Francisco Pascacio Moreno: el perito, a secas (1ª parte) Francisco Pascacio Moreno: el perito, a secas (1ª parte)
La historia argentina está
jalonada por la vida de personajes
cuya biografía permite
describir a hombres y
mujeres que parecen llegados
del Renacimiento, ya que sus saberes y
sus ofi cios los convierten en seres capaces
de abarcar con la misma pericia muchos
aspectos de la inteligencia y el alma humana.
Este hecho le ha dado a nuestros
tiempos la posibilidad de disfrutar de un
país que en muchos aspectos logró con
rapidez metas que para otras sociedades
llevó siglos, y además permitió incorporar
el progreso a la vida cotidiana con mucha
facilidad. Más allá que algunos consideran
que esa circunstancia hizo que la voluntad
social, a veces, sea demasiado blanda, es
una buena oportunidad para reconocer a
esos pioneros y precursores esta serie que
comenzamos hoy, de artículos dedicados a
los genios argentinos.
Y sin duda, uno de los mayores personajes
de fi nes del siglo XIX y principios del
XX que hicieron de la Argentina un país
extraordinario fue Francisco Pascacio Moreno,
el perito para todas las generaciones,
cuya obra alcanzó una dimensión extraordinaria,
que pasó por sus servicios patrióticos,
sus logros científi cos, sus acciones
altruistas y su preocupación por sus conciudadanos,
desde la tierna infancia hasta
la vejez. Vayan estas líneas en homenaje a
un argentino que fue olvidado en su tiempo
y espera aún el reconocimiento nacional
que le corresponde.
NACIMIENTO
E INFANCIA
Francisco Pascacio nació en la esquina del Paseo Colón
y la actual calle Venezuela, en un edificio aún existente, en
el seno de la familia formada por Francisco Facundo Moreno
y Máxima Juana Twaites, el 31 de mayo de 1852, siendo
el segundo de los cinco hijos del matrimonio. Desde niño,
su pasión por la naturaleza hizo que el director del Museo
de Buenos Aires, el sabio alemán German Burmeister
se entrevistara con él y lo orientara en la búsqueda de lo
que Moreno llamará desde entonces “huesitos y piedritas”.
En los viajes a los campos familiares cercanos a
Chascomús, comenzó el niño Francisco a coleccionar
todo lo que encontraba a la orilla de arroyos y lagunas.
Burmeister bautizó en su honor “dasypus moreni” a una
especie de mulita no catalogada hasta ese momento.
A los quince años le pidió a su padre que le permitiera
armar su “museo” en la chacra familiar ubicada en
el sitio donde hoy se levanta el Instituto “Félix Bernasconi”
en el actual barrio porteño de Parque de los Patricios.
Construyó un pequeño pabellón que organizó con
un criterio muy moderno y al que invitaba a sus amigos
y a algunos personajes notables, como el caso de Domingo
Faustino Sarmiento, que lo estimuló a seguir en
ese camino. En junio de 1872 fue uno de los fundadores
de la Sociedad Científica Argentina y envió cráneos humanos
a París, con lo que entró en contacto con Alejandro
Broca, el gran científico del momento.
JUVENTUD:
EL EXPLORADOR
En 1873 emprende la primera de sus grandes expediciones
y parte rumbo al río Negro, viaje que repetirá
dos veces en los años siguientes. Los huesos humanos
que encontró despertaron tal interés en Europa que se
formaron equipos de investigación sobre los aborígenes
patagónicos. Exploró también el río Limay y llegó al lago
Nahuel Huapí, siendo el primero que lo hizo desde el
Atlántico. Allí fue capturado por el cacique Pichún, del
que escapó milagrosamente abrazado a un tronco por
las aguas del Limay a lo largo de 200 kilómetros.
En 1876 hizo su viaje más célebre al río Santa Cruz,
al que navegó hasta su nacimiento en el lago Argentino,
al que bautizó lo mismo que al cerro Fitz Roy y el lago
San Martín. Durante esa expedición lo atacó una puma,
que lo hirió y casi con gracia, bautizó “La Leona” al río
en cuya orilla se produjo el episodio. Hizo más de mil
kilómetros a caballo durante esta exploración y cuando,
luego de un largo periplo, llegó al Azul y abordó el tren,
escuchó que dos damas hablaban del “loco Moreno”,
ese científico que se perdió en la Patagonia. Moreno se
presentó, pero las dos mujeres no le creyeron por su aspecto
de largas barbas y cabellos, ropa sucia y sobre todo
su delgadez. Allí descubrió que había bajado 25 kilos
de peso y al mirarse al espejo, se asustó de sí mismo.
Fue recibido como un héroe a su arribo a Buenos Aires.
En estos viajes por la Patagonia organizó mentalmente
las tesis que debía utilizar la Argentina en su disputa territorial
con Chile para establecer los límites. A él se debe el
criterio de las altas cumbres divisorias de aguas, que permitieron
establecer el 90% de la tercera frontera más larga
del mundo, sin problemas entre las dos naciones. Hacia
1899 iba a ser convocado para resolver los temas pendientes
y fue nombrado “perito en límites”, título que marca su
más patriótica tarea.
Por esos años de 1870 comenzó una tarea impresionante:
a lo largo de dos décadas recorrió la cordillera de
los Andes desde el estrecho de Magallanes hasta la Puna
de Atacama. Para 1878 la Universidad Nacional de
Córdoba lo nombró “doctor honoris causa”, a sus veintiséis
años. Por entonces sus publicaciones no sólo eran
referencia en el país sino que eran demandadas en Europa.
Más adelante será nombrado miembro de la Academia
de Ciencias de la ciudad mediterránea.
MATRIMONIO
Y MUSEO DE LA PLATA
En 1877 el gobierno de la provincia de Buenos Aires crea
el Museo Arqueológico y Antropológico, y Francisco Moreno
es nombrado director, momento en el que dona todo el contenido
de su museo particular, consistente en 15.000 piezas
de valor científico. A partir de 1882, Moreno comienza a recorrer
el centro y el norte del país para armar la colección
de piezas vinculadas a las etnias precolombinas que poblaban
el territorio. Durante diez años realizó, junto a colaboradores
que se convertían en sus discípulos, más de cincuenta
exploraciones.
La fundación de la ciudad de La Plata el 19 de noviembre
de 1882 iba a ser la gran oportunidad para construir el edificio
que Moreno soñaba para el Museo de la Provincia. Entrevistó
al presidente Julio Argentino Roca y al gobernador Dardo
Rocha, hasta que logró que se autorizara la construcción
de un monumental edificio para el museo. En 1884 comenzó la
construcción del Museo de La Plata, primer museo de historia
natural en el mundo realizado según la teoría de la evolución.
El recorrido por sus salas está basado en la obra genial de
Charles Darwin, de quien Moreno pudo escuchar anécdotas
de parte de Francisco Muñiz, el primer paleontólogo argentino,
quien se había entrevistado con el sabio inglés y mantenía
correspondencia. Al inaugurarse el Museo de La Plata, hasta
hoy una de las grandes instituciones científicas de Sudamérica,
Francisco Moreno donó toda su biblioteca y el resto de sus
piezas fósiles. En esos días fue condecorado con la medalla
de oro de la Sociedad de Geografía de Francia.
El 11 de junio de 1885 se casó con María Ana Francisca Varela
Wright, en la iglesia de San Pedro Telmo, en Buenos Aires,
con quién tendrá siete hijos, seis varones y una mujer. Su
esposa era hija del periodista Florencio Varela, asesinado en
Montevideo en 1848, en tiempos del gobernador Juan Manuel
de Rosas. Será un matrimonio muy feliz, y Ana lo acompañó
en todas las tareas que Francisco emprendió. Durante un viaje
a Chile moriría la amada de Moreno, a los 28 años, en 1897.
Para Moreno dirigir el Museo de La Plata significó enfrentar
un dilema: la organización de uno de los museos científicos
más grandes del mundo era incompatible con las expediciones
que lo apasionaban. Decidió sacrificar sus ansias científicas
de campo para crear una institución sólida para la ciencia
argentina. El busto de mármol blanco que recibe a profesores,
estudiantes y visitantes en el vestíbulo del museo de la capital
bonaerense es testimonio de agradecimiento a esa decisión
patriótica que tomó el perito Francisco Pascacio Moreno.
(Continuará).