La hora del Hijo del Hombre (Juan 12,20-33) La hora del Hijo del Hombre (Juan 12,20-33)
Entre los peregrinos
que han subido a Jerusalén
para celebrar la Pascua
y que desean encontrarse
con Jesús están
unos griegos. Andrés y
Felipe, son los responsables
de que ellos se acerquen
a Jesús y lo conozcan,
es decir, que crean
en él.
Ante la propuesta
de conocerlo, Jesús dice:
“Ha llegado la hora
en que el Hijo del Hombre
va a ser glorificado”.
La ocasión de la venida
de los griegos es para
Jesús un signo de que
la ‘hora’ ha llegado. Es la
hora de la Cruz, la hora
de dar la vida por los demás.
La Cruz nos muestra
cuántos nos ama
Dios, es el signo del odio
de los hombres que Jesús
transforma en un signo
de amor: dar la vida por
los demás.
La muerte en la Cruz
no es un hecho aislado en
la vida de Jesús. él vivió
haciendo el bien, amando
y sirviendo a los demás:
cuando curaba a los
enfermos, cuando perdonaba
a los pecadores,
cuando compartía la mesa
con los pobres. Así era
su vida, sirviendo a los
demás para manifestar
que Dios ama a sus hijos
y nunca se olvida de ellos.
La Cruz es la culminación
de una vida al servicio de
los hermanos, el mayor
signo de amor y servicio.
Para que entendamos
su mensaje y podamos
imitar su vida, la compara
con el grano de trigo
que cae en tierra y muere
para dar fruto. Sólo muriendo,
dando la vida en
el amor servicial, generamos
vida a nuestro alrededor.
La vida es un don
de Dios para ser entregada
como regalo de amor a
los hermanos. Solo así se
puede ser dar fruto, ser
feliz.
Contrariamente a lo
que piensa la mayoría de
la gente, que la felicidad
está en apegarse a las cosas
materiales, al éxito, a
las personas, Jesús nos
enseña que la vida consiste
en darse, en amar y
servir a los demás. Cuanto
más amo y sirvo, más
desapegado estoy y más
feliz seré. El apegarse, el
encerrarse en uno mismo
lleva la muerte. Sólo
el amor conduce a la vida.
Conclusión
Los cristianos de
hoy necesitamos redescubrir
el sentido
de nuestra vocación.
Jesús nos ha llamado
para ser sus discípulos,
para anunciar
que él vive junto a
nosotros, que su Reino
llega a nuestras vidas
cuando lo recibimos
como regalo de
su infinita misericordia
y lo hacemos patente
en el servicio a los
demás. Como dice San
Pablo “de buena gana
entregaré lo que tengo y
hasta me entregaré a mí
mismo, para el bien de
ustedes”. Es ese el mejor
programa para los cristianos,
la única forma de
agradar a Dios y ser feliz.
Dar hasta que duela
como decía la Madre Teresa,
dar todo, darse a sí
mismo para que los demás
sean felices.
En un mundo con tantas
manifestaciones de
egoísmo, de individualismo,
y violencia, frente
a la cultura de la muerte
que desprecia la vida, los
cristianos debemos ser
signo de amor que recoja
lo débil y pequeño, que
ilumine tanta oscuridad
y de sabor a la vida con
gestos de ternura, de cercanía
y solidaridad a los
hermanos.