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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11)

02/12/2018 20:50 El Evangelio
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En aquel

tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún,

un centurión se le acercó

rogándole: “Señor, tengo en casa

un criado que está en cama paralítico

y sufre mucho”.

Le contestó: “Voy yo a

curarlo”.

Pero el centurión le replicó:

“Señor, no soy digno

de que entres bajo mi techo.

Basta que lo digas de palabra,

y mi criado quedará sano.

Porque yo también vivo

bajo disciplina y tengo soldados

a mis órdenes; y le digo

a uno: “Ve”, y va; al otro:

“Ven”, y viene; a mi criado:

“Haz esto”, y lo hace”.

Al oírlo, Jesús quedó admirado

y dijo a los que le seguían:

“En verdad os digo que

en Israel no he encontrado en

nadie tanta fe. Os digo que

vendrán muchos de oriente y

occidente y se sentarán con

Abrahán, Isaac y Jacob en el

reino de los cielos”.

Comentario

La primera semana de

Adviento y parte de la segunda

constituyen el ciclo de

Isaías (presente, por lo demás,

durante todo este tiempo

litúrgico): el ciclo de la

promesa mesiánica, que se

cumple en Jesús, como nos

recuerda cada día el texto

evangélico.

El primer rasgo de esta

promesa mesiánica es su

universalidad. Aunque se haga

a Israel, no se trata de

una afirmación de exclusividad

nacional o religiosa.

La visión que afirma el

monte del Señor y la ciudad

santa, lo contempla como un

punto de confluencia de todos

los pueblos y naciones,

que encontrarán en el cumplimiento

de la promesa el

camino de la paz, el fin de las

enemistades.

¿Significa esto que para

acceder a la salvación del

Dios de Israel es necesario

convertirse en judío? Algo de

esto (un resto de nacionalismo)

hay en el universalismo

mesiánico de los profetas.

En Jesús se cumplen plenamente

las antiguas promesas,

pero en gran parte

de modo distinto a como lo

imaginaron los profetas y lo

esperaban sus contemporáneos.

Dios no se deja atrapar

por nuestros esquemas, los

supera siempre.

Así, en lo que hace al universalismo

de la promesa

mesiánica, vemos hoy que

no queda resto alguno de nacionalismo

o de sometimiento

de las otras naciones al

pueblo elegido.

El centurión romano es

un enemigo de Israel, un

ocupante, representante de

una fuerza poderosa y arrogante.

Pero tanto en sus entrañas

de misericordia hacia

el criado enfermo, como en

su actitud humilde ante Cristo

(“no soy digno”), que reconoce

su propia impotencia

y confiesa su confianza

en el poder de Jesús, se está

cumpliendo la profecía de

Isaías: se convierte en representante

de esos pueblos

que confluyen a Jerusalén,

y que están forjando arados

de las espadas, de las lanzas

podaderas.

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