Evangelio según San Juan 12,1-11. Evangelio según San Juan 12,1-11.
Jesús volvió a Betania,
donde estaba Lázaro, al que
había resucitado. Allí le prepararon
una cena: Mar ta
servía y Lázaro era uno de
los comensales.
María, tomando una libra
de perfume de nardo puro,
de mucho precio, ungió con
él los pies de Jesús y los secó
con sus cabellos. La casa
se impregnó con la fragancia
del perfume.
Judas Iscariote, uno de
sus discípulos, el que lo iba
a entregar, dijo: “¿Por qué
no se vendió este perfume
en trescientos denarios para
dárselos a los pobres?”.
Dijo esto, no porque se
interesaba por los pobres,
sino porque era ladrón y, como
estaba encargado de la
bolsa común, robaba lo que
se ponía en ella.
Jesús le respondió: “Déjala.
Ella tenía reservado este
perfume para el día de mi
sepultura. A los pobres los
tienen siempre con ustedes,
pero a mí no me tendrán
siempre”.
Entre tanto, una gran
multitud de judíos se enteró
de que Jesús estaba allí,
y fueron, no sólo por Jesús,
sino también para ver a Lázaro,
al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes
resolvieron matar
también a Lázaro, porque
muchos judíos se apartaban
de ellos y creían en Jesús, a
causa de él.
Comentario
“La fragancia de los perfumes
es exquisita” se lee
en el Cantar de los Cantares
(1-3). Distingo varias especias...
Hay el perfume de la
contrición y el de la piedad;
hay el perfume de la compasión...
Hay un primer perfume
que el alma compone para
su propio uso cuando,
presa en la red de sus muchos
pecados, comienza a
reflexionar sobre su pasado.
Reúne entonces el mortero
de su conciencia, para aglomerar
y mezclar, los muchos
pecados que había cometido;
y en la perola de su corazón
ardiendo, los cuece en el
fuego de la penitencia y de la
contrición... Este es el perfume
con el que el alma pecadora
cubre los inicios de
su conversión y unge sus llagas
recientes; porque el primer
sacrificio que hay que
ofrecer a Dios es un corazón
arrepentido. Mientras el
alma, pobre y miserable, no
tiene con qué componer un
ungüento más precioso...