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Al matar a Luisito, Cortez y Fernández Oro creían que ganarían "poderes"

11/04/2018 00:00 Policiales
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Al matar a Luisito, Cortez y Fernández Oro creían que ganarían "poderes" Al matar a Luisito, Cortez y Fernández Oro creían que ganarían "poderes"

El 4 de abril del 2014, Alan Fernández Oro y Jesús Cortez asesinaron a Luisito Toloza asfixiándolo, golpeándolo y rematándolo con un adoquín, sangre con la que el primero se reencontraría con poderes umbandas, según elucubró.

Ello se desprende de los fundamentos del voto de los vocales Alfredo Pérez Gallardo, María E. Carabajal y José Luis Guzmán.

A las 13.20, los dos condenados pasaron ayer por los tribunales y después fueron conducidos al Penal de Varones de Alsina 850.

Según los votos, Fernández Oro fue el artífice del horror, un joven que lejos de la familia buscó refugio en casa de una travesti.

Rodeado de personajes nocturnos, Fernández Oro conoció a Gabriela Franco.

Sobrevino un amor con grises, ya que también la mujer habría vivido un affaire con uno de sus cuñados.

Con el tiempo, ella conoció a Luisito y a Cortez.

En los testimonios, Cortez señaló que frecuentaba "las sesiones umbandas en el patio de la casa de ella".

Ahondó: "Todos iban y bailaban descalzos".

A su turno, Fernández Oro dijo que cuando Franco lo sacó de su vida, vio llegar a la suya a Luisito.

Lo asumió como una traición, pero el tribunal lo procesaría como una excusa con ribetes sangrientos.

Luisito, sin querer, había cavado su propia tumba.

El 4 de abril, a las 19, la víctima fue a una estación de servicios. Aguardó hasta las 22 para una cita, pero era todo un engaño pergeñado, desde un falso perfil de facebook, por los acusados. Le anunciaron que conocería a una chica. En su lugar, aparecieron Fernández Oro y Cortez.

Luisito no sospechaba que al subir a la moto, viajaría sin escalas a la muerte.

Para los jueces, allí nació la alevosía: en la traición de dos sujetos que cobardemente llevaron al amigo, como cordero al matadero.

Ya en el monte, Fernández Oro ordenó a Luisito sacarse la camisa: con ella, lo habrían asfixiado.

Para el tribunal, la mecánica fue asfixia, trompadas en todo el cuerpo y un adoquín, con el que le destrozaron la cabeza.

Más allá de que los dos sujetos destilaron verdades edulcuradas, fue vital el testimonio de un preso, a quien Fernández Oro confió el homicidio de Luisito.

El umbandismo emerge como impronta: prólogo, trama y desenlace de la historia.

Según Fernández Oro, en tiempos de armonía había "investido" de poderes especiales a Luisito.

Al pulverizarse la amistad, por decantación, estos debían retornar a su dueño. Ironías del destino, al matarlo, él se transformó en un poderoso homicida umbanda.

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