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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 3,31-36.

11/04/2018 21:29 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 3,31-36. Evangelio según San Juan 3,31-36.

El que viene de lo alto está

por encima de todos. El

que es de la tierra pertenece

a la tierra y habla de la tierra.

El que vino del cielo da testimonio

de lo que ha visto y oído,

pero nadie recibe su testimonio.

El que recibe su testimonio

certifica que Dios es veraz.

El que Dios envió dice

las palabras de Dios, porque

Dios le da el Espíritu sin medida.

El Padre ama al Hijo y ha

puesto todo en sus manos.

El que cree en el Hijo tiene

Vida eterna. El que se niega a

creer en el Hijo no verá la Vida,

sino que la ira de Dios pesa

sobre él.

Comentario

El ambiente luminoso y

alegre de la Pascua no puede

ocultar las sombras que, pese

a todo, siguen existiendo

en nuestro mundo.

Lo vemos con claridad en

el texto de los Hechos, en el

que el valiente testimonio de

los Apóstoles encuentra la

fuerte oposición y las amenazas

de muerte por parte de

los poderosos de turno.

Ya lo había predicho Jesús:

“El siervo no es más que

su señor. Si a mí me han perseguido,

también os perseguirán

a vosotros” (Jn 15, 20).

La experiencia de la Pascua

incluye en sí la experiencia

de la Pasión del Señor.

Pero hay un diferencia. Ahora

el valor del testimonio sustituye

al temor anterior.

Las palabras de Jesús,

repetidas tras la Resurrección,

“no temáis” han surtido

efecto (es la acción del Espíritu),

y el valor engendra la

libertad frente a los poderes

que tratan de acallar la Palabra

y el testimonio: “Hay que

obedecer a Dios antes que a

los hombres”.

El valor y la libertad son

signos y expresión de la nueva

vida del Resucitado que opera

en los creyentes.

También hoy, de formas a

veces brutales, a veces sutiles,

se trata de acallar la Palabra

y el testimonio (por ejemplo,

tratando de recluir la fe al

ámbito de lo privado y subjetivo,

sin posibilidad de expresión

pública).

Ahí podemos preguntarnos

por la calidad de nuestra

fe, por nuestro valor para

testimoniar que Cristo ha resucitado,

para decir que debemos

obedecer a Dios (a su

Palabra, a su Evangelio) antes

que a los hombres (las

modas, las ideologías, lo políticamente

correcto).

El Dios que tanto amó al

mundo derrama con generosidad,

sin medida, el Espíritu

Santo, que no es sino al amor

del Padre al Hijo.

Y lo derrama con abundancia

para que en esta tierra

(símbolo aquí de una existencia

cerrada al amor, alejada de

Dios) se haga presente el cielo

(Dios Padre), el que viene del

cielo (el Hijo), para que los que

lo acogen con fe puedan ya,

desde ahora, disfrutar de esa

vida eterna en que consiste el

Amor del Padre al Hijo, la vida

del Espíritu.

La nueva vida de la resurrección

a la que nos incorporamos

por el bautismo no es

sino una vida centrada en el

amor. Y es que la salvación que

consiste en la plena comunión

con Dios y, en él, con los demás,

no puede entenderse más

que como amor: ser amado y

amar. Pero, ¿qué es el amor?

Palabra usada, abusada, gastada

y, tantas veces, prostituida,

suele identificarse con un

mero sentimiento voluble, rosa,

romántico que, como viene,

se va.

Pero el amor es mucho

más que sentimiento: abarca

la entera realidad personal,

todas sus dimensiones. Y

no puede ser de otra manera,

porque el Dios en el que creemos,

un Dios personal, habitado

por relaciones personales,

es amor. Así pues, el

amor, sí, siente, pero también

conoce y comprende, y, además,

quiere, decide, pasa a la

acción

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