Evangelio según San Juan 15,1-8. Evangelio según San Juan 15,1-8.
“Yo soy la verdadera vid y
mi Padre es el viñador. El corta
todos mis sarmientos que
no dan fruto; al que da fruto,
lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios
por la palabra que yo les
anuncié. Permanezcan en mí,
como yo permanezco en ustedes.
Así como el sarmiento no
puede dar fruto si no permanece
en la vid, tampoco ustedes,
si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos. El que permanece
en mí, y yo en él, da mucho
fruto, porque separados de
mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece
en mí, es como el sarmiento
que se tira y se seca; después
se recoge, se arroja al fuego
y arde. Si ustedes permanecen
en mí y mis palabras permanecen
en ustedes, pidan lo
que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste
en que ustedes den fruto
abundante, y así sean mis discípulos”.
Comentario
Qué manía con delimitar
las pertenencias, las identidades,
marcar la línea del dentro
o fuera... y por supuesto,
siempre bajo mi perspectiva
y criterio. “Los buenos,
los fieles al ideal son aquellos
que cumplen las mismas normas
que yo”. Nadie tiene derecho
a salvarse fuera de este
perímetro tan ‘puramente
delimitado’. Desde este planteamiento
resulta fácil generar
la disquisición moral de si
alguien que salta al recinto en
los cinco últimos minutos de
su vida tiene o no el derecho
adquirido a la salvación garantizada
para “los puros del
sistema; o tantas otras que la
historia y el anecdotario moral
nos tiene planteadas. ¡Imponemos
tantas circuncisiones
a los demás! ¡Hay tanta
gente a la que dejamos fuera!
Pero si la acción de Jesús era
precisamente estar con los
otros, los pecadores y transgresores,
los excluidos por leprosos,
las prostitutas amenazadas
por la ley, los lisiados
proscritos... ¿Quién soy
yo para establecer límites a la
acción salvadora del Padre?
¿No es ahí donde él proclama
la Bienaventuranza del Reino?
Si el único requisito es engancharse
a Cristo como el
‘sarmiento a la vid’ y dejar que
su savia corra por mis venas
para dar frutos de autenticidad
que se traduzcan en frutos
de misericordia de Dios,
de perdón y reconciliación
con el hijo que se había perdido
y tanto daño y ofensa causó,
frutos de Paz y Justicia...
Si no hay más requisito ¿Quién
soy yo para imponer “circuncisiones
a los otros sarmientos
y podas al viñador”? Algunos
cuando oímos eso de
la ‘alegría del evangelio’ hacemos
una fiesta tan íntima y reducida
que acabamos por no
invitar ni compartir con nadie,
y cuando el Papa nos invita a
ser ‘Iglesia en salida’ nos damos
una vuelta por el porche
de nuestro cubículo de santidad
para decir aquello de ‘¡qué
mal está el mundo, ya no se
circuncida como antes!