Evangelio según San Juan 16,16-20. Evangelio según San Juan 16,16-20.
“Dentro de poco, ya no me
verán, y poco después, me
volverán a ver”.
Entonces algunos de sus
discípulos comentaban entre
sí: “¿Qué significa esto
que nos dice: ‘Dentro de poco
ya no me verán, y poco después,
me volverán a ver’? ¿Y
qué significa: ‘Yo me voy al
Padre’?”.
Decían: ‘¿Qué es este poco
de tiempo? No entendemos
lo que quiere decir”.
Jesús se dio cuenta de
que deseaban interrogarlo y
les dijo: “Ustedes se preguntan
entre sí qué significan mis
palabras: ‘Dentro de poco,
ya no me verán, y poco después,
me volverán a ver’.
Les aseguro que ustedes
van a llorar y se van a lamentar;
el mundo, en cambio, se
alegrará. Ustedes estarán
tristes, pero esa tristeza se
convertirá en gozo”.
Comentario
El punto de par tida de
nuestra reflexión son las palabras
del evangelio que nos
señalan a Jesús como Hijo y
Revelador del Padre.
Todo en él: su enseñanza,
su ministerio, e incluso su estilo
de vida, remite al Padre
(cf. Jn 5, 19. 36; 8, 28; 14, 10;
17, 6).
El Padre es el centro de
la vida de Jesús y, a su vez,
Jesús es el único camino para
llegar al Padre. “Nadie va al
Padre sino por mí” (Jn 14, 6).
Jesús es el punto de encuentro
de los seres humanos con
el Padre, que en él se ha hecho
visible: “El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: “Muéstranos
al Padre”? ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre
está en mí?” (Jn 14, 9-10).
La manifestación más
expresiva de esa relación
de Jesús con el Padre se da
en su condición de resucitado,
vértice de su misión
y fundamento de vida nueva
y eterna para cuantos creen
en él.
Pero la unión entre el Hijo
y el Padre, como la que existe
entre el Hijo y los creyentes,
pasa por el misterio de
la “elevación” de Jesús, según
una típica expresión del
evangelio de san Juan. Con el
término “elevación”, el evangelista
indica tanto la crucifixión
como la glorificación
de Cristo. Ambas se reflejan
en el creyente: “El Hijo del
hombre tiene que ser elevado,
para que todo el que crea
tenga por él vida eterna. Porque
tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida
eterna” (Jn 3, 14-16).
Esta “vida eterna” no es
más que la par ticipación
de los creyentes en la vida
misma de Jesús resucitado
y consiste en ser insertados
en la circulación de
amor que une al Padre y al
Hijo, que son uno.