Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista
mujer y otra distinta de literatura feminista. Ya
desde Atenas en el ágora se consagraba un
espacio al mismo tiempo real y altamente simbólico
dedicado a la mujer-madre. El Metroo,
templo dedicado a la madre, albergaba los archivos
públicos de Atenas. Así la madre monta
guardia sobre la memoria escrita de la democracia,
de las leyes, los decretos, los expedientes.
Se concibe a la mujer madre como
acarreadora de esa vocación de proteger la
memoria escrita de la ciudad.
Pero, ¿cuál es considerada la madre justa?
Aquella que se comporta según la diké, la
que inscribe la filiación, la que reproduce al
padre proporcionándole una copia exacta de
él. En definitiva, la que habilita la inscripción
del padre. El cuerpo femenino se convierte
en tabla de escritura para uso de los varones.
De ese modo se integra a la madre en el espacio
cívico.
La Modernidad trae otros cuerpos de mujeres
escritas en versiones escultóricas o pictóricas
como la Justicia o la Marianne de la
Revolución francesa, o más tarde la Madre en
los países del Cáucaso Sur. El caso de la Madre
Armenia, por ejemplo, es una estatua que
se erigió al estilo soviético en época post soviética
allí donde estaba emplazada la estatua
de Stalin. Debajo de ese monumento entre
combativo y tierno se encuentra el archivo
militar de la nación. De manera tal que es recurrente
encontrar ese lazo entre mujer y escritura
de la memoria.
Sin embargo, del amici de Cicerón a la fraternidad
francesa, la literatura política, la narración
legal constituyente de la nación está
en manos de los hermanos varones, discriminando
a la mujer a su condición de misterio,
de oscuridad y de sujeto no colectivo.
Ahora bien, la literatura feminista es aquella
que se edifica sobre los parámetros de
igualdad. No llamo literatura feminista a aquella
que porta esa denominación según el sujeto
de la escritura, sea varón, mujer o transgénero.
No distingo a la literatura feminista por
la temática o el objeto de la escritura: sobre
mujer- varón o transgénero. Llamo literatura
feminista a aquella que dispone condiciones
de igualdad. Una igualdad no de trato en el
interior de un libro, en su domesticidad, en el
apartado recluido del texto como escena antigua
de mujer en la intimidad de su hogar.
Llamo literatura feminista aquella que dispone
relaciones de igualdad en el exterior, entre
lector y texto. Aquella que no genera relaciones
jerárquicas ni autoritarias con quien
lee. Aquella que no impone su saber, la luz
de la razón de su conocimiento infantilizando
al lector, colocándolo en una posición de inferioridad
paternalista, protectora o cautelar.
Llamo literatura feminista aquella que no
le promete al lector un bienestar de proveedor
colonizante. La que desfamiliariza la tradición
canónica de las monoculturas del conocimiento.
Una literatura tal abandona la concepción
lineal del tiempo, conoce por intervención
y no por representación. Cambia la
ubicación geopolítica y corpo política del sujeto
que habla, desde donde habla y hacia quien
se habla. Las tecnologías de la escritura y los
circuitos de lectores proveen una clave física
a la circulación de significados y de poder.
Por ello traigo a una madre–mujer- mestiza
consitituida fuera del “verbum–dei”, mujer
que anuda la escritura con la escena erótica
y generacional de tal modo que construye un
pueblo y un continente de hijos guachos.
Mientras las respuestas de las mujeres de
la polis griega es el crimen, el ahorcamiento o
la súplica por un dictamen justo hecho por los
hombres. Malinche, como sujeto del discurso
descolonial es quien elige hablar, es la que traduce
y negocia con el colonizador. La madre
violada, la que fue calificada como traidora
por la voz del padre es la que habla en nuestra
lengua y , al escribir en criollo, en mestizo,
en americano hacemos honor a esa traductora.
Una literatura feminista es aquella que se
dice en una frontera de textos infectados, nada
puros (¿acaso violados?) aquella que rasga
el sentido occidental completo y siempre en
poder por un ritual etno-poético, fundacional,
nada limpio y constituye desde allí una tecnología
de lectura.
El ser textual no se edifica desde unos genitales
ausentes, si la palabra nación derivada
del latín natio hace referencia al nacimiento,
hay una elección estética en la literatura
feminista al buscar excitar la extranjería en el
lector. Porque eso significa Malintzin: la noble
mujer maya que formaba parte del harén
de esclavas de Moctezuma. Por eso, el término
“malinche” en nahuatl también se podría
aplicar a Cortés, porque también él era
un extranjero. Una literatura feminista se suma
a todo un proceso de transmisión y adquisición
de pautas culturales que cuestione la
lógica de claridad, estabilidad de signos y verdad
del sentido.
Si bien he trabajado con la voz de mujeres
en mis libros, así en el libro Juana I que, justamente,
se acaba de publicar en Chicago y
que presentaremos en la Universidad de Nueva
York y en la New Jersey College, o en el libro
que estoy escribiendo ahora mismo sobre
Milena Jesenská, aquella amada y traductora
de Kafka al checo; no son esos elementos
los que definen, a mi gusto, una literatura
feminista.
En el caso de Juana, el relato que evidencia
el contrato matrimonial y el amor romántico,
puede entenderse como una geografía
donde se dirime un poder, donde se distribuyen
relaciones de potencia e impotencia. Y es
en el cuerpo de la mujer donde se monta ese
campo de batalla entre el padre, el amado, el
hermano y el hijo. A la luz de la construcción
de un habla femenina, el concepto de “locura”
es revisitado. El libro se inicia con un verso
que dice “lo que yo necesito es una boca” y
ese verso se repite como un ritornello a lo largo
de todo el poema. A medida que la voz-mujer
toma espacio, ese término es re- significado,
el poder se resiente y reacciona y redobla
su violencia.
En el caso de Milena, el texto/poema está
organizado de manera polifónica dando el tono
a las voces no sólo de la periodista y escritora
Milena Jesenská, sino a la de su hija, su
nieta, su compañera de campo de concentración,
y también la voz del devenir de la historia
durante la caída del imperio austro- húngaro.
Decía que una literatura feminista es calificada
así desde mi mirada, no porque trabaje
voces de mujeres, sino porque establezco
con el lector una relación particular. Miro
al lector a la altura de sus ojos, como en el
amor; ni le indico posturas o modos, ni le aliviano
el decir caótico y apasionado. De manera
tal que, “Del vodka hecho con moras”, libro
cuya voz principal es un soldado muerto en la
guerra de Nagorno Karabagh, también entra
dentro de estos parámetros o bien, “Mar Negro”
donde una mujer decide inmolarse en el
Cáucaso.
Mis elecciones sobre obras a traducir siguen
el mismo esquema, el último libro traducido
del francés al español Los caballos Paradjanov
revela esa dispersión, esa atomización
no sólo en la poética del autor Denis Donikian,
sino también en el objeto en el que recae
el yo poético: la obra de Serguei Paradjanov.
Una iconografía hecha retazos que no
da a entender nada más que la sensación de
desmoronamiento, de exceso, de tumulto interior.