Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas
La conquista del cielo fue uno de los logros más extraordinarios de la humanidad durante el siglo XX.
Desde el origen de la cultura, el hombre ambicionó volar, tal como observaba desde los principios
a los pájaros. Desde los inventos de la antigüedad, tales como las catapultas para lanzar hombres,
pasando por los diseños de Leonardo Da Vinci, y llegando a los globos aerostáticos, que lograron el
ascenso hacia los cielos, pero sin poder controlar el destino, el hombre intentó dominar el transporte
propio por el aire y el invento de los hermanos Wright, aquel aeroplano que voló por sí solo durante
unos segundos el 17 de diciembre de 1903, cambió la historia con el desarrollo de la aviación y la
popularización de los viajes aéreos alrededor del globo terrestre.
La Argentina, en esos años en que disputaba el podio de los países avanzados del mundo, no quedó
afuera de la carrera aeronáutica, y se recuerdan los nombres de los pioneros como Jorge Newbery,
Aarón de Anchorena, Teodoro Fels y Benjamín Matienzo, entre muchos que fundaron la historia de
nuestra aviación. Pero el relato histórico ha sido poco generoso con las mujeres que iniciaron el
camino del aire y que fueron pioneras en el continente. Vamos a dedicarnos hoy a algunas de las
primeras aviadoras argentinas.
Amalia Figueredo
de Pietra: La pionera entre las pioneras
La primera mujer en pilotear un
avión en la América del Sur, Amalia
Celia Figueredo, nació en la ciudad
de Rosario, provincia de Santa Fe,
el 18 de febrero de 1895, en el seno
de la familia formada por Honoria
Pereyra y Faustino Figueredo. Eran
tiempos de prosperidad económica
y de ascenso social, por lo que los
padres de Amalia, una vez que se
trasladan a Buenos Aires, se esmeran
en brindarle una buena educación,
que le permite estudiar obstetricia
en la facultad de Medicina de
la Universidad de Buenos Aires. Al
cumplir 19 años se muda al barrio
de Villa Lugano, donde se encontraba
el primer aeródromo de la ciudad,
y allí cambia su destino cuando
conoce a Jorge Newbery, quien
se convierte en su primer instructor
luego de ser el piloto del vuelo de
bautismo de Amalia. Fue la vigésima
cuarta mujer en volar en avión
en el mundo. Pocos días después el
“padre de la patria en el aire”, Newbery,
muere en Mendoza.
El francés Paul Castaibert y el
tandilense Eduardo Olivero son sus
instructores y rinde el primer examen
de una mujer para aspirar a
ser piloto de avión en setiembre de
1914, pero un accidente posterga
el asunto para más adelante. El 1°
de octubre de 1914 rinde su segundo
examen frente a los examinadores
del Aeroclub Argentino y recibe
el brevet de piloto N° 58 de la
Federación Aeronáutica Internacional,
a sólo cuatro años de que fuera
otorgado el primer certificado a una
mujer en el mundo, en Francia donde
voló sola en un avión Raymonde
de Laroche. Vale aclarar que el brevet
es el carné habilitante para vuelos.
Eran tiempos de investigación
en el aire, y los pilotos solían practicar
acrobacias que reunían multitudes,
en espacios abiertos como el hipódromo
Nacional o en Lugano.
Amalia efectuó viajes y exhibiciones
en muchos lugares de la Argentina,
y realizó el primer vuelo
entre Casilda. San Nicolás y Buenos
Aires. Al llegar, se casa con Alejandro
Pietra y va abandonando la
aviación, aunque nunca deja de tener
relación con el mundo de los
aviadores y de vez en cuando, practica
vuelos. Su vida cambia rotundamente
cuando en 1928 muere su
esposo y debe ocuparse de sus dos
hijos Blanca y Rodolfo. Fue empleada
del Registro Civil y se jubiló allí.
Si bien nunca estuvo alejada de la
actividad aeronáutica, los homenajes
le llegaron tarde. Fue nombrada
presidenta del Aeroclub Femenino
de la Argentina, socia honoraria
del Círculo Militar de Aeronáutica,
aviadora civil uruguaya. Fue condecorada
con la Orden del Mérito con
el grado de Gran Oficial del Brasil,
Medalla de Plata por la Asociación
Aeronáutica Argentina y finalmente
recibe el grado de capitán de reserva
de la Fuerza Aérea Argentina, a
los ochenta y ocho años.
Al cumplirse cincuenta años
de su brevet de piloto, fue nombrada
aviadora militar “honoris causa”
por la Fuerza Aérea Argentina, volando
ese día un avión a reacción en
Aeroparque. En 1970, una ley la reconoció
como precursora de la aeronáutica
argentina. Al año siguiente
fue condecorada con la Gran Medalla
de Oro de la Asociación Vieilles
Tiges, siendo la primera nacida
en estas tierras que la recibió en
Francia.
Falleció en Buenos Aires el 8
de octubre de 1985, a los noventa
años, y fue sepultada en el Panteón
Militar del cementerio de la Chacarita,
en Buenos Aires. Sin duda, no
ha recibido aún los homenajes que
merece esta pionera de la aviación
argentina. Pero en homenaje a la
verdad, el aeródromo de Cosquín
lleva su nombre y varias calles de
ciudades argentinas la recuerdan.