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EL LIBERAL . Santiago

Francisco Salamone, el arquitecto de Las Pampas

10/11/2018 22:27 Santiago
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Francisco Salamone, el arquitecto de Las Pampas Francisco Salamone, el arquitecto de Las Pampas

La historia argentina está atravesada

por la influencia de la inmigración,

que alcanzó a millones

de habitantes del mundo

que llegaron a nuestras tierras

para forjar un futuro más

promisorio que el que le brindaban

sus viejas naciones, dando así cumplimiento

real al mandato constitucional que el Preámbulo

de la Carta Magna de 1853 ofrecía al universo.

Y esa circunstancia tan característica de la identidad

argentina es tan fundacional que para

nuestro lenguaje solo existen los “inmigrantes”

cuando en el resto del orbe

se habla de “migrantes”, es decir

que pueden ir o pueden venir.

Este fenómeno poblacional

único, que llegó a significar que

cuatro de cada diez habitantes

de nuestro país fueran extranjeros,

brindó una riqueza de diversidad,

de universalidad, de

matices y de marcas que permitieron

la creación de una cultura

tan extraordinaria, que se manifiesta

en las relaciones sociales, en

el arte, en la ciencia y en todas las expresiones

que hacen a una sociedad. Y

el personaje que hoy protagoniza estas líneas

es, sin duda, una de esos frutos maravillosos

de la Argentina abierta al mundo y generosa en su

abrazar a todos.

INFANCIA, FORMACIóN Y

FAMILIA

Francisco Salamone es uno de los cuatro hijos

de Salvatore y Antonia D’Anna. Salvatore era un

constructor de Leonforte, en el centro de la isla de

Sicilia, en Italia, que a principios del siglo XX, decide

pensar un horizonte más próspero para su familia

y emprende con ellos un viaje hacia el sur de

América. Su hijo Francisco nace el 5 de julio de

1897 y en 1903 llega a Buenos Aires. Se instalan

en un populoso barrio, donde los niños asisten a la

escuela pública y Francisco decide seguir los pasos

de su padre, ingresando a la Escuela Industrial de

la Nación (hoy llamada Otto Krause) donde recibe

el título de maestro mayor de obras.

Francisco, desde su infancia, mostró un interés

muy grande por el arte y por los avances del

progreso humano, y en su adolescencia se fanatizó

con el cine. Se cuenta que solía caminar rumbo

a sus estudios para ahorrar los diez centavos del

tranvía y poder así ver todos los estrenos que las

novedosas salas de cinematógrafo acercaban a los

porteños. En la década de 1910 nacerá su admiración

por las estrellas del cine y varias películas de

los años ’20 serán claves en su desarrollo profesional.

Sin duda, la influencia de “Metrópolis”, la película

del alemán Fritz Lang, una de las joyas

de la historia del cine, es evidente en la

acción arquitectónica de Salamone.

Decide estudiar arquitectura e

ingeniería, para lo cual se traslada

a la ciudad de Córdoba,

donde recibe el título de ingeniero

civil a los 22 años y

de ingeniero arquitecto a los

25. Esta doble visión profesional

le va a permitir convertirse

en un audaz proyectista

y un eximio artista en

las obras que hoy constituyen

un patrimonio edificado único

en el país.

En 1928, a los 31 años, se casa

con Adolfina Croft, a quien llamará

toda su vida “Pina”, la hija de un cónsul

austríaco, con quien tendrá cuatro hijos: Roberto,

Ana María, Stella Maris y Ricardo. Las características

geniales de Salamone no harían fácil

la vida familiar, y hacia el final de su vida, prácticamente

vivirá solo, al tiempo que su esposa se

instala en la ciudad de Mar del Plata.

ARQUITECTURA

INGENIERIL

Salamone se caracterizó por su facilidad en establecer

relaciones sociales que le facilitaron su

desarrollo personal y profesional. Además, su condición

de gran empresario le permitió amasar una

considerable fortuna, que le permitió brindar a su

familia un nivel de vida muy acomodado. Por caso,

cada uno de sus hijos tuvo una institutriz y vivieron

muchos años en un palacete de la calle Montevideo,

en Buenos Aires, donde además tenía su estudio

profesional. Salamone fue socio del Jockey

Club, y entre sus amigos se contaban Arturo Capdevila

y Leopoldo Marechal, quien sin duda en su

homenaje habla en sus obras del “ángel Gris”, que

remite a una de las grandes esculturas de Salamone,

el portal del cementerio de Azul.

Salamone descubrió en el hormigón armado, la

“piedra líquida”, el instrumento que le iba a permitir

las construcciones que soñaba. Además, su

inquietud progresista lo hizo poseedor de las habilidades

de la modernidad. Por ejemplo, comenzó

a utilizar masivamente la construcción modular

con piezas premoldeadas de hormigón. Sus primeras

experimentaciones las hace en Villa María,

Córdoba, donde la plaza “Centenario” es una joya,

lo mismo que el edificio del matadero municipal,

cuyo diseño es aún hoy moderno, convertido en un

centro universitario.

Pero lo que hace de Salamone uno de los más

grandes arquitectos de la historia argentina es

la obra que realizó en la provincia de Buenos Aires

entre 1936 y 1940. En el marco de un plan de

obras públicas fomentado por el gobernador Manuel

Fresco, Salamone, en una alianza comercial

con el empresario Alfredo Fortabat que le permitía

disponer de cemento a discreción y a un precio

adecuado, el arquitecto proyectó, diseñó, dirigió y

terminó unas cien obras, entre las que se cuentan

once palacios municipales, quince delegaciones

municipales, veinte mataderos, siete cementerios,

plazas, ramblas, hospitales, escuelas, mercados y

portales de parques que aún hoy, siguen gallardamente

en pie y brindado los servicios para los que

fueron pensados. Salvo los mataderos, que por las

disposiciones sanitarias debieron ser cerrados, el

resto lucen en muy buenas condiciones.

Todos sus proyectos fueron audaces, funcionales

y sobre todo, construidos en una calidad extraordinaria.

Sus dotes de ingeniero fundidas en

sus dotes de arquitecto, su sensibilidad artística

y su innovación profesional le permitieron ser

un constructor y urbanista genial. Diseñó no sólo

los edificios, sino su mobiliario, y elegía personalmente

cada uno de los elementos necesarios, como

baldosas, artefactos de iluminación y las plantas

y árboles de sus parquizaciones. Para visitar

sus obras, distribuidas a lo largo y ancho de la provincia

de Buenos Aires, adquirió una avioneta y

aprendió a volar, y en 1938 se convirtió en el piloto

con más horas de vuelo en el continente americano.

En una suerte de homenaje a sus admirados actores

de cine, siempre usaba anteojos negros, como

las estrellas de Hollywood. En el cementerio

de Azul, sin duda, uno puede imaginar el sentido

escenográfico de las películas de los años ’30,

tan emparentadas a través del moderno art decó.

El estilo de sus obras transita por la vanguardia, el

futurismo italiano, las variantes del art decó, y sin

duda no está sujeto a ninguna norma. Salamone es

un creador que supo tomar de la tradición arquitectónica

los elementos que le permitieron ser un

modernista.

En la década de 1940, le hacen un juicio por defectos

en una obra de pavimentación en Tucumán.

Se autoexilia en Piriápolis ante el riesgo de sufrir

la cárcel. Es absuelto y lo indemnizan con mucho

dinero, pero su carácter se quiebra y pierde su ángel

constructivo. Realiza unas pocas construcciones

y se sume en una depresión, a la que no es ajena

su afición al juego y todo contribuye a su soledad

y su aislamiento.

MUERTE, OLVIDO Y

HOMENAJES

Muere solo el 8 de agosto de 1959, luego de sufrir

una serie de infartos cardíacos. Es muy impresionante

que su gran amigo, por entonces arzobispo de Buenos

Aires, monseñor Fermín Lafitte, a quien había conocido

durante sus años en Córdoba, muere en la misma

ciudad, el mismo día y a la misma hora. Fue sepultado

en una bóveda prestada por un amigo en el Cementerio

de la Recoleta, y varios años después sus restos fueron

trasladados a un cementerio privado, en el que su tumba

contiene un error inexplicable: la lápida dice “Francisco

Salomone”. Está mal escrito su apellido.

Olvidado durante casi medio siglo, las investigaciones

de arquitectos como René Longoni, Juan Carlos Molteni,

Alejandro Carrafanq, Carlos Pernaud, Alejandro Novacoski,

Felicidad París, Jorge Bozzano y Nani Arias, mantuvieron

su obra en la memoria, y desde 2009, ha sido reconocido

con calles y plazas con su nombre, estudios y documentales,

y sobre todo en 2014, en un hecho auspicioso

para el patrimonio argentino, prácticamente toda su obra

bonaerense ha sido declarada monumento histórico y artístico

a nivel nacional, siendo la primera vez que tiene ese

reconocimiento la obra de un autor en mérito al conjunto y

no solo cada pieza por sí.

Recorrer su obra por Buenos Aires, Córdoba, Santa

Fe y Entre Ríos es acercarnos a construcciones geniales,

originales y conmovedoras que hacen merecedor del título

de “arquitecto de las pampas” al inmigrante siciliano

Francisco Salamone, un fruto dilecto de la mejor Argentina.

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