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EL LIBERAL . El Evangelio

Habitaré para siempre en medio de los israelitas

24/08/2018 22:39 El Evangelio
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Habitaré para siempre en medio de los israelitas Habitaré para siempre en medio de los israelitas

En aquel tiempo, Jesús habló

a la gente y a sus discípulos,

diciendo: “En la cátedra de

Moisés se han sentado los escribas

y los fariseos: haced y

cumplid lo que os digan; pero

no hagáis lo que ellos hacen,

porque ellos no hacen lo

que dicen. Ellos lían fardos pesados

e insoportables y se los

cargan a la gente en los hombros,

pero ellos no están dispuestos

a mover un dedo para

empujar. Todo lo que hacen

es para que los vea la gente:

alargan las filacterias y ensanchan

las franjas del manto; les

gustan los primeros puestos

en los banquetes y los asientos

de honor en las sinagogas;

que les hagan reverencias por

la calle y que la gente los llame

maestros.

Vosotros, en cambio, no os

dejéis llamar maestro, porque

uno solo es vuestro maestro,

y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro

a nadie en la tierra, porque

uno solo es vuestro Padre,

el del cielo. No os dejéis llamar

consejeros, porque uno solo

es vuestro consejero, Cristo.

El primero entre vosotros

será vuestro servidor. El que

se enaltece será humillado, y

el que se humilla será enaltecido”.

Comentario

Durante estas últimas semanas

venimos escuchando al

profeta Ezequiel. Sus relatos,

en forma de visiones, tienen

por centro el templo de Jerusalén,

lugar por excelencia, según

las creencias de su tiempo,

de la presencia de Dios: La gloria

de Dios, en expresión suya.

Ezequiel recibió del Señor

la misión de consolar al pueblo

cautivo en Babilonia, prometiéndoles

un porvenir mejor,

de prever el fin del destierro. Y

como hemos leído hoy, Dios le

comunicó la gran promesa: habitaré

para siempre en medio

de los israelitas. Promesa que

Dios cumplirá en la persona de

su Hijo. Jesús es el “Dios con

nosotros”. Es “el sol que nace

de lo alto”, es la gloria de Dios

que entra en el templo “por la

puerta oriental”. él nos hizo la

misma promesa que Yahvé hizo

a los israelitas, “yo estaré con

vosotros todos los días hasta

el fin del mundo”.

Cristo, en quien creemos y

a quien seguimos, es el nuevo

Templo, donde habita la Gloria

de Dios. Cada día viene a nosotros

en la Eucaristía y nos da la

oportunidad de recibirlo en la

Palabra y en su Cuerpo y Sangre,

como alimento para una

vida nueva.

Israel recibió el anuncio del

fin del exilio y la reconstrucción

del templo, sin hacer nada de

su parte. Igual nosotros, sea

cual sea la situación en que nos

encontremos, personal o comunitaria,

tenemos que confiar

siempre en que, al menos por

parte de Dios, la historia puede

recomenzar cada vez.

Jesús es duro al criticar la

hipocresía de los fariseos y los

maestros de la ley, que cuidan

más las apariencias que el ser

y que todo lo hacen para ser

honrados y aplaudidos.

Jesús advierte a sus discípulos,

y nos advierte a nosotros,

para que no caigamos en

la misma tentación de vivir una

doble vida. Jesús quiere que

sus seguidores sean auténticos,

que sus palabras estén

avaladas con su vida. El mundo

necesita testigos, no maestros,

como decía el Beato Pablo

VI: “el hombre contemporáneo

escucha más a gusto a

los que dan testimonio que a

los que enseñan”. Y no nos engañemos,

la gente tiene un “olfato

muy fino”, aunque no sean

creyentes, distinguen muy bien

cuando se habla de teoría y

cuando se habla desde la experiencia

de vida.

Jesús, en el evangelio de

hoy, nos enseña el camino a

seguir para ser verdaderos

discípulos suyos. Su lógica es

totalmente opuesta a la de los

fariseos. Para Jesús la verdadera

grandeza en la comunidad

cristiana consiste en ser

pequeño.

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