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EL LIBERAL . Viceversa

Jaque al Inca

14/04/2018 21:33 Viceversa
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Jaque al Inca Jaque al Inca

Aún no puedo creerlo.

En veinte años de infatigables

investigaciones en archivos

de España y América,

no he encontrado algo

parecido a lo que la suerte

me acaba de deparar: en olvidado

legajo de la Biblioteca

Nacional de Lima se encuentra

reproducida una

partida de ajedrez jugada

el dos de agosto de 1533

por el Inca Atahualpa y uno

de sus captores, el tesorero

Alonso Riquelme. El “juego

de seso” -como lo definiera

el Rey Alonso el Sabio- era

desconocido en la América

precolombina y fue enseñado

al Inca por su protector,

el valiente capitán Hernando

de Soto, durante los

nueve meses que aquel estuviera

cautivo en Cajamarca;

lo practicaban a diario y

fue asimilado con extraordinaria

facilidad por el inteligente

prisionero, comunicándose

por medio del intérprete

Felipillo.

El Inca sólo jugaba con

su caballeroso maestro, a

quien pronto superó. El tablero

estaba toscamente

pintado sobre una mesa de

madera y los trebejos eran

de barro. Su amparador invariablemente

cedía al indio

las piezas blancas en

señal de respeto. Hasta mi

flamante descubrimiento,

se tenía por cierto que Atahualpa

siempre rehusó jugar

con otro que no fuera

su amigo y consejero, contestando

a todo desafío con

humilde grandeza, por medio

de Felipillo:“Yo juego

muy poquito y vuesa merced

juega mucho. La fatalidad

quiso que por única vez

-ahora lo sé-, aceptara jugar

una partida, con otro; ésta

fue, para su desgracia, con

Alonso Riquelme. En veintiocho

movidas finalizó el

juego con el triunfo de Atahualpa.

El antiguo manuscrito

narra el enojo de Riquelme

por la humillación

sufrida ante los custodios

del prisionero, los capitanes

Blas de Atienza, Juan

de Rada, Francisco de Chaves

y el mismo Hernando

de Soto. Su necedad hizo

que tratara al Inca de seor

fullero e indio puerco, ante

la mirada impasible del hijo

del sol, a quien este triunfo

iba a costarle la vida.

***

El torneo de ajedrez “V

Centenario” llega a su fin.

Experimento inexplicable

desasosiego porque mi rival

en esta última partida

-de la cual depende el triunfo-,

sea un peruano de desconocidos

antecedentes y

gastadas ropas, que no puede

disimular su incomodidad

ante el asedio de los periodistas.

Su figura desvalida

desentona con las arañas

de Murano, la boiserie

y las mullidas alfombras del

Club Argentino de Ajedrez.

Empero, su persona no está

exenta de cierto aire de majestuosa

dignidad. Mi contrincante

-curiosamentecomienza

su juego con una

antigua apertura desde hace

mucho tiempo obsoleta.

Nuestros movimientos son

maquinales, propios de autómatas,

como si cada jugada

y su respuesta estuvieran

predeterminadas. Los relojes

sobre la mesa han quedado

olvidados, reducidos

a simples objetos ornamentales.

***

He regresado a mi habitación

en el hotel de Lima y

paso la noche en duermevela.

Ahora conozco el motivo

que decidiera la suerte de

Atahualpa en el juicio que se

le siguiera y su consiguiente

ejecución el veintinueve de

agosto de 1533. La votación

fue de trece votos contra once,

a favor del injusto sacrificio.

El último en votar, el

que decidió el resultado, fue

el tesorero Alonso Riquelme.

En mi agitación, no sé

si sueño o imagino cuál pudo

ser la suerte del Tahuantisuyo

de no haber mediado

aquella fatídica partida

de ajedrez. Por mi mente

desfilan hombres pálidos

y barbados, otrora altivos y

orgullosos, sometidos quizá

durante siglos a la dominación

de otros hombres, taciturnos,

de piel morena y salientes

pómulos.

***

Después del movimiento

número veintisiete, mi rival

-mi oscuro rival que llama

castillo a la torre y se

vale de gambitos que no se

ven sino en viejísimos tratados-,

tiene el triunfo asegurado.

Inesperadamente, toma

su rey y lo tumba sobre

los escaques en señal de derrota,

ante el estupor de comentaristas

y público experto.

Sólo yo he podido observar

que antes de soltarlo

lo ha apretado por un momento

en su puño moreno,

a modo de tosca caricia. Se

levanta y se escabulle entre

el público, eludiendo toda

entrevista. En cuanto a mí,

los honores del triunfo y la

cuantiosa recompensa ya

me pertenecen. Lo demás:

flashes fotográficos, cámaras

de televisión, aplausos…

todo será muy pronto un

confuso recuerdo. Pero jamás

olvidaré que al estrechar

la mano de mi contrincante,

algo me impidió mirarle

a los ojos.

Cuento perteneciente al

libro “Cuentos de lesa

literatura” (1996).

Cuento perteneciente allibro “Cuentos de lesaliteratura” (1996).

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