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EL LIBERAL . Santiago

Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas

25/08/2018 22:07 Santiago
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Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas

La conquista del cielo fue uno de los logros más extraordinarios de la humanidad durante el siglo XX.

Desde el origen de la cultura, el hombre ambicionó volar, tal como observaba desde los principios

a los pájaros. Desde los inventos de la antigüedad, tales como las catapultas para lanzar hombres,

pasando por los diseños de Leonardo Da Vinci, y llegando a los globos aerostáticos, que lograron el

ascenso hacia los cielos, pero sin poder controlar el destino, el hombre intentó dominar el transporte

propio por el aire y el invento de los hermanos Wright, aquel aeroplano que voló por sí solo durante

unos segundos el 17 de diciembre de 1903, cambió la historia con el desarrollo de la aviación y la

popularización de los viajes aéreos alrededor del globo terrestre.

La Argentina, en esos años en que disputaba el podio de los países avanzados del mundo, no quedó

afuera de la carrera aeronáutica, y se recuerdan los nombres de los pioneros como Jorge Newbery,

Aarón de Anchorena, Teodoro Fels y Benjamín Matienzo, entre muchos que fundaron la historia de

nuestra aviación. Pero el relato histórico ha sido poco generoso con las mujeres que iniciaron el

camino del aire y que fueron pioneras en el continente. Vamos a dedicarnos hoy a algunas de las

primeras aviadoras argentinas.

Amalia Figueredo

de Pietra: La pionera entre las pioneras

La primera mujer en pilotear un

avión en la América del Sur, Amalia

Celia Figueredo, nació en la ciudad

de Rosario, provincia de Santa Fe,

el 18 de febrero de 1895, en el seno

de la familia formada por Honoria

Pereyra y Faustino Figueredo. Eran

tiempos de prosperidad económica

y de ascenso social, por lo que los

padres de Amalia, una vez que se

trasladan a Buenos Aires, se esmeran

en brindarle una buena educación,

que le permite estudiar obstetricia

en la facultad de Medicina de

la Universidad de Buenos Aires. Al

cumplir 19 años se muda al barrio

de Villa Lugano, donde se encontraba

el primer aeródromo de la ciudad,

y allí cambia su destino cuando

conoce a Jorge Newbery, quien

se convierte en su primer instructor

luego de ser el piloto del vuelo de

bautismo de Amalia. Fue la vigésima

cuarta mujer en volar en avión

en el mundo. Pocos días después el

“padre de la patria en el aire”, Newbery,

muere en Mendoza.

El francés Paul Castaibert y el

tandilense Eduardo Olivero son sus

instructores y rinde el primer examen

de una mujer para aspirar a

ser piloto de avión en setiembre de

1914, pero un accidente posterga

el asunto para más adelante. El 1°

de octubre de 1914 rinde su segundo

examen frente a los examinadores

del Aeroclub Argentino y recibe

el brevet de piloto N° 58 de la

Federación Aeronáutica Internacional,

a sólo cuatro años de que fuera

otorgado el primer certificado a una

mujer en el mundo, en Francia donde

voló sola en un avión Raymonde

de Laroche. Vale aclarar que el brevet

es el carné habilitante para vuelos.

Eran tiempos de investigación

en el aire, y los pilotos solían practicar

acrobacias que reunían multitudes,

en espacios abiertos como el hipódromo

Nacional o en Lugano.

Amalia efectuó viajes y exhibiciones

en muchos lugares de la Argentina,

y realizó el primer vuelo

entre Casilda. San Nicolás y Buenos

Aires. Al llegar, se casa con Alejandro

Pietra y va abandonando la

aviación, aunque nunca deja de tener

relación con el mundo de los

aviadores y de vez en cuando, practica

vuelos. Su vida cambia rotundamente

cuando en 1928 muere su

esposo y debe ocuparse de sus dos

hijos Blanca y Rodolfo. Fue empleada

del Registro Civil y se jubiló allí.

Si bien nunca estuvo alejada de la

actividad aeronáutica, los homenajes

le llegaron tarde. Fue nombrada

presidenta del Aeroclub Femenino

de la Argentina, socia honoraria

del Círculo Militar de Aeronáutica,

aviadora civil uruguaya. Fue condecorada

con la Orden del Mérito con

el grado de Gran Oficial del Brasil,

Medalla de Plata por la Asociación

Aeronáutica Argentina y finalmente

recibe el grado de capitán de reserva

de la Fuerza Aérea Argentina, a

los ochenta y ocho años.

Al cumplirse cincuenta años

de su brevet de piloto, fue nombrada

aviadora militar “honoris causa”

por la Fuerza Aérea Argentina, volando

ese día un avión a reacción en

Aeroparque. En 1970, una ley la reconoció

como precursora de la aeronáutica

argentina. Al año siguiente

fue condecorada con la Gran Medalla

de Oro de la Asociación Vieilles

Tiges, siendo la primera nacida

en estas tierras que la recibió en

Francia.

Falleció en Buenos Aires el 8

de octubre de 1985, a los noventa

años, y fue sepultada en el Panteón

Militar del cementerio de la Chacarita,

en Buenos Aires. Sin duda, no

ha recibido aún los homenajes que

merece esta pionera de la aviación

argentina. Pero en homenaje a la

verdad, el aeródromo de Cosquín

lleva su nombre y varias calles de

ciudades argentinas la recuerdan.

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