Jesús, ten compasión de mí Jesús, ten compasión de mí
Ya al comienzo, Marcos
prepara la escena que
le da contexto al relato:
“Al salir de Jericó, acompañado
por sus discípulos
y de una muchedumbre
numerosa”. La idea
es ubicar esta curación
en el camino de Jesús a
Jerusalén, donde va a sufrir
la muerte.
Este hombre ciego,
representa a los miles de
hombres y mujeres que
en tiempos de Jesús sufrían
situaciones de exclusión,
de estigmatización
social, cultural
y religiosa. Abandonados
por la sociedad y por
Dios; imposibilitados de
vivir de su propio esfuerzo
y de profesar su fe en
el Dios de los padres.
Al salir de Jericó, un
ciego mendigo se entera
de que Jesús pasa por
allí y comienza a gritarle:
“Hijo de David, Jesús,
ten compasión de mí”. él
conoce a Jesús, ha escuchado
hablar de él y de
los signos que realizaba,
por eso su insistente grito
de súplica. Cree que
Jesús podrá aliviarle el
dolor, animarlo en la esperanza,
ayudarlo a retomar
el camino.
Sus insistentes gritos
de auxilio, a pesar de que
algunos quieren callarlo,
logran que Jesús lo
escuche y se detenga. El
maestro, ordena que lo
llamen. “¡ánimo, levántate¡
El te llama”. El ciego
arrojando su manto,
se puso de pie de un salto
y fue hacia él. Jesús le dijo:
“¿Qué quieres que haga
por ti?” El respondió:
que yo pueda ver. Jesús
le dijo: “Vete, tu fe te ha
salvado”.
“Enseguida comenzó
a ver y lo siguió por el camino”.
El encuentro con
Jesús y su gesto curativo
le devuelven la esperanza.
Ahora no estará más
condenado al aislamiento
y la soledad, ha recobrado
la libertad, puede
transitar por la vida
como un hombre libre y
digno. Ya no le hará falta
ir al templo para ser considerado
un israelita fiel,
ahora camina junto a Jesús
hacia la Pascua.
Conclusión
Hoy también hay miles
de hermanos en nuestra
sociedad argentina
que padecen hambre y
exclusión y se ven obligados
a pedir dádivas
siendo que les corresponde
por derecho acceder
a los bienes de la vida.
Muchos de ellos son
hombres y mujeres de fe
profunda, seguidores de
Jesús y miembros de su
Iglesia. A pesar de su sufrimiento
no le cierran el
corazón a Dios, todo lo
contrario, caminan junto
a Jesús cargando la cruz
de sus desdichas con la
esperanza de que el Reino
de amor y justicia se
instale finalmente entre
nosotros. Así como el
ciego de Jericó es modelo
de creyente no sólo por
su fe inquebrantable sino
además porque sigue
a Jesús hacia su Pascua,
de igual manera muchos
de estos hermanos pobres
son un ejemplo de
fe que renueva a la Iglesia
y la comprometen a
ser un signo profético de
justicia y equidad en el
hoy de nuestra historia.
Escuchar su clamor, estar
atentos a sus gritos
de súplica es parte insoslayable
de la misión de la
Iglesia, que como Jesús,
debe ser instrumento de
misericordia que sana,
salva y ayuda a recuperar
la dignidad perdida.
El compromiso de justicia
con los excluidos es
un signo creíble de pertenencia
y fidelidad a Jesús
y su Iglesia.
En esto se juega
su credibilidad
y su futuro.