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EL LIBERAL . Viceversa

Cuentos de Diana Belaústegui

15/07/2018 02:13 Viceversa
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EL CUCO

Nunca logró superar el miedo al cuco. Cada vez que entraba a la pieza y tenía que revisar diez veces el ropero, levantando prenda por prenda y haciendo a un lado las perchas, renegaba de su madre por haberle creado ese miedo. Ni que hablar cuando eran las tres de la maÑana y ante el mínimo crujido del colchón tenía que mirar debajo de la cama.

Solía soÑar que el monstruo le respiraba en la cara y el aliento era pestilente. Ir a dormir, todas las noches, era una tortura.

El psicólogo aconsejó una terapia alternativa con el psiquiatra para ser medicada y la muchacha se desvivió por conseguir las pastillitas y tomarlas obedientemente con la esperanza de superar su fobia. Nada hizo efecto.

Quería dormir como el resto de la gente. Cerrar los ojos y olvidar el mundo. Se había acostumbrado a tomar pequeÑas siestas durante las horas de oficina y un par de noches intentó dormir sentada en el inodoro, apoyada en el bidet, pero la espalda le pedía a gritos una zona de confort para evitar dolores y calambres.

Tenía 25 aÑos cuando decidió que debía tener una habitación especial. Pensó en hacerla adosada al resto de la casa, pero no quería que se colaran crujidos, ni sonidos extraÑos, así que mandó a hacerla en el centro del patio, medía exactamente 1,90 x 2,30 m2. Fue exigente en el cumplimiento de las medidas, debía entrar sólo su cama, la puerta se abriría hacia afuera y no sobraría espacio en ningún rincón. Los albaÑiles la tomaron por loca y ella lo sabía, pero era lo que menos le importaba.

-No soy claustrofóbica -aÑadía cuando intentaban convencerla.

A los cuatro meses tenía el habitáculo hecho, pintado y listo para ser tomado. La cama entró justa. Los bordes del colchón se doblaban unos milímetros hacia arriba por la compresión y se sintió protegida. No había espacio para monstruos.

Esa noche entró, trepada en la cama cerró la puerta y le puso llave, se recostó y quedó dormida en menos de cinco minutos. Dicen que el cansancio no es acumulativo, pero el de ella parecía que si lo era: durmió por veinticuatro horas.

Le costó trabajo convencer a su novio de que pasara una noche con ella. él miraba la pieza desde afuera y comentaba serio:

-Nos va a faltar el aire.

-Hay un sistema de ventilación instalado en el techo -retrucaba ella.

-¿Dónde pones la ropa cuando te desvistes?- Entro desnuda, la vestimenta queda en la casa.

él observó mil obstáculos y ella fue destruyéndolos uno a uno. Lo convenció.

Se acostó esa noche y lo abrazó, se lo notaba incómodo.

A las dos de la maÑana, el hombre no tuvo otra opción que abrir la puerta, primero fueron unos centímetros y como vio que ella dormía profundamente la dejó abierta. La claustrofobia lo venció y decidió no sólo irse sino abandonarla a las cuatro de la maÑana.

Ella se despertó a las siete, se dio media vuelta y lo abrazó. Olía distinto. La piel parecía más tensa y dura.

-No me gusta -acotó él mientras ella seguía examinándolo a través del tacto en la oscuridad. La voz sonó ronca y gutural.

Ella pegó un alarido y retrocedió hasta quedar apretada contra la pared.

-Prefiero los roperos, no podemos vivir así, quiero mi ropero -le gritó y en la negrura sintió su aliento pestilente.

AMIGO IMAGINARIO

-Me habría gustado seguir con vos toda la vida, pero estás creciendo y sería raro que nos vieran juntos -el amigo imaginario le sostenía las manos, hubiese querido decirle que no tenía que irse, pero cada vez que su novio visitaba el departamento ella tenía que esconderlo en la azucarera, haciendo un esfuerzo por cerrar la tapa, empujándolo con el dedo índice cuando la masa corporal imaginaria del amigo imaginario se resistía a caber en el pequeÑo contenedor. Entonces él se quedaba estático con la cara chata chocando el vidrio y el colmillo de la mandíbula inferior rozando la punta de la nariz.

Se despidieron con besos, lamidas y llantitos. él se fue por el inodoro y ella se sintió más liviana, luego hinchada, al día siguiente: nauseosa y al mes, un tanto dolorida y mareada.

Cuando tuvo su período se desangró por ocho días, cada vez que iba al baÑo miraba un largo rato el inodoro antes de sentarse, por miedo a no verlo salir y dejarlo embadurnado con orina y coágulos.

Cuando se sintió enferma, extraÑó tenerlo a su lado dándole lamiditas en la lengua.

Y cuando se dispuso ir a la ecografía solicitada por el ginecólogo imaginó que lo guardaba en la cartera, pero fue inútil el intento de atraerlo, cada vez que la abría solo veía papeles y algún que otro libro.

Esa noche cuando regresó al departamento con los resultados, se recostó a observar la imagen en negro y gris.

Biopsia, masa extraÑa, útero, pastillas, reposo, nueva consulta. Las palabras sueltas no le generaban una explicación a lo que sucedía, había prestado poca atención al monólogo de su ginecólogo, dejó de escucharlo cuando lo reconoció en la imagen distorsionada que le mostraba el informe, con su diminuto colmillo tocando la naricita, parecía estar con la boca abierta, comiéndosela desde adentro.

MUÑECAS

No quería dejar de jugar a las muÑecas, el llamado de las hijas plásticas lo sentía con extraÑa exactitud en la parte inferior derecha del abdomen.

Me duele, pensaba, y sabía que ellas la necesitaban, como cuando a una madre le duelen las tetas llenas de leche y sabe que su hijo succiona el aire. Entonces dejaba lo que estaba haciendo para ir a mimar a sus sanguijuelas de mentirita.

Y a no quería cuidarlas, en ocasiones soÑaba que las enterraba en el fondo de la casa. Fue un miércoles, mientras saltaba la cuerda, cuando el dolor le recordó que sus hijas adoptivas la esperaban y desoyó el llamado.

Esa misma tarde le reventó el apéndice, el estallido se escuchó en toda la casa, hizo pum, crash, y otros ruiditos como de succión.

La niÑa se miraba la panza mientras sus padres corrían de un lado a otro sin hacer nada. Cuando regresó del hospital sin su apéndice, creyó que por fin descansaría de sus hijas demandantes.

La primera tarde que pudo salir a jugar estuvo un par de horas con sus amigas, hasta que sintió un tirón en su brazo izquierdo y una leve presión en el pecho.

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UNA NOVELA SOBRE UN ASESINO SERIAL

1. Comience buscando un asesino serial.

2. Reconozca que no abundan e intente, al menos, encontrar a un simple asesino para lograr comprender la compleja forma de pensar que lo lleva a matar.

3. Dese cuenta que también es difícil hallar este tipo de sujetos cerca de su vivienda y que deberá salir (enfrentándose a su propia misantropía) para buscar en ambientes socialmente contaminados.

4. Reconozca que la gente no admite fácilmente ser asesino y mucho menos indica quién podría ser.

5 . Busque nuevas alternativas de lugares underground donde encontrar especímenes.

6. Vaya a las cárceles. Dese cuenta de que intimando con ellos hablan más.

7. Dese cuenta de que intimando con ellos mienten más.

8. Pruebe nuevas alternativas.

9. Encuentre a un asesino que haya cumplido su condena y sígalo.

10. Coquetéele, sedúzcalo, llévelo a su domicilio para seguir con la indagación.

11. Use somníferos y átelo cuando esté dormido.

12. Tenga a mano sedantes, armas de defensa y gas pimienta, en caso de que el asesino despierte y se suelte de los nudos de escritor principiante.

13. Comience con la indagatoria sobre sus sentimientos en los momentos del asesinato y si hubo o no premeditación.

14. Golpéelo cuando no quiera cooperar.

15. No se deje tentar con probar la sangre del asesino y mucho menos intente escribir con una pluma, mojándola en las heridas del ex convicto. Procure vendarlas.

16. Realice nuevamente la búsqueda, si el espécimen es tan frágil como para no soportar un par de heridas abiertas y muere desangrado.

17. No se enamore del asesino.

18. Lleve una libreta con todas sus anotaciones sobre el comportamiento violento de los asesinos y compárelas entre ellas para ir creando el perfil del protagonista de la novela.

19. No olvide que los asesinos asesinados en su casa son para el bien de su historia. Piense en el éxito, en su vida como escritor. No olvide que usted es un escritor, no olvide que lo hace por una causa y no por puro placer. Evite sentir placer.

20. Si los periódicos hablan de un asesino serial que se lleva la vida de ex convictos, no se ilusione

con encontrarlo para entrevistarlo. El asesino es usted.

21. Si logra dejar de matar, refúgiese en un lugar apartado, abandone la idea de una novela negra

y escriba una de amor. Si no logra dejar el vicio alcanzado, dedíquese de pleno a eso, olvide la escritura y deje que yo escriba sobre usted.

22. Concédame una entrevista.

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