Los mandamientos de Jesús Los mandamientos de Jesús
Un escriba que los oyó
discutir, al ver que les había
respondido bien, se
acercó y le preguntó :
“¿Cuál es el primero de los
mandamientos?”.
Jesús respondió: “El
primero es: Escucha, Israel:
el Señor nuestro Dios
es el único Señor; y tú
amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón y con
toda tu alma, con todo tu
espíritu y con todas tus
fuerzas.
El segundo es: Amarás
a tu prójimo como a tí
mismo. No hay otro mandamiento
más grande que
estos”.
El escriba le dijo: “Muy
bien, Maestro, tienes razón
al decir que hay un solo Dios
y no hay otro más que él, y
que amarlo con todo el corazón,
con toda la inteligencia
y con todas las fuerzas,
y amar al prójimo como a sí
mismo, vale más que todos
los holocaustos y todos los
sacrificios”.
Jesús, al ver que había
respondido tan acertadamente,
le dijo: “Tú no estás
lejos del Reino de Dios”.
Y nadie se atrevió a hacerle
más preguntas.
Comentario
No sé si a vosotros os
pasa. A mí bastantes veces.
Empezamos a complicarnos
la vida, a dar vueltas,
a dudar y sospechar, a
buscar atajos ocultos... y
nos olvidamos de lo fundamental:
el sentido común.
Algo de esto creo que
elogia Jesús en el evangelio
de hoy. Sin grandes
alardes. Con pocas palabras:
“No estás lejos del
reino de Dios”.
¿Qué me pide Dios?,
¿cuál es su voluntad para
mí?, ¿qué decisión tomar
frente a este asunto?, ¿cómo
elegir lo más importante?...
Cada uno podemos
poner nuestras preguntas.
Jesús no se enreda con minucias
ni necesita preguntarte
datos de tu vida y situación.
No. Va al corazón:
Escucha y ama. Escucha y
ama. Escucha y ama.
Y nadie se atrevió a hacerle
más preguntas.
¿Escuchar? Sí, y amar.
Porque si escuchas y no
amas, la escucha puede
convertirse en autocomplacencia,
en resignación o en
refugio para no hacer nada.
Y n o e n t e n d e r á s a
quien te habla, ni a Dios ni
a los demás. Terminarás
escuchándote solo a ti.
¿Amar? Sí y escuchar.
Porque si amas sin escuchar,
tu amor se irá haciendo
cada vez más pequeño,
más automático o más artificial
y amaestrado.
Sin nada ni nadie que te
mantenga vigilante, en camino,
sabiendo que la medida
del amor no la das tú
mismo sino el Otro y los
otros a quienes escuchas.
Todo parece más simple
cuando aplicamos el
sentido común... ¿verdad?
Pero qué pocas veces lo
hacemos, especialmente
con las cosas de Dios.