Jaque al Inca Jaque al Inca
Aún no puedo creerlo.
En veinte años de infatigables
investigaciones en archivos
de España y América,
no he encontrado algo
parecido a lo que la suerte
me acaba de deparar: en olvidado
legajo de la Biblioteca
Nacional de Lima se encuentra
reproducida una
partida de ajedrez jugada
el dos de agosto de 1533
por el Inca Atahualpa y uno
de sus captores, el tesorero
Alonso Riquelme. El “juego
de seso” -como lo definiera
el Rey Alonso el Sabio- era
desconocido en la América
precolombina y fue enseñado
al Inca por su protector,
el valiente capitán Hernando
de Soto, durante los
nueve meses que aquel estuviera
cautivo en Cajamarca;
lo practicaban a diario y
fue asimilado con extraordinaria
facilidad por el inteligente
prisionero, comunicándose
por medio del intérprete
Felipillo.
El Inca sólo jugaba con
su caballeroso maestro, a
quien pronto superó. El tablero
estaba toscamente
pintado sobre una mesa de
madera y los trebejos eran
de barro. Su amparador invariablemente
cedía al indio
las piezas blancas en
señal de respeto. Hasta mi
flamante descubrimiento,
se tenía por cierto que Atahualpa
siempre rehusó jugar
con otro que no fuera
su amigo y consejero, contestando
a todo desafío con
humilde grandeza, por medio
de Felipillo:“Yo juego
muy poquito y vuesa merced
juega mucho. La fatalidad
quiso que por única vez
-ahora lo sé-, aceptara jugar
una partida, con otro; ésta
fue, para su desgracia, con
Alonso Riquelme. En veintiocho
movidas finalizó el
juego con el triunfo de Atahualpa.
El antiguo manuscrito
narra el enojo de Riquelme
por la humillación
sufrida ante los custodios
del prisionero, los capitanes
Blas de Atienza, Juan
de Rada, Francisco de Chaves
y el mismo Hernando
de Soto. Su necedad hizo
que tratara al Inca de seor
fullero e indio puerco, ante
la mirada impasible del hijo
del sol, a quien este triunfo
iba a costarle la vida.
***
El torneo de ajedrez “V
Centenario” llega a su fin.
Experimento inexplicable
desasosiego porque mi rival
en esta última partida
-de la cual depende el triunfo-,
sea un peruano de desconocidos
antecedentes y
gastadas ropas, que no puede
disimular su incomodidad
ante el asedio de los periodistas.
Su figura desvalida
desentona con las arañas
de Murano, la boiserie
y las mullidas alfombras del
Club Argentino de Ajedrez.
Empero, su persona no está
exenta de cierto aire de majestuosa
dignidad. Mi contrincante
-curiosamentecomienza
su juego con una
antigua apertura desde hace
mucho tiempo obsoleta.
Nuestros movimientos son
maquinales, propios de autómatas,
como si cada jugada
y su respuesta estuvieran
predeterminadas. Los relojes
sobre la mesa han quedado
olvidados, reducidos
a simples objetos ornamentales.
***
He regresado a mi habitación
en el hotel de Lima y
paso la noche en duermevela.
Ahora conozco el motivo
que decidiera la suerte de
Atahualpa en el juicio que se
le siguiera y su consiguiente
ejecución el veintinueve de
agosto de 1533. La votación
fue de trece votos contra once,
a favor del injusto sacrificio.
El último en votar, el
que decidió el resultado, fue
el tesorero Alonso Riquelme.
En mi agitación, no sé
si sueño o imagino cuál pudo
ser la suerte del Tahuantisuyo
de no haber mediado
aquella fatídica partida
de ajedrez. Por mi mente
desfilan hombres pálidos
y barbados, otrora altivos y
orgullosos, sometidos quizá
durante siglos a la dominación
de otros hombres, taciturnos,
de piel morena y salientes
pómulos.
***
Después del movimiento
número veintisiete, mi rival
-mi oscuro rival que llama
castillo a la torre y se
vale de gambitos que no se
ven sino en viejísimos tratados-,
tiene el triunfo asegurado.
Inesperadamente, toma
su rey y lo tumba sobre
los escaques en señal de derrota,
ante el estupor de comentaristas
y público experto.
Sólo yo he podido observar
que antes de soltarlo
lo ha apretado por un momento
en su puño moreno,
a modo de tosca caricia. Se
levanta y se escabulle entre
el público, eludiendo toda
entrevista. En cuanto a mí,
los honores del triunfo y la
cuantiosa recompensa ya
me pertenecen. Lo demás:
flashes fotográficos, cámaras
de televisión, aplausos…
todo será muy pronto un
confuso recuerdo. Pero jamás
olvidaré que al estrechar
la mano de mi contrincante,
algo me impidió mirarle
a los ojos.
Cuento perteneciente al
libro “Cuentos de lesa
literatura” (1996).
Cuento perteneciente allibro “Cuentos de lesaliteratura” (1996).