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EL LIBERAL . Opinión

"Señor Forastero, danos la valentía de aceptar nuestra cruz"

14/05/2018 00:00 Opinión
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"Señor Forastero, danos la valentía de aceptar nuestra cruz" "Señor Forastero, danos la valentía de aceptar nuestra cruz"

Esta corta y bellísima invocación la rezamos en particular en la Semana Santa, cuando revivimos los misterios de salvación del Cristo que entregó su vida para rescatarnos del poder del mal y la muerte. Adoramos con todo nuestro ser al Enviado de Dios, el rostro misericordioso de Dios, el Hijo de Dios que asumió nuestra condición humana, el hermano nuestro que nos lleva a la comunión con el Padre. El designio de Dios es salvar.  Lo adoramos porque nos compró con su sangre derramada en la cruz.

Lo adoramos y bendecimos porque su amor transforma desde dentro la condición pecadora de todos nosotros. Lo adoramos porque nos amó primero, sin echarnos en cara nuestros egoísmos, infidelidades, injusticias,  y toda clase de maldad. Lo adoramos porque venció el mal y la muerte y vive para siempre. Este Señor que entregó su vida en la cruz, por amor, ha vencido: resucitó y vive. Es nuestra esperanza y el camino seguro de nuestra meta.

La Ascensión del Señor es fiesta de alegría y esperanza. Todo lo humano tiene nuevo brillo y sentido, porque el Señor con su cuerpo glorificado subió a los cielos. La humanidad transfigurada y glorificada participa de la Gloria y Eternidad. Misterio de Fe y Vida. El proyecto de Dios es la vida. En Jesús muerto, resucitado y glorificado ha vencido la vida. En un mundo que ha perdido la alegría y esperanza, esta celebración nos renueva sueños, proyectos, compromisos y luchas. Por ello venimos a Mailín: a encontrarnos con el Señor de la Vida.

Cierto que venimos cargados de preocupaciones, quebrantos, tristezas, de lágrimas, de dolor familiar y comunitario. Sentimos hondamente que el Reino del Mal está a un paso o   estamos inmersos en él. Por momentos, nos caemos, sin fuerzas, descreídos, a veces también desesperanzados como los apóstoles frente a la Pasión de su Maestro. No comprendemos la Cruz del amigo Jesús. Tampoco comprendemos las nuestras. Pero el Señor siempre nos espera para recrear su vida en nosotros. Sólo el Amor hace nuevas todas las cosas. Junto al Señor nada es imposible: con él renace la esperanza de una vida más digna.

“Cuando sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí.” Jn 12,32.  En la cruz, el mundo y el príncipe de este mundo (Satanás) serán juzgados (vv. 31-33). Jesús, clavado en la cruz, es el supremo signo de contradicción para todos los hombres: quienes le reconocen como Hijo de Dios se salvan; quienes le rechazan se condenan (cfr. 3,18).

Nos atrae su amor infinito y total. Nos atrae su corazón manso y humilde, lleno de misericordia para los sufrientes y pecadores. No atrae sus palabras llenas de sabiduría y verdad. Nos atraen sus brazos abiertos,  dispuestos a darnos un abrazo de paz y reconciliación. Nos atrae su Corazón abierto, donde mana sangre y agua derramada que purifica y renueva todo. él puede hacer “nuevas todas cosas”.

Aquí en Mailín nos sentimos en casa, nos reencontramos con el amor primero, renovamos nuestro Bautismo, volvemos al camino…después de despreciar u olvidar el amor del Padre, nos hacemos y sentimos familia. Contemplando silenciosamente al Señor Forastero reconocemos y recuperamos nuestra dignidad.                

Es que nuestro Dios creador nos creó a su imagen y semejanza. Hay algo de Dios en cada criatura que nace en nuestra tierra. Toda vida es sagrada. Y hay vida desde el momento de la concepción hasta el último suspiro, pasando por todas las etapas, situaciones, condiciones sociales, de prosperidad y de pobreza y miseria. Toda vida es un Don del amor de Dios. Y nos duele y nos rebela que se juegue tanto con la vida. Dios comparte con nosotros la responsabilidad de cuidar toda vida. Jesús, el verdadero Dios y verdadero hombre, con su entrega en la Cruz y su Resurrección restableció la dignidad de estos hombres.

Jesús en su infatigable peregrinar y encuentro con la gente, les devuelve la vida a los marginados y despreciados por los demás, les otorga nuevamente sus derechos, el verdadero sentido, los integra a la sociedad y, de paso, les ofrece la sanación física y espiritual. Claro está que la compasión de Jesús no discrimina: siempre mira a la persona. El interrogante para nosotros es, ¿cómo “miro” a los hermanos, con ojos compasivos y misericordiosos o excluyentes?

“Hombres de Galilea,  por qué siguen mirando el cielo” He 1,11. Es tiempo de misión, de salir, de anunciar el Reino de la Vida, es tiempo de compartir lo que recibimos gratuitamente. Es tiempo de mirar de frente, con amor afectivo y efectivo a tantos hermanos que enfrentan situaciones de vida que los dejan sumergidos en la angustia, en la desesperanza, en la soledad y abandono más cruel. Si  somos verdaderos adoradores del Señor de los Milagros: no podemos quedarnos tranquilos, con los brazos cruzados o hacernos los desentendidos. No podemos olvidarnos aquello de San Juan de la Cruz: “en el atardecer de la vida nos juzgarán en el amor”. 

A este Señor que encontramos en el madero Sagrado de la Villa de Mailín, lo encontramos   en nuestras casas, barrios, talleres, escuelas. Es la carne de Cristo que vive y sufre en tantos pobres. Ese será nuestro examen cuando vuelva el Señor Jesús y entregue el Reino al Padre. Vayan a todos los pueblos de la tierra a proclamar las maravillas de nuestro Dios: que nos creó y nos salvó. Que nos restableció en una dignidad única e incomparable. Es hora de trabajar, de luchar, de enfrentar los poderes del mal, de la violencia, de la injusticia, de la mentira, de la discriminación, con la fuerza que viene de lo alto.

La mirada al Señor que da la vida, nos interpela qué hacemos nosotros por tantos hermanos que han perdido su dignidad de hijos por modelos de vida que esclavizan, explotan, denigran o simplemente cierran a toda posibilidad de vida plena y  digna.

Cada encuentro con el Señor Forastero nos renueva en nuestra fe y nuestro Bautismo, nos consuela y fortalece para seguir caminando en la esperanza que no defrauda. Cada encuentro con el Señor nos impulsa a estar más cerca de él y de los hermanos. Y el papa Francisco en su exhortación a la santidad en el mundo actual, nos alienta en este caminar a mirar a todos de los más pequeños “la defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada y  lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (Gaudete et exsultate 101).

Señor Forastero, danos un corazón semejante al tuyo. Danos la valentía de aceptar nuestra cruz, que seamos capaces de asumirla y comprenderla. Danos la fuerza que necesitamos para que seamos capaces de ver a Dios en el otro y para comprometernos a cuidar la vida en todas sus formas.

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