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EL LIBERAL . Santiago

Mayo: el mes de la patria (segunda parte)

19/05/2018 22:03 Santiago
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Mayo: el mes de la patria (segunda parte) Mayo: el mes de la patria (segunda parte)

L a semana de mayo

de 1810 coincide en

los días del calendario

con la de este año. Por eso

haremos una recorrida cronológica

por los hechos, deteniéndonos

en los personajes

más destacados y rescatando

anécdotas, que en algún caso,

van a contradecir los lugares

comunes de la memoria histórica,

a veces presentados con

un orden del que los hechos

ocurridos carecieron.

Lunes 14 de mayo de 1810

Llega al puerto de Buenos Aires la goleta británica

“Mistletoe”, portadora de correspondencia

y periódicos que anuncian la caída de la Junta

Central, al caer la ciudad de Sevilla en manos

de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte,

provocando la huida de varios diputados españoles

rumbo a Cádiz, para tratar de mantener alguna

forma de gobierno autónomo, pero ya circunscripto

a la España continental. Se trataba de la

supervivencia del país.

Jueves 17 de mayo de 1810

En la capital del Virreinato del Río del Plata,

al confirmarse las noticias llegadas desde el viejo

continente, a través de otro buque inglés arribado

a Montevideo, comienza a vivirse un clima

de agitación, que el virrey Cisneros trata de controlar

a través de una gran censura sobre las noticias

llegadas de la península ibérica, confiscando

todas las cartas y los diarios que arribaron al

río de la Plata.

Baltazar Hidalgo de Cisneros era un viejo marino

del imperio español que traía una larga foja

de servicios, y que había alcanzado el grado de

almirante por su destacada participación en la

batalla de Trafalgar, uno de los combates navales

más formidables de la historia, en 1805, donde se

lo reconoció como uno de los oficiales más heroicos.

Allí, a causa de un golpe producido por el palo

mayor de su buque, el “Santísima Trinidad”, comenzó

a padecer una sordera que lo perseguirá el

resto de su vida. El mote de “sordo de Trafalgar”

fue usado como una burla desde que llegó para

reemplazar a Santiago de Liniers como virrey del

Río de la Plata en julio de 1809. Su destino era la

ciudad de la Santísima Trinidad, antiguo nombre

de la fundación de Juan de Garay que por entonces

ya era conocida como Buenos Aires, por el

nombre de su puerto.

Dos activos abogados de la ciudad lograron

hacerse de los documentos que probaban el derrumbe

de la Junta en Sevilla y lo difundieron rápidamente.

Eran los primos Belgrano y Castelli, que

se iban convirtiendo en líderes de los comerciantes

y hacendados de la ciudad. Vale destacar que

para entonces se calcula la población de Buenos

Aires en unos treinta mil habitantes, de los que un

tercio eran negros esclavos. Los esclavos en el

Río de la Plata eran dedicados generalmente a las

tareas domésticas, como mayordomos, cocheros,

cocineras y nodrizas, que para los estándares

esclavistas de la época, era un buen destino.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús de

Belgrano y González era, al tiempo de la Revolución,

uno de los americanos más notables. Es curioso

que haya nacido, vivido y muerto en la misma

casa, a metros del convento de Santo Domingo,

en Buenos Aires. Su padre Domingo era un

italiano nacido en Oneglia, cerca de Génova y su

madre porteña María Josefa González era hija de

un santiagueño, Juan Manuel González Islas. Fueron

padres de dieciséis hijos. Manuel estudia en

el Colegio de San Carlos, hoy Nacional de Buenos

Aires, luego viaja a España y se recibe de abogado

en la Universidad de Salamanca, estudiando

jurisprudencia en Valladolid. Su prestigio fue tanto

que el papa Pío VI lo autorizó “... en la forma

más amplia para que pudiese leer todo género de

libros condenados aunque fuesen heréticos”. Así

pudo conocer los textos de Montesquieu, Rosseau

y Quesnay. Su regreso a Buenos Aires en

1794 lo ubicó como secretario del Real Consulado,

cargo que ocupó hasta 1810. Se destacó en

las invasiones inglesas como combatiente y para

los tiempos de la Revolución era quizá el porteño

más destacado.

Viernes 18 de mayo de 1810

El virrey publica una proclama para calmar los

ánimos exaltados por las noticias. Cisneros reafirma

su cargo como legítimo por provenir del

rey Fernando VII, aunque abre la posibilidad de

consultar a los cabildos y las audiencias para establecer

el temperamento a seguir. A pesar de esto,

comienzan a producirse reuniones en diversos

lugares, como la jabonería de Nicolás Rodríguez

Peña e Hipólito Vieytes (aunque la historia en general

recuerda sólo al último), el café de Marco,

las casonas de los Thompson y de los Escalada

y la quinta de Orma. El efecto logrado por la proclama

del virrey es el contrario al buscado, ya que

se destacan los personajes más exaltados, como

Domingo French, Antonio Beruti, Feliciano Chiclana,

José Darregueira, aunque el liderazgo de la situación

queda en manos de Juan José Passo, Belgrano

y Castelli. Cornelio de Saavedra se encontraba

en San Isidro y emprende rápidamente el

regreso a la capital.

Sábado 19 de mayo de 1810

En las febriles reuniones de la madrugada,

se decide impulsar la convocatoria a un cabildo

abierto, tomando en cuenta el antecedente de

1807, cuando fuera depuesto Rafael de Sobremonte

y se nombró a Liniers como virrey provisional.

Se encomienda la tarea a Castelli y a Martín

Rodríguez para que se entrevisten con Cisneros.

Se suceden reuniones, como la que Belgrano

y Saavedra mantienen con Juan de Lezica

para pedir el apoyo del Cabildo al llamado a una

asamblea abierta. Castelli se convierte en el vocero

más exaltado de los porteños que iban iniciando

el camino hacia la sublevación. Es destacable

que los eventos por venir fueron menos

sangrientos que lo esperado, gracias a la habilidad

política de los protagonistas.

Domingo 20 de mayo de 1810

Cisneros ordena el acuartelamiento de las

tropas de la ciudad. Se reúne con los jefes militares

y de milicias. Saavedra toma la palabra y discute

fuertemente con el virrey. Los más exaltados

exigen la renuncia del virrey. Pero finalmente

se logra el compromiso de convocar a un cabildo

abierto para el 22 de mayo. Curiosamente, esa

noche hay función de teatro con toda normalidad.

Lunes 21 de mayo de 1810

Mientras sesionaba el Cabildo, un grupo de

agitadores, que se llamaban a sí mismos la “Legión

Infernal”, se concentraron en la plaza y exigieron

la urgente convocatoria al cabildo abierto.

Lograron que por la tarde se enviaran 450 invitaciones

a los vecinos para el día siguiente, y también

lograron evitar que algunas de esas invitaciones

llegaran a destino. Un vecino era quien vivía

en el ejido urbano de Buenos Aires, era propietario,

tenía una renta estimable, un oficio honorable

o una profesión.

Martes 22 de mayo de 1810

Este día es el inicio de la Revolución. Los

“chisperos” (poseedores de pistolas a chispa)

controlan la plaza y sus aledaños, provocando

una asistencia de sólo unos doscientos cincuenta

vecinos al Cabildo Abierto. A pesar de lo que se

cree, la reunión tuvo lugar en el balcón, ya que en

las salas del Cabildo no entraban los participantes.

El debate comenzó antes del mediodía y llegó

a la medianoche. Las posiciones fueron varias,

pero la continuidad o no del virrey fue la discusión

fundamental. Cuando parecía que la posición

a favor de Cisneros iba a triunfar, Passo le pidió a

Castelli encarecidamente: “Sálvenos Dr. Castelli,

sálvenos”. Y el discurso de Castelli y su propuesta,

acompañada por Saavedra, definieron la situación.

El virrey cesó por mandato del cabildo

abierto por 155 votos, contra 69 por su continuidad.

Y el gobierno que lo reemplazaría sería una

Junta de Gobierno. Los revolucionaron festejaron.

Parecían haber logrado todo. No era tan así.

Miércoles 23 de mayo de 1810

Fue un día tranquilo. Se publicaron bandos

con las noticias del Cabildo Abierto y una invocación

al orden público. Parecía todo volver a la

normalidad.

Jueves 24 de mayo de 1810

Cisneros y el obispo Lué se movieron con rapidez

e inteligencia y lograron constituir la Junta

prevista por el Cabildo Abierto del 22. La preside

Cisneros, y la integran Saavedra, Castelli, Juan

Nepomuceno Solà y José Incháurregui. Todos

contentos hasta que los revolucionarios en ciernes

descubrieron el ardid: habían quedado en minoría.

El ánimo caído fue retemplado por Belgrano,

quién asumió la tarea de revertir los acontecimientos.

Y la noche se hizo madrugada y la madrugada

dio lugar al día lluvioso, que terminaría

glorioso.

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