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Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista

27/10/2018 22:00 Viceversa
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Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista

Una cuestión es hablar de escritura de la

mujer y otra distinta de literatura feminista. Ya

desde Atenas en el ágora se consagraba un

espacio al mismo tiempo real y altamente simbólico

dedicado a la mujer-madre. El Metroo,

templo dedicado a la madre, albergaba los archivos

públicos de Atenas. Así la madre monta

guardia sobre la memoria escrita de la democracia,

de las leyes, los decretos, los expedientes.

Se concibe a la mujer madre como

acarreadora de esa vocación de proteger la

memoria escrita de la ciudad.

Pero, ¿cuál es considerada la madre justa?

Aquella que se comporta según la diké, la

que inscribe la filiación, la que reproduce al

padre proporcionándole una copia exacta de

él. En definitiva, la que habilita la inscripción

del padre. El cuerpo femenino se convierte

en tabla de escritura para uso de los varones.

De ese modo se integra a la madre en el espacio

cívico.

La Modernidad trae otros cuerpos de mujeres

escritas en versiones escultóricas o pictóricas

como la Justicia o la Marianne de la

Revolución francesa, o más tarde la Madre en

los países del Cáucaso Sur. El caso de la Madre

Armenia, por ejemplo, es una estatua que

se erigió al estilo soviético en época post soviética

allí donde estaba emplazada la estatua

de Stalin. Debajo de ese monumento entre

combativo y tierno se encuentra el archivo

militar de la nación. De manera tal que es recurrente

encontrar ese lazo entre mujer y escritura

de la memoria.

Sin embargo, del amici de Cicerón a la fraternidad

francesa, la literatura política, la narración

legal constituyente de la nación está

en manos de los hermanos varones, discriminando

a la mujer a su condición de misterio,

de oscuridad y de sujeto no colectivo.

Ahora bien, la literatura feminista es aquella

que se edifica sobre los parámetros de

igualdad. No llamo literatura feminista a aquella

que porta esa denominación según el sujeto

de la escritura, sea varón, mujer o transgénero.

No distingo a la literatura feminista por

la temática o el objeto de la escritura: sobre

mujer- varón o transgénero. Llamo literatura

feminista a aquella que dispone condiciones

de igualdad. Una igualdad no de trato en el

interior de un libro, en su domesticidad, en el

apartado recluido del texto como escena antigua

de mujer en la intimidad de su hogar.

Llamo literatura feminista aquella que dispone

relaciones de igualdad en el exterior, entre

lector y texto. Aquella que no genera relaciones

jerárquicas ni autoritarias con quien

lee. Aquella que no impone su saber, la luz

de la razón de su conocimiento infantilizando

al lector, colocándolo en una posición de inferioridad

paternalista, protectora o cautelar.

Llamo literatura feminista aquella que no

le promete al lector un bienestar de proveedor

colonizante. La que desfamiliariza la tradición

canónica de las monoculturas del conocimiento.

Una literatura tal abandona la concepción

lineal del tiempo, conoce por intervención

y no por representación. Cambia la

ubicación geopolítica y corpo política del sujeto

que habla, desde donde habla y hacia quien

se habla. Las tecnologías de la escritura y los

circuitos de lectores proveen una clave física

a la circulación de significados y de poder.

Por ello traigo a una madre–mujer- mestiza

consitituida fuera del “verbum–dei”, mujer

que anuda la escritura con la escena erótica

y generacional de tal modo que construye un

pueblo y un continente de hijos guachos.

Mientras las respuestas de las mujeres de

la polis griega es el crimen, el ahorcamiento o

la súplica por un dictamen justo hecho por los

hombres. Malinche, como sujeto del discurso

descolonial es quien elige hablar, es la que traduce

y negocia con el colonizador. La madre

violada, la que fue calificada como traidora

por la voz del padre es la que habla en nuestra

lengua y , al escribir en criollo, en mestizo,

en americano hacemos honor a esa traductora.

Una literatura feminista es aquella que se

dice en una frontera de textos infectados, nada

puros (¿acaso violados?) aquella que rasga

el sentido occidental completo y siempre en

poder por un ritual etno-poético, fundacional,

nada limpio y constituye desde allí una tecnología

de lectura.

El ser textual no se edifica desde unos genitales

ausentes, si la palabra nación derivada

del latín natio hace referencia al nacimiento,

hay una elección estética en la literatura

feminista al buscar excitar la extranjería en el

lector. Porque eso significa Malintzin: la noble

mujer maya que formaba parte del harén

de esclavas de Moctezuma. Por eso, el término

“malinche” en nahuatl también se podría

aplicar a Cortés, porque también él era

un extranjero. Una literatura feminista se suma

a todo un proceso de transmisión y adquisición

de pautas culturales que cuestione la

lógica de claridad, estabilidad de signos y verdad

del sentido.

Si bien he trabajado con la voz de mujeres

en mis libros, así en el libro Juana I que, justamente,

se acaba de publicar en Chicago y

que presentaremos en la Universidad de Nueva

York y en la New Jersey College, o en el libro

que estoy escribiendo ahora mismo sobre

Milena Jesenská, aquella amada y traductora

de Kafka al checo; no son esos elementos

los que definen, a mi gusto, una literatura

feminista.

En el caso de Juana, el relato que evidencia

el contrato matrimonial y el amor romántico,

puede entenderse como una geografía

donde se dirime un poder, donde se distribuyen

relaciones de potencia e impotencia. Y es

en el cuerpo de la mujer donde se monta ese

campo de batalla entre el padre, el amado, el

hermano y el hijo. A la luz de la construcción

de un habla femenina, el concepto de “locura”

es revisitado. El libro se inicia con un verso

que dice “lo que yo necesito es una boca” y

ese verso se repite como un ritornello a lo largo

de todo el poema. A medida que la voz-mujer

toma espacio, ese término es re- significado,

el poder se resiente y reacciona y redobla

su violencia.

En el caso de Milena, el texto/poema está

organizado de manera polifónica dando el tono

a las voces no sólo de la periodista y escritora

Milena Jesenská, sino a la de su hija, su

nieta, su compañera de campo de concentración,

y también la voz del devenir de la historia

durante la caída del imperio austro- húngaro.

Decía que una literatura feminista es calificada

así desde mi mirada, no porque trabaje

voces de mujeres, sino porque establezco

con el lector una relación particular. Miro

al lector a la altura de sus ojos, como en el

amor; ni le indico posturas o modos, ni le aliviano

el decir caótico y apasionado. De manera

tal que, “Del vodka hecho con moras”, libro

cuya voz principal es un soldado muerto en la

guerra de Nagorno Karabagh, también entra

dentro de estos parámetros o bien, “Mar Negro”

donde una mujer decide inmolarse en el

Cáucaso.

Mis elecciones sobre obras a traducir siguen

el mismo esquema, el último libro traducido

del francés al español Los caballos Paradjanov

revela esa dispersión, esa atomización

no sólo en la poética del autor Denis Donikian,

sino también en el objeto en el que recae

el yo poético: la obra de Serguei Paradjanov.

Una iconografía hecha retazos que no

da a entender nada más que la sensación de

desmoronamiento, de exceso, de tumulto interior.

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