El que me coma vivirá para siempre - Juan 6, 41-51 El que me coma vivirá para siempre - Juan 6, 41-51
se escandalizan porque Jesús
les dijo que era el “pan
bajado del cielo”. Cómo
puede pretender tener un
origen divino si ellos conocen
a sus padres: ¿acaso
no es el hijo de José? ¿Cómo
dice que ha bajado del
cielo?. Así como los antepasados
“murmuraban”
contra Dios que los había
liberado de la esclavitud,
ahora murmuran contra
Jesús porque pretende tener
un origen divino.
Creer en Jesús supone
la acción amorosa del Padre
que quiere que todos
los hombres se salven, por
eso los atrae hacia él. Este
es el testimonio de su origen
divino, porque él está
junto a Dios y ha venido
de Dios. La intervención
del Padre da origen a la fe:
reconocer a Jesús es entrar
en el misterio divino,
lo cual no puede realizarse
sin que Dios abra el acceso
a ello. De hecho Dios
se ha comunicado a través
de su “enseñanza” que hay
que “escuchar”, las sagradas
escrituras. Estas remiten
al Hijo, a Jesús. Ahora,
con su llegada al mundo,
el tiempo de la espera se
ha cumplido, la enseñanza
inmediata y plena del
Padre se realiza a través de
la misión del Hijo, que une
en su persona la divinidad
y la humanidad. Todos los
que son atraídos por el Padre
hacia Jesús, él los resucitará
el último día.
Los antepasados habían
comido el maná, la
“ley” y habían muerto; este
alimento resultó ineficaz
para comunicar la vida.
Ahora bien, el pan del
cielo que es Jesús suprime
para siempre la muerte
para los que comen de él.
Porque es el pan vivo, es el
donante de la vida para los
que creen. Jesús se da como
alimento, “el pan que
yo daré es mi carne para la
vida del mundo”. Jesús en
su condición humana se
da como alimento de vida.
Adherirse a la persona del
Hijo, a su proyecto de salvación
para el mundo es
creer en él.
Conclusión
El Padre Dios atrae
a los hombres hacia Jesús,
su amor de Padre misericordioso
quiere que
el mundo se salve. Creer
en Jesús es adherirse a
su persona, a su proyecto
de reino, que significa
la transformación del
mundo de injusticia y dolor
para vivir en la comunión
de la fraternidad universal
bajo el amparo de
Dios. También hoy, muchos
“murmuran” porque
Jesús, el Señor de la
vida, se ha hecho hombre
y se identifica con los que
sufren. Prefieren creer en
un Dios puro, alejado de
la historia de la humanidad,
un Dios que sólo habla
de las cosas del cielo.
Pero Jesús fue hombre, y
vivió su humanidad con
pasión. Aceptar el misterio
de la encarnación es
hacerse solidario con todo
lo humano, en especial
con aquellos estigmatizados
por el hambre y la soledad.
Comer a Jesús, pan
de vida, significa entonces
abrirse a la comunión nutriente
con Dios que posibilita
gestos concretos de
solidaridad con los que
sufren. Así como el Padre
nos atrae hacia Jesús para
que recibamos de
él la vida, Jesús
nos atrae hacia
los que sufren
para que
les enunciemos
la Buena
Noticia.