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EL LIBERAL . El Evangelio

Como el Padre amó, yo los he amado

05/05/2018 23:04 El Evangelio
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Como el Padre amó, yo los he amado Como el Padre amó, yo los he amado

Dios es amor y todo

lo que procede de él

tiene el sello del amor.

La creación entera, con

sus formas y colores, las

montañas, los mares y

ríos, los glaciares y hielos,

los bosques y selvas

preñados de vida, las razas

y pueblos, cada uno

de nosotros, en nuestros

ambientes, nuestras culturas

y expresiones artísticas,

el trabajo sacrificado

de los que cada mañana

somos aliados del

acto creador de Dios, el

amor humano, la familia,

la sonrisa de los niños,

la sabiduría de los

abuelos, todo es signo y

huella del amor de Dios.

La historia de salvación,

el afán del Padre

para que sus hijos encuentren

la felicidad, la

venida de su Hijo, hecho

hombre en Jesús, como

nosotros, junto a nosotros,

es presencia y cercanía

del amor de Dios.

La infinita misericordia

de Jesús cuando anuncia

las buenas nuevas del

Reino, cuando cura a los

enfermos, perdona a los

pecadores, se sienta a la

mesa para compartir el

pan de los pobres, alienta

a los caídos e incluye

a los marginados, revela

que Dios es amor y sólo el

amor sana, salva y comunica

la vida.

Jesús vive en el amor,

es su atmósfera vital, su

modo de ser y de estar en

el mundo, para mostrarnos

que sólo si nos dejamos

amar por Dios, estaremos

en condiciones

de amarnos los unos a

los otros. Por eso, para

ser fiel al amor de Dios,

entrega su vida. Jesús

convierte la Cruz, signo

del odio y la intolerancia

humana, en símbolo

del amor verdadero:

“no hay amor más grande

que dar la vida por los

amigos”. De eso se trata

la vida, ese es el verdadero

amor, el que se da,

el que se entrega, el que

nada se guarda para sí.

De ese amor, generoso

y pleno de vida, el

amor de Jesús, nace el

amor entre los discípulos:

“ámense los unos

a los otros como yo los

he amado”. La auténtica

fraternidad, nace y se

nutre en el amor de Dios.

Por eso Jesús invita a los

discípulos a permanecer

en su amor, de lo contrario

la fraternidad será

imposible.

Conclusión

Hoy, en un mundo

signado por el odio, el

individualismo y la increencia,

el amor de comunión

entre los cristianos,

sea cual sea denominación

eclesial, es un

signo de que Jesús está

vivo entre nosotros y nos

invita a hacer comunión

con él para que recibiendo

su vida nuestro gozo

sea pleno. Porque Jesús

ha venido a salvar al

mundo, y para que en él

todos tengamos vida.

Un cristianismo que

vive la realidad del amor,

siempre nuevo y creativo,

amor sin fronteras

que trasciende razas, religiones,

clases sociales,

culturas; amor al servicio

de la vida y la fraternidad

universal, hace

creíble el mensaje del

Reino y muestra el “rostro”

misericordioso de

Dios.

La Iglesia tiene que

vencer el miedo a abandonar

las viejas doctrinas

y estructuras que la alejan

de Dios y de los hombres,

permanecer en comunión

con Jesús viviendo el

mandamiento del amor.

Así podrá ser una comunidad

abierta, misionera,

y servicial que sale al encuentro

de las personas

para ofrecerles el don del

amor de Dios, que

los hará libres y

les permitirá dar

frutos duraderos.

Ese es su desafío,

transparentar en

el mundo al Dios

amor.

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