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EL LIBERAL . Santiago

Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (última parte)

15/10/2018 00:36 Santiago
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Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (última parte) Mama Antula, una santa para nuestro tiempo (última parte)

Encarnada en la Iglesia de su tiempo

La Iglesia del siglo XVIII no es la misma en sus

configuraciones teológicas, sociales y culturales

que la del presente. Sin embargo, los rasgos más

distintivos que la señalan como la Iglesia de Jesús,

la comunión y la misión, permanecen perpetuamente

en el tiempo. María Antonia fue una laica

inserta en la Iglesia de su tiempo. Vivió como

nadie la comunión, es decir, la unidad en la fe, en

la esperanza y en la caridad. Ya desde sus inicios,

su camino fue en comunidad, no aisladamente, el

“beaterio” supone una rica experiencia de vida comunitaria

junto a otras mujeres, que ansían servir

a Dios. Esta experiencia de comunión, para nada

la aísla del mundo y sus necesidades en un pequeño

gueto, sino que la nutre permitiéndole integrarse

en el servicio espiritual y solidario a toda la Iglesia,

de la que se siente parte junto a la Compañía

de Jesús en una primera etapa, y luego desde dinamismos

más universales a partir de la expulsión

de los hijos de San Ignacio de Loyola. Los mismos

ejercicios espirituales serán un signo de comunión

que traspasa los límites de la Iglesia proponiendo

un modelo de sociedad donde las personas

se allanan a su sola humanidad sin importar sus

orígenes y las clases sociales de pertenencia.

La Mama Antula tiene la capacidad de sumar a

su obra a los distintos sectores de la Iglesia, obispos

y sacerdotes, órdenes religiosas, laicos de

distintas procedencias geográficas y sociales, autoridades

gubernamentales e instituciones de la

sociedad civil de su tiempo, aun con contradicciones

y desavenencias, compartieron un ideal común,

que la Madre Antula supo proponer con la

única finalidad de acercar almas a Dios y mantener

el espíritu que los jesuitas esparcieron por estas

tierras americanas. La comunión no sólo es

solo una nota de tipo teologal y espiritual sino también

la configuración de un estilo de vida, un proyecto

de Iglesia y de sociedad. María Antonia contribuyó

con su obra a hacerla posible.

No hay auténtica comunión sin misión, como le

gusta decir al papa Francisco, la Iglesia debe vencer

la tentación de la auto referencialidad para

abrirse al mundo en el servicio al Reino de Dios. La

Mama Antula, en su tiempo, fue una adelantada en

poner en marcha este modelo de Iglesia peregrina

y misionera, llevando a Jesús, a través de la práctica

de los ejercicios ignacianos a distintos sitios

de nuestra patria, incluso del vecino país del Uruguay.

En su carta al Virrey Pedro de Cevallos en la

que le pide autorización para organizar los ejercicios

espirituales en Buenoss Aires, dice: “desde el

mismo año en que fueron expulsados los padres

Jesuitas, al ver la falta de ministros evangélicos y

de doctrina que había, y de medios de promoverla,

dejé mi retiro y me dediqué a salir, aunque mujer

y ruin, pero confiada en la Divina Providencia,

por jurisdicciones y partidos con venia de los señores

Obispos para colectar limosnas y mantener

los santos ejercicios del glorioso san Ignacio de

Loyola”. Este espíritu de salida nace de su amor

a Dios y de la necesidad, por la falta de ministros y

medios, para comunicar el mensaje del Evangelio

que posibilite la salvación de las almas. Los ejercicios

espirituales serán los medios adecuados para

proponer el Evangelio a las personas en orden a

su salvación y ella, en este afán, tendrá un rol único

e insustituible. El anhelo de que no quede nadie

sin conocer y amar a Dios: “Hacerle amar cuanto

es de amable por todas sus creaturas”, comienza

a plasmarse gracias a los ejercicios espirituales

y demás prácticas pastorales que Mama Antula

promueve para sostener la fe del pueblo, como

la introducción de la devoción a San Cayetano,

la celebración de misas en honor a los santos, en

especial a San Ignacio, a la adoración del Niño Jesús,

procesiones y otras expresiones sencillas de

religiosidad popular.

Por último, esta experiencia de Iglesia comunión

y misión se expresa en la tarea solidaria que

María Antonia realiza junto a sus beatas, rescata

a mujeres de la prostitución, organiza espacios

para educar a niñas pertenecientes a familias de

escasos recursos y ayuda con limosna y alimentos

a los hermanos más pobres. Por este accionar

misericordioso y solidario se la reconoce como

la “Mama”, la madre que protege y acompaña

a sus hijos.

Como conclusión, si bien señalamos al comienzo

que María Antonia tenía una personalidad

muy rica que plasmó en su obra, decimos

que sería injusto soslayar que antes que nada

fue una mujer de fe, peregrina y misionera al

servicio de los pobres, que puede ser propuesta

en estos tiempos como modelo de santidad encarnada

en los enclaves históricos de su pueblo.

Por eso, su vida testimonial tiene vigencia, y ha

encontrado, sobre todo en el pueblo santiagueño,

un lugar de devoción popular que ennoblece

aún más su figura.

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