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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangel io según San Lucas (21,20-28)

29/11/2018 01:49 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangel io según San Lucas (21,20-28) Lectura del Santo Evangel io según San Lucas (21,20-28)

En aquel tiempo, dijo Jesús

a sus discípulos: “Cuando

veáis a Jerusalén sitiada por

ejércitos, sabed que entonces

está cerca su destrucción.

Entonces los que estén en

Judea, que huyan a los montes;

los que estén en medio

de Jerusalén, que se alejen;

los que estén en los campos,

que no entren en ella; porque

estos son “días de venganza”

para que se cumpla todo lo

que está escrito.

¡Ay de las que estén encintas

o criando en aquellos días!

Porque habrá una gran

calamidad en esta tierra y un

castigo para este pueblo.

“Caerán a filo de espada”,

los llevarán cautivos “a

todas las naciones”, y “Jerusalén

será pisoteada por

gentiles”, hasta que alcancen

su plenitud los tiempos

de los gentiles.

Habrá signos en el sol y

la luna y las estrellas, y en la

tierra angustia de las gentes,

perplejas por el estruendo

del mar y el oleaje, desfalleciendo

los hombres por

el miedo y la ansiedad ante

lo que se le viene encima al

mundo, pues las potencias

del cielo serán sacudidas.

Entonces verán al Hijo

del hombre venir en una nube,

con gran poder y gloria.

Cuando empiece a suceder

esto, levantaos, alzad la

cabeza; se acerca vuestra liberación”.

Comentario

Juan pide gritar a pleno

pulmón junto a la muchedumbre

que canta: “Aleluya,

la victoria, la gloria y el

poder pertenecen a nuestro

Dios”.

Para cantar es preciso

tener el corazón reconciliado

y en armonía con todo

lo creado. Hay dos formas

de vivir, pero sólo una

para quien canta la belleza

de Dios. Valga la explicación

con la siguiente historia.

“Había dos hombres en

un pueblo y uno siempre estaba

en los lugares públicos

y siempre estaba calumniando

a sus vecinos y levantando

testimonios falsos de sus

hermanos del pueblo, y nada

más llegar algo a sus oídos lo

agrandaba diez veces cuando

salía de su boca, y nada

más saber algo que dejaba

mal a alguien, decía: ya lo

sabía... si esto no podía salir

bien... Y siempre estaba colérico

y los días eran amargos

para él y las noches eran

tristes.

S ó l o l e e s c u c h a b a n

aquellos que en sus corazones

eran iguales que él, y

entre ellos se justificaban y

no echaban en ver sus torpezas.

Y había otro que todas

las mañanas se sentaba en

la plaza pública y sonreía a

todos y a todos les daba ánimo,

y a todos sus hermanos

que le pedían ayuda los socorría

con el corazón y no

pedía nada a cambio.

Y cuando se enteraba de

algún problema iba y, en silencio,

pedía por el que lo tenía

para que le vinieran fuerzas

y los trascendiera. Y su

rostro se llenaba de virtud

cuando estas cosas hacía.

Y cuando le preguntaban de

qué parte sacaba tanta felicidad,

él respondía: Cuando levanto

mi cuerpo por la noche,

no debo nada al día por venir.

Cada día me trae lo que

necesito y se lleva lo que no

necesito. Cuando mi mente

quiere volar, me monto en

ella, pero nunca la dejo ir sola:

éste es el secreto”.

El salmo 99 despierta el

gozoso recuerdo de nuestro

origen: “Sabed que el Señor

es Dios: que él nos hizo y somos

suyos, su pueblo y ovejas

de su rebaño”, y la promesa

de Dios con nosotros: “El

Señor es bueno, su misericordia

es eterna, su fidelidad

por todas las edades”.

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