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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 21,1-14.

05/04/2018 22:56 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 21,1-14. Evangelio según San Juan 21,1-14.

Jesús se apareció otra

vez a los discípulos a orillas

del mar de Tiberíades.

Sucedió así: estaban juntos

Simón Pedro, Tomás, llamado

el Mellizo, Natanael, el

de Caná de Galilea, los hijos

de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: “Voy

a pescar”.

Ellos le respondieron:

“Vamos también nosotros”.

Salieron y subieron a la barca.

Pero esa noche no pescaron

nada.

Al amanecer, Jesús estaba

en la orilla, aunque los discípulos

no sabían que era él.

Jesús les dijo: “Muchachos,

¿tienen algo para comer?”.

Ellos respondieron: “No”.

El les dijo: “Tiren la red a

la derecha de la barca y encontrarán”.

Ellos la tiraron y

se llenó tanto de peces que

no podían arrastrarla.

El discípulo al que Jesús

amaba dijo a Pedro: “¡Es el

Señor!”.

Cuando Simón Pedro oyó

que era el Señor, se ciñó la

túnica, que era lo único que

llevaba puesto, y se tiró al

agua.

Los otros discípulos fueron

en la barca, arrastrando

la red con los peces, porque

estaban sólo a unos cien metros

de la orilla.

Al bajar a tierra vieron

que había fuego preparado,

un pescado sobre las brasas

y pan.

Jesús les dijo: “Traigan algunos

de los pescados que

acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la

barca y sacó la red a tierra,

llena de peces grandes: eran

ciento cincuenta y tres y, a

pesar de ser tantos, la red no

se rompió.

Jesús les dijo: “Vengan a

comer”. Ninguno de los discípulos

se atrevía a preguntarle:

“¿Quién eres”, porque sabían

que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el

pan y se lo dio, e hizo lo mismo

con el pescado.

Esta fue la tercera vez

que Jesús resucitado se apareció

a sus discípulos.

Comentario

Nosotros somos lentos en

darnos cuenta de esta gran

y sublime verdad que Cristo

camina aún, de cierta manera,

en medio de nosotros, y

con su mano, su mirada o su

voz nos hace señas para que

le sigamos.

Nosotros no comprendemos

que este llamado de

Cristo es una cosa que se

realiza todos los días, tanto

ahora como en el pasado.

Creemos fácilmente que era

común en los tiempos de los

apóstoles, pero no lo creemos

posible cuando nos concierne,

no estamos atentos a

buscarle cuando se trata de

nosotros.

Ya no tenemos los ojos

para ver al Maestro- todo lo

contrario del apóstol amado

que pudo reconocer a Cristo,

aun cuando los demás discípulos

no lo reconocían.

Y sin embargo estaba allí,

de pie en la orilla; era después

de su resurrección,

cuando estaba ordenando de

echar la red en el mar; fue entonces

que el discípulo que

Jesús amaba dijo a Pedro:

“¡Es el Señor!”.

Lo que quiero decir, es

que los hombres que llevan

una vida de creyentes perciben

de vez en cuando las

verdades que todavía no habían

visto, o sobre las cuales

su atención jamás había sido

atraída. Y de repente, se elevan

hacia ellos como un llamado

irresistible. Sin embargo,

se trata de verdades que

comprometen nuestro deber,

que toman el valor de preceptos

y que exigen la obediencia.

Es de esta manera, o por

medio de otras formas, que

Cristo nos llama ahora.

No hay nada milagroso o

extraordinario en esta manera

de hacer. Cristo actúa por

medio de nuestras facultades

naturales y de las circunstancias

mismas de la vida.

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