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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 15,1-8

28/04/2018 22:57 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 15,1-8 Evangelio según San Juan 15,1-8

La viña en la tradición bíblica simboliza al pueblo de Israel en el marco de la historia de la elección y la alianza. Esta viña, llamada a dar “frutos” de justicia y fidelidad, se convirtió en “viña bastarda”, pero, a pesar de su fracaso, Dios la hará florecer, la fructificará. En tiempos de la comunidad juánica, este relato “invita” a los discípulos a ser fieles, a “permanecer” unidos a Jesús frente a la  persecución generada por el abandono de la sinagoga judía. No caben dudas de que para el evangelista se da una transposición simbólica entre el pueblo de Israel y Jesús.

Ahora, la elección y alianza de Dios recae sobre el Hijo, Jesús es ahora “la vid”, en él los creyentes se hacen herederos de la promesa, si se unen a él hasta identificarse con él.

Jesús es la vid y el Padre el viñador.

Esta viña es la “verdadera”, porque en Jesús se cumple con exclusividad la promesa del Padre. Y es el mismo Padre, el que tiene la tarea de limpiar los sarmientos para que den fruto, de tal manera que la nueva comunidad de alianza, Jesús en unidad con sus discípulos, de fruto.

Los discípulos están ya limpios, pueden producir frutos porque Jesús los ha limpiado transmitiéndoles la Palabra.

Depende de ellos el “permanecer” unidos a él, es decir, adherirse fielmente a Cristo. Si así permanecen podrán dar frutos. La unión con Jesús es la condición para que los sarmientos den fruto. Los discípulos quedan transformados por dentro: su nuevo ser es el del Hijo. Pero para mantener esta unidad y ser parte de la viña que da fruto tienen que ser fieles. Separados de Jesús, los discípulos, nada pueden hacer, se “secan” y son echados fuera.

 

Conclusión

El cristianismo no es principalmente una comunidad sociológica, sino una comunidad de fe, que recibe la salvación en la comunión con Jesús. De la unidad en Jesús depende que podamos vivir la fraternidad y ser testigos en el mundo. Sin la presencia viva de Jesús entre nosotros, nuestra vida de fe es superficial, la comunión mera palabra y la misión, ocasional e infecunda. Sólo en comunión con Jesús podemos vivir en comunidades de fe vivas, fraternas, solidarias, misioneras.

Sin Jesús no hay vida en la Iglesia. ¿Acaso la falta de comunión y de espíritu misionero en la Iglesia no es consecuencia del abandono de proyecto de Jesús? ¿Acaso no hemos reemplazo a Jesús por tradiciones humanas y normativas institucionales? Volver a él, seguirlo, identificarnos con su persona y su causa, ese es el desafío mayor en estos tiempos del andar cristiano.


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