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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según Marcos 14, 12-16. 22-26

02/06/2018 23:31 El Evangelio
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Evangelio según Marcos 14, 12-16. 22-26 Evangelio según Marcos 14, 12-16. 22-26

Cuando los cristianos nos reunimos a celebrar la “Cena del Señor”, lo hacemos con la convicción de fe de que Jesús está vivo entre nosotros, que su muerte no tuvo la última palabra y que no nos dejó huérfanos; él vive junto a nosotros, nos alimenta con su Palabra y su propia vida hecha pan y vino, Cuerpo y Sangre, para que seamos sus testigos en el mundo y continuemos la obra que él empezó: hacer presente el Reino de Dios.

La cena de despedida antes de su pasión se inscribe en el contexto de las comidas que Jesús compartía con los pobres y excluidos de su pueblo para significar que el Reino había llegado y que los que estaban fuera ahora eran incluidos y dignificados.

Mesa abierta a todos, que fraterniza y evoca la memoria subversiva de Aquel que ha entregado su vida para que otros la tengan en abundancia.

Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciéndoles: “Tomen, esto es mi cuerpo”. Jesús refiere el pan a su cuerpo, a su persona. Comer el pan significa por lo tanto comulgar (hacer comunión) con Jesús, tomar su persona y su mensaje, así como su vida como referencia y criterio para la nuestra.

Luego, al tomar la copa pronuncia la “acción de gracias”, se la dio y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la alianza que será derramada por muchos.”

Jesús relaciona la copa (y el vino) con su sangre. En virtud de la muerte de Jesús entrará en vigor una “nueva alianza” que confiere redención y salvación. En la palabra de la copa se concretiza la salvación transmitida como expiación universal. Derramar sangre significa lo mismo que ser matado, porque, según la concepción bíblica, la sangre es considerada como portadora de la vida. Desde esta perspectiva se ve claramente que la copa ofrecida regala comunión con el Señor que se entrega a la muerte.

Por último, Jesús di ce: “les aseguro, no beberé ya del producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba de nuevo en el reino de Dios”.

Luego de la muerte, Cristo resucitado y glorioso seguirá bebiendo del fruto de la vid, dando su vida en comunión, con sus discípulos en el camino de la historia hasta la comida en la consumación celestial.

Conclusión

¿Qué pasa con nuestras Eucaristías que cada vez son menos concurridas y celebradas con menor intensidad? ¿Qué pasa que se va perdiendo la mística del encuentro comunitario de fe que hermana y alegra el corazón? No caben dudas de que la Eucaristía, muchas veces, ha sido desvinculada del seguimiento de Jesús, y se ha reducido a un rito frío y vacío.

Cuando la celebramos no hacemos memoria de Jesús que pasó su vida haciendo el bien ni de su anhelo de que el Reino de Dios llegue, como una gran mesa que incluya a todos. Sin discipulado la Eucaristía ha perdido su sentido, no tiene vigor para transformar nuestras vidas y la del mundo. Celebrarla es hacer “memoria” de su vida, muerte y resurrección; significa a la vez, “hacer presente” en el hoy de nuestra historia su pascua liberadora, es decir, liberar a los hombres, en especial a los excluidos, para hacerlos partícipes de la “mesa universal de la vida”, y “anticipar” la pascua celestial, donde “todos seremos uno” con Dios, en un vivir de amor en comunión por la eternidad.

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