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"El maestro era médico, enfermero, transportista y hasta mediador en los duelos criollos"

11/09/2018 00:00 Interior
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"El maestro era médico, enfermero, transportista y hasta mediador en los duelos criollos" "El maestro era médico, enfermero, transportista y hasta mediador en los duelos criollos"

LORETO, Loreto (C). Silvia Gallo y Aníbal Sotelo integran un matrimonio loretano que dedicó su vida a la docencia. En los finales de la década de los años setenta comenzaron sus carreras como maestros rurales, hasta que se acogieron a los beneficios de la jubilación ostentando el cargo de supervisores de Zona. Cuando relatan las historias que forjaron su ser docente no ocultan las emociones al recordar los primeros años de sus carreras, cuando las comunicaciones no eran tan fluidas ni mucho menos confortables. Hacer dedo, quedarse empantanados en el barro, trasladar la escuela por las inundaciones son hechos puntuales que fueron forjando a estos docentes que llegaron a ser formadores de formadores, y luego al integrar la clase "pasiva" comenzaron la tarea de luchar desde la educación contra las adicciones. Siempre juntos Ambos se graduaron en el Instituto de Formación Docente N°5 y trabajaron juntos en todas las escuelas donde fueron designados, hasta que rindieron para alcanzar cargos directivos y ambos fueron a ocupar las direcciones en escuelas rurales del departamento Loreto. ‘Ya é ramos novios cuando comenzamos a estudiar y pronto nos casamos y con nuestros hijos Elvis y Ronnie, de pocos años, comenzamos a realizar las primeras suplencias. Hasta que fuimos nombrados como maestros titulares en la localidad de Bordo Pampa, en el departamento Salavina, a setenta kilómetros de la Villa Salavina, en una zona donde el río Utis producía unos bañados de una belleza increíble", relata Aníbal. A cada memoria le corresponde una emoción, una mirada cómplice: "Recuerdo que la primera vez que vimos desbordar el río Utis fue increíble. La gente de la comunidad pasaba por frente la escuela generando imágenes como las de un éxodo, zorras, sulkis cargados con mesas, colchones y los enceres de cocina, nos parecía una exageración. Pero pronto tuvimos que mudar la escuela a la zona alta porque quedó completamente inundada y descubrimos que todos tenían dos casas, una en el bajo donde las pasturas eran abundantes y otra en el alto, que ocupaban cuando el río crecía", recuerda Silvia. Viviendo con alimañas Durante ese tiempo los docentes compartían el espacio con serpientes y otros animales, que subían a terrenos alto como todos los habitantes de la zona, escapando de las aguas que en un principio parecen arrasar con todo. Pero para los pobladores era una buena señal, ya que al retirarse dejaban una amplia zona fértil, la que pronto cubriría con un manto verde grandes extensiones, y que rodeaba profundas aguadas. "La escuela N° 573 de Bordo Pampa fue el primer hogar de nuestros hijos y de nuestra familia. El ser docente en esas épocas era diferente. Nos quedábamos meses completos en la escuela, que era el centro de la comunidad. El maestro era médico, enfermero, transportista y hasta mediador en los duelos criollos que a menudo se producían en las reuniones sociales. La frase "ahí está el maestro" ponía fin a peleas, discusiones y quizás hasta predisponía a todos a escuchar", reflexiona Aníbal. Odiseas Un simple viaje de un docente rural de la época, podía deparar experiencias increíbles. Como quedar empantanado en el lodo por más de tres días, o esperar que pase alguien por la ruta y decida compartir el viaje con una familia de docentes y paren para llevarlo hasta el próximo pueblo. "Cuando empecé a estudiar para docente lo hice pensando que solo sería una ocupación temporaria, hasta para poder contar con dinero para poder estudiar otra carrera. Pero con el tiempo esta profesión me atrapó, me llenó el alma, y se trasformó en el centro de nuestras vidas. Nos dio la oportunidad de crecer juntos como personas y como profesionales. Llegamos los dos a ocupar el cargo de supervisores de zona y finalizamos nuestra carrera tal cual la empezamos: juntos", relata Silvia, mientras ella y su esposo acomodan casi acariciando dos viejos uniformes de maestros, los que usaron con orgullo de ser docentes de monte santiagueño. Un título que supera cualquier otro que se pueda ejercer sin el amor por el prójimo que éste requiere.

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