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EL LIBERAL . Santiago

Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (1ª parte)

13/10/2018 00:00 Santiago
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Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (1ª parte) Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (1ª parte)

La figura de María Antonia de San José, Mama Antula, es poliédrica, tiene varias caras, que la muestran como una mujer de infinita misericordia, tenaz en la consecución de sus propósitos, humilde hasta el punto de esconder con silencio y evasivas su propia experiencia de Dios, desinstalada y misionera, libre frente a los prejuicios sociales y religiosos, segura de sí misma y confiada en la providencia del Padre Dios, austera, sencilla, pero por sobre todo, una mujer de fe.

Al contemplar la vida y obra de Mama Antula, no solo en su extensión cuantitativa por los lugares que visitó, provincias de Argentina y Uruguay, podemos destacar la cantidad de retiros espirituales que organizó y las miles de ejercitantes que participaron, las personas en situación de vulnerabilidad a las que asistió y su anhelada casa de retiro cuya obra inició pero no pudo ver concluida. También es de valorar, lo que logró evangelizando y posibilitando el espacio para la conversión y cambio de vida de miles de personas, la renovación de la sociedad de su tiempo, y la humanización de un gran sector de la sociedad que asistió con sus obras de misericordia procurando aliviarles el dolor producto de la exclusión que sufrían en una sociedad que caminaba hacia la emancipación, pero que conservaba aún vínculos y estereotipos discriminatorios y excluyentes.

Mujer de fe

A los 15 años, edad en la que la mayoría de las mujeres de su tiempo y clase social proyectaban su vida hacia la consolidación de su propio status social a través del matrimonio con algún candidato adinerado y de alcurnia y otras, las menos, ingresan al convento, María Antonia, se consagra a Dios, mediante votos privados, se hace beata de la compañía de Jesús. Atraída por la vasta obra de la orden fundada por Ignacio de Loyola, y posiblemente influenciada desde su formación por su familia, decide consagrarse a Dios. ¿Qué resortes de su corazón movilizó Dios que la llevaron a tomar semejante decisión? Aunque poco y casi nada se sabe de esa etapa de su vida, seguramente María Antonia fue "visitada" por el Señor, que la llamó para ser su discípula lo que la llevó a abandonar, en cierto sentido, su familia y su vida anterior para consagrarse a él. Más adelante, y ya con una fe probada dirá: "Yo no sé qué otra cosa mejor puedo hacer que ofrecerme ciegamente al Señor todos los días de mi vida para que haga en mí su santa voluntad". Fe, confianza en Dios, hasta el punto de ofrecerse ciega y diariamente a su providencia para que la vaya moldeando, le vaya señalando el camino por dónde quiere llevarla. El motor que la impulsa y el horizonte que le da sentido a su vida es la fe en Dios, Padre de Providencia. Ella misma dirá, en una carta a su amigo el Padre Gaspar Juárez (Jesuita exiliado en Europa) que fue Dios "quién la inspiró" para realizar los ejercicios de San Ignacio después de la expulsión de los Jesuitas. Jamás hay que olvidarse de esto, Mama Antula, como tantos otros "santos" pudieron llevar adelante una obra extraordinaria sólo porque Dios era la "razón de su vida", su voluntad el motor que impulsaba su espíritu, acrisolaba sus sueños y fortalecía sus desvelos. Todas las otras caras de su polifacética personalidad se unifican y encuentran su sentido en esta: "María Antonia es una mujer de fe, una mujer consagrada a Dios y a su infinita providencia".

De espiritualidad Jesuita

Ignacio de Loyola funda en España en 1538 la Compañía de Jesús. De origen militar, el fundador, transmitirá a la orden ciertos principios y valores propios de su profesión, que María Antonia vivirá y encarnará en tierras americanas. El Padre Astrain, jesuita e historiador, señala que San Ignacio creó una orden de guerreros de la fe, dispuestos a evangelizar y luchar contra las herejías. Y para mantener a los miembros de la Compañía en las virtudes más sólidas y perfectas organiza los ejercicios espirituales. A través de ellos, forma a sus discípulos en la absoluta abnegación de sí mismos, disponibilidad para el servicio que le otorguen los superiores, humildad para recibir las correcciones, castidad evangélica para vivir en el mundo, sin ser del mundo, y obediencia perfecta para dejarse guiar por los superiores. Sin dudas, el alma de María Antonia está impregnada de estos principios, aunque no siempre lograron contener sus actitudes de autonomía.

Fueron éstos, y no otros los principios que moldearon su conciencia, su vida y su obra. Su apertura para discernir la voluntad de Dios, la docilidad para ponerla en práctica, la tenacidad ante la incomprensión de muchos, especialmente de sus superiores, Obispo y Virrey, y la fortaleza ante las adversidades para cumplir la voluntad de Dios la describen como una heroína de la fe, una mujer fuerte, en una sociedad patriarcal, que supo luchar con las armas del evangelio denodadamente hasta alcanzar sus objetivos. Ella misma, nos deja esta preciosa frase que describe los rasgos de su personalidad: "La paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia". Esta actitud de perseverancia se nutre de la fe en Jesús, que aún en la adversidad, "no varía y se sostiene en quién la da".

A esta virtud que adorna su rica personalidad, tenemos que agregar su espíritu de abnegación, oración y penitencia. Desde el mismo momento de su consagración, renuncia a sí misma, a su propio bienestar y se dedica a servir a los demás, ayudando en la organización de los ejercicios espirituales y las obras de misericordia a los padres de la Compañía, y luego, después de la expulsión, asumiendo el protagonismo de continuar con la obra de los Jesuitas junto a un puñado de mujeres, recorriendo distantes lugares, desde el Norte Argentino hasta Córdoba, Buenos Aires y el Uruguay, caminando desprovista de pertenencias materiales, sólo con la presencia de su Señor, a Quién llevará "a todos los lugares que no es conocido para hacerlo conocer". Su espíritu de renuncia, su abnegado estilo de vida, y el sello austero de su espiritualidad la acompañarán a lo largo de su vida, para cumplir su misión, la de dar gloria a Dios y procurar la salvación de las mujeres, los hombres y niños de su tiempo.

El trato asiduo de la Madre Antula con el Señor, el tiempo que dedicaba a la oración y la reflexión del evangelio le ayudarán a discernir adecuadamente la voluntad de Dios que ella interpreta como "inspiraciones", la voz del Espíritu que la guía y acompaña en su caminar.

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