Santo evangelio según san Mateo (13,36- 43) Santo evangelio según san Mateo (13,36- 43)
dejó a la gente y se fue a
casa. Los discípulos se acercaron
a decirle: “Acláranos
la parábola de la cizaña en el
campo”.
él les contestó: “El que
siembra la buena semilla es
el Hijo del Hombre; el campo
es el mundo; la buena semilla
son los ciudadanos del Reino;
la cizaña son los partidarios
del Maligno; el enemigo que la
siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del tiempo, y los
segadores, los ángeles. Lo
mismo que se arranca la cizaña
y se quema: así será el fin
del tiempo: el Hijo del Hombre
enviará a sus ángeles y
arrancarán de su Reino a todos
los corruptores y malvados
y los arrojarán al horno
encendido; allí será el llanto y
el rechinar de dientes.
Entonces los justos brillarán
como el sol en el Reino de
su Padre. El que tenga oídos,
que oiga”.
Comentario
Mío es el juicio -dice el
Señor-.
Es un mensaje que libera:
te exime de la imposible tarea
de meterte a juez definitivo
de la gente.
Es un mensaje que está
en su sitio: solo Dios escruta
las conciencias. Tú, sin duda,
harás tus apreciaciones
sobre las personas, valorarás
conductas, te mostrarás
conforme o contrario a leyes
humanas; pero el juicio definitivo
sobre la realidad moral
y teologal del otro es competencia
de Dios.
Albert Camus escribió en
La caída un texto que J. Ratzinger
citaba en su libro Fe y
futuro.
Decía un personaje a su
interlocutor: “Créame, las religiones
se equivocan a partir
del momento en que hacen
moral y fulminan con mandamientos.
No se necesita a
Dios para crear culpables y
castigar.
N u e s t r o s s e m e j a n t e s
bastan, ayudados por nosotros
mismos. Usted ha hablado
del Juicio Final.
Permítame que me ría
respetuosamente. Le estaba
esperando a pie firme: he conocido
algo mucho peor, que
es el juicio de los hombres.
[...] ¿Y entonces?
Entonces la única utilidad
de Dios sería garantizar
la inocencia y yo más bien vería
a la religión como una gigantesca
empresa de lavandería,
algo que por otra parte
ya fue brevemente, durante
solo tres años, y no se llamaba
religión”.
Y añadía Ratzinger: “La
fe en el futuro, de la que hablamos
al afirmar que la fe de
Abrahán es perfeccionada en
Jesús, solo es promesa, solo
es esperanza, solo es realmente
ofrecimiento de futuro
porque simultáneamente promete
la tierra del perdón”.
La Iglesia no es aquí y
ahora una Iglesia de los puros
e impecables.
Es una Iglesia de pecadores
en que cada uno estamos
llamados a llevar la carga del
hermano, si bien, para brillar
como el sol del futuro Reino
de Dios, hemos de ser luz
ahora y aquí, y Jesús nos espolea
a que secundemos las
llamadas que nos dirige en su
evangelio, en particular en su
discurso del monte.
Podemos, pues, juntar,
estos dos mensajes: uno, el
de no juzgar, y aceptar pertenecer
a una Iglesia que no es
la de los sin pecado; dos, responder
nosotros a la llamada
del Señor a ser justos.
Así, teniendo para los demás
entrañas de misericordia
y con nosotros un corazón
no complaciente ni autosatisfecho,
nos reiremos del
juicio.