén,

el pueblo de donde era

David?”.

Y por causa de él, se

produjo una división entre

la gente.

Algunos querían detenerlo,

pero nadie puso las

manos sobre él.

Los guardias fueron a

ver a los sumos sacerdotes

y a los fariseos, y estos les

preguntaron: “¿Por qué no

lo trajeron?”.

Ellos respondieron: “Nadie

habló jamás como este

hombre”.

Los fariseos respondieron:

“¿También ustedes se

dejaron engañar?

¿Acaso alguno de los jefes

o de los fariseos ha creído

en él?

En cambio, esa gente

que no conoce la Ley está

maldita”.

Nicodemo, uno de ellos,

que había ido antes a ver a

Jesús, les dijo:

“¿Acaso nuestra Ley

permite juzgar a un hombre

sin escucharlo antes para

saber lo que hizo?”.

Le respondieron: “¿Tú

también eres galileo? Examina

las Escrituras y verás

que de Galilea no surge ningún

profeta”.

Y cada uno regresó a su

casa.

Comentario

El mensaje mesiánico de

Cristo y su actividad entre

los hombres terminan con la

cruz y la resurrección.

Debemos penetrar hasta

lo hondo en este acontecimiento

final que, de modo

especial en el lenguaje conciliar,

es definido mysterium

paschale, si queremos expresar

profundamente la

verdad de la misericordia,

tal como ha sido hondamente

revelada en la historia de

nuestra salvación.

En este punto de nuestras

consideraciones, tendremos

que acercarnos

más aún al contenido de la

Encíclica Redemptor Hominis.

En efecto, si la realidad

de la redención, en su

dimensión humana desvela

la grandeza inaudita del

hombre, que mereció tener

tan gran Redentor, al mismo

tiempo yo diría que la dimensión

divina de la redención

nos permite, en el momento

más empírico e “histórico”,

desvelar la profundidad

de aquel amor que

no se echa atrás ante el extraordinario

sacrificio del

Hijo, para colmar la fidelidad

del Creador y Padre respecto

a los hombres creados

a su imagen y ya desde

el “principio” elegidos, en

este Hijo, para la gracia y la

gloria.

Los acontecimientos del

Viernes Santo y, aun antes,

la oración en Getsemaní, introducen

en todo el curso

de la revelación del amor y

de la misericordia, en la misión

mesiánica de Cristo, un

cambio fundamental.

El que “pasó haciendo

el bien y sanando”, “curando

toda clase de dolencias

y enfermedades”. él mismo

parece merecer ahora

la más grande misericordia

y apelarse a la misericordia

cuando es arrestado,

ultrajado, condenado, flagelado,

coronado de espinas;

cuando es clavado en

la cruz y expira entre terribles

tormentos.

Es entonces cuando

merece de modo particular

la misericordia de los

hombres, a quienes ha hecho

el bien, y no la recibe.

Incluso aquellos que están

más cercanos a él, no saben

protegerlo y arrancarlo

de las manos de los opresores.

En esta etapa final de la

función mesiánica se cumplen

en Cristo las palabras

pronunciadas por los profetas,

sobre todo Isaías,

acerca del Siervo de Yahvé:

“por sus llagas hemos sido

curados”.

“A quien no conoció el

pecado, Dios le hizo pecador

por nosotros”, escribía

san Pablo, resumiendo

en pocas palabras toda la

profundidad del misterio de

la cruz y a la vez la dimensión

divina de la realidad de

la redención.

Justamente esta redención

es la revelación última

y definitiva de la santidad

de Dios, que es la plenitud

absoluta de la perfección:

plenitud de la justicia y del

amor, ya que la justicia se

funda sobre el amor, mana

de él y tiende hacia él.

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