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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Mateo 6,7-15.

20/06/2018 21:25 El Evangelio
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Evangelio según San Mateo 6,7-15. Evangelio según San Mateo 6,7-15.

Jesús dijo a sus discípulos:

Cuando oren, no hablen mucho,

como hacen los paganos:

ellos creen que por mucho hablar

serán escuchados.

No hagan como ellos, porque

el Padre que está en el cielo sabe

bien qué es lo que les hace falta,

antes de que se lo pidan. Ustedes

oren de esta manera: Padre

nuestro, que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre,

que venga tu Reino, que se haga

tu voluntad en la tierra como

en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de

cada día.

Perdona nuestras ofensas,

como nosotros perdonamos a

los que nos han ofendido.

No nos dejes caer en la tentación,

sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los

demás, el Padre que está en el

cielo también los perdonará a

ustedes.

Pero si no perdonan a los demás,

tampoco el Padre los perdonará

a ustedes.

Comentario

Nosotros entendemos por

oración ese momento de recogimiento,

de volverse a uno mismo,

de centrarse en lo más profundo

de nosotros mismos para,

desde ahí, volvernos a Dios,

levantar nuestra mirada a lo alto.

Por el camino parece que

hay que despojarse de las preocupaciones

y cosas de este

mundo. La oración nos lleva

a lo alto en contraposición a

este mundo bajo en el que nos

solemos mover. En la oración

se contraponen lo alto, el lugar

donde está Dios, y lo bajo, que

es el lugar donde estamos nosotros,

junto con el barro, las limitaciones,

el mal y tantas otras

cosas. Todas esas cosas parece

que son un peso que nos impide

subir a lo alto, donde está

Dios y el bien y la paz.

Tengo la impresión de que

Jesús entendía la oración de otra

manera. La oración de Jesús parece

más bien una correa de

transmisión entre el cielo, lo alto,

y la tierra, lo bajo. Lo de arriba

se hace presente aquí abajo.

El “santificado sea tu nombre”

se une al “venga tu reino”. No se

trata de que nosotros nos vayamos

arriba sino que el reino de

Dios Padre venga a nosotros, a

este mundo, aquí abajo.

La voluntad de Dios se tiene

que hacer tanto en el cielo

como en la tierra. Y ya sabemos

cuál es la voluntad de Dios: el reino,

la fraternidad, la buena vecindad

y cariño y amor entre todos

los que formamos su familia.

Vamos a suponer que esa voluntad

se realiza ya en el cielo. Queda

pendiente lo de que se realice

en la tierra. Pero eso, al tiempo

que lo pedimos, está claro que

es en gran parte responsabilidad

nuestra. Es aquello de “a Dios rogando

y con el mazo dando” que

dice el refranero popular.

Y seguimos pidiendo algo

tan humano, tan material, tan

de abajo, como el pan nuestro

de cada día: ese mínimo que nos

mantiene en vida, que nos da la

vida. Hasta el perdón que esperamos

recibir de Dios, de lo alto,

está mezclado casi como una

condición con nuestra propia capacidad

de perdonar a los demás.

Ya vemos que en la oración

de Jesús no hay muchas distancias

entre lo alto y lo bajo. Este

mundo se mezcla totalmente

con el de arriba. La voluntad de

Dios no es que estemos en el silencio

de un eremitorio, mirando

hacia arriba, dejando de lado las

preocupaciones de este mundo.

Hasta en la oración nos invita a

bajarnos, a mancharnos con el

barro de este mundo hasta hacer

de él el lugar del Reino, donde

hay pan y perdón para todos,

donde la mesa de la fraternidad,

la mesa del Reino, no excluye a

nadie porque está abierta a todos.

Y una mesa como esa no es

lugar de silencio sino de algarabía,

de alegría y gozo, el que producen

los hermanos y las hermanas

cuando se encuentran y celebran

su fraternidad.

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