Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas (II parte) Las dueñas del cielo: las primeras aviadoras argentinas (II parte)
Carola Lorenzini
La Paloma Gaucha
Carolina Elena Lorenzini nació en
la vieja localidad de Empalme
San Vicente, al sur de la ciudad
de Buenos Aires, el 15 de agosto
de 1899, en la familia formada por José Lorenzini
y Luisa Piana, siendo la séptima de
ocho hermanos. Desde niña manifestó interés
por los “ingenios” mecánicos a tal punto que la
tradición en San Vicente, cercano a su lugar de
nacimiento, dice que Carola, tal como era conocida,
fue la primera mujer en conducir un
auto por el pueblo. Se recibió de dactilógrafa y
comenzó a trabajar en la compañía de telefonía
de la zona.
Practicó diversos deportes con gran destreza,
entre ellos remo, equitación, salto, jabalina
y llegó a ser campeona de atletismo en
1925. Esta característica sin duda la hermana
con el gran polideportista Jorge Newbery. Sin
embargo, la mayor de sus ambiciones era convertirse
en piloto de aviación y logró inscribirse
en el aeródromo del Aeroclub Argentino, en
Morón, recién en 1931. Para poder costearlo
vendió su bicicleta y algunos libros de su biblioteca.
En 1933 rindió examen y obtuvo el brevet
N° 436 de aviador civil internacional. Unos
años después iba a convertirse en la primera
mujer instructora de vuelo en América del
Sur. Su presencia en los festivales aéreos y las
exhibiciones era característica, ya que por su
interés por las culturas indias y por la tradición
gauchesca, vestía bombachas de campo,
campera de cuero y botas. Eso le valió el sobrenombre
de la “Aviadora Gaucha” o la “Paloma
Gaucha”.
Sus logros en la aviación son impresionantes:
el 31 de marzo de 1935 batió el récord
sudamericano de altura al llegar a los
5.381 metros, en un avión diseñado y construido
en la Fábrica Militar de Aviones de
Córdoba; el 13 de noviembre de 1936 fue la
primera aviadora en cruzar en solitario el río
de la Plata; en 1940 compitió en el llamado
“Raid de las Catorce Provincias”, y lo completó
volando a las catorce capitales de ese
entonces. En 1941 obtuvo la licencia para
vuelos públicos comerciales, siendo la primera
argentina en lograrlo.
La especialidad acrobática que la caracterizaba
era el “looping invertido”, una maniobra
de mucho riesgo que la obligaba a volar cabeza
abajo, al ras del piso. El 23 de noviembre
de 1941, en el marco de la recepción en el
aeropuerto internacional “Bernardino Rivadavia”,
hoy base aérea de Morón, a las aviadoras
uruguayas, llevó a Amalia Figueredo de
Pietra a una de sus maniobras. Luego, frente
a una multitud, perdió el control de su avión
y se estrelló contra los hangares. Siempre había
temido morir carbonizada. Murió debido a
las heridas recibidas, pero el avión, un Focke
Wulf que no era el suyo, no se incendió.
Al tiempo de su muerte era un personaje
muy popular, por lo que su sepelio en el cementerio
de la Recoleta, en Buenos Aires fue
multitudinario. Tiempo después sus restos
fueron llevados al panteón de su familia en el
cementerio de San Vicente. Ha sido homenajeada
a lo largo del tiempo con calles, plazas e
incluso escuelas. Cerca de la Escuela de Aviación
Militar, en la ciudad de Córdoba un barrio
lleva su nombre. El correo argentino ha
emitido una estampilla en su honor.