Veneraban a San Gil, el Nacimiento, al Señor del Buen Camino y a Nuestra Sra. de La Merced Veneraban a San Gil, el Nacimiento, al Señor del Buen Camino y a Nuestra Sra. de La Merced
Para sentirse cerca de Dios, el hombre siempre quiso hacer figura
de algo en qué creer. Las devociones a los santos o a la Virgen en sus
diversas advocaciones en casas de familias loretanas son muestras
de una fuerte fe transmitida por generaciones.
En esta ciudad histórica hay diversas familias que son fieles custodias
de este tesoro que hace a la religiosidad popular en sus imágenes
de bulto y de vestir. Y en su momento tuvieron el acompañamiento
de todo un pueblo creyente y peregrino.
San Gil.
De acuerdo con datos de antiguos, su imagen
data de hace aproximadamente 250 a 300 años. La figura de 40 cm
fue heredada de generaciones anteriores, que supieron mantener y
propagar la devoción. Su última depositaria fue la señora Teresa Herrera
de Pérez, quien la recibió de su madre Sara Herrera.
Esta señora
llegó a la ciudad desde el interior loretano, en una fecha que no se pudo
precisar, y se instaló en el barrio Remanso.
En su domicilio se celebraba anualmente la fiesta de San Gil. Se
rezaba una novena que consistía en rosarios, en compañía del resto
de su familia, vecinos y promesantes que se llegaban a la casa ubicada
en la intersección de las calles Moreno y Güemes.
ésta se colmaba
de fieles que luego de tomar gracia, encender velas y obsequiar sus
ofrendas, se preparaban para la procesión que, entre cánticos, vivas
y el estruendo de bombas, recorría las calles aledañas.
Nacimiento del Niño Dios.
Era una
celebración que se realizaba en el domicilio de la señora Mercedes de
Acuña, en el barrio Remanso sobre la calle Mitre y Güemes. Cada nacimiento
era motivo de alegría entre los niños que se preparaban para
representar a María, José, los pastores, Reyes Magos y ángeles que
entonaban los tradicionales villancicos.
Por aquella época este barrio
se caracterizaba por las fincas con frutales, lo que hacía posible que
luego del momento emocionante de la adoración del Niño Dios, se distribuyera
entre los presentes una variedad de frutas frescas.
Señor del Buen Camino
Fue propiedad de doña Emerenciana Herrera. Se trata de una imagen
histórica que pasó de generación en generación, al igual que muchas
que se encuentran en esta ciudad y en el interior de nuestro departamento.
Historias esconde mi pueblo que necesitan conocerse.
En el populoso barrio El Remanso pude conocer y conversar con quienes
en su momento fueron testigos de tan sentidos momentos.
Mercedes de Acuña, (84), me regaló
su fecunda memoria. Junto a su hijo
Roque me trasmitieron muy gentilmente
lo que experimentaron durante sus
vidas.
En el domicilio de su madre existe
un espacio preparado por su padre al
que llamaban “la salita”. En este lugar, en
el mes de diciembre se preparaba y decoraba
para recibir la imagen de Nuestra Señora de Loreto. Por la noche
se la velaba y al otro día en compañía de los vecinos se la llevaba
en procesión a su santuario.
Nuestra Sra. de la Merced, de
la familia Coria.
Esta devoción mariana tiene
sus orígenes en la Villa Loreto. Según cuentan los descendientes de
los primeros dueños de la pequeña imagen, ésta fue propiedad de don
Ignacio Coria y de doña María Antonia Juárez
En el Loreto viejo se reverenciaba la tierna imagen de María redentora
de cautivos. Doña Norma Villarreal me transmitió lo que sus abuelos le
contaron.
Por aquellos tiempos la imagen fue cubierta con cueros y escondida
en la espesura del monte para ser preservada de los nativos del
lugar y de personas con algún cargo público que querían suspender las
festividades que se realizaban cada 24 de septiembre, porque en estos
encuentros de fe también sucedían hechos de violencia.
Ya en Villa San Martín, las generaciones siguientes de esta familia
continuaron con la devoción a la Virgen. Establecidos en el margen del
río Nambi, año tras año el patio de la familia se vestía de fiesta.
En los
primeros minutos del 24 se realizaba la procesión. Juliana Coronel se
hace cargo de esta celebración. Reunía a toda su familia y junto con
los vecinos se congregaban “costeando la loma”. Caminaban entre rezos,
cantos y vivas e iluminados con velas que se fabricaban con sebo
y utilizando el tronco del cardón para sostenerlas.
Siempre animados
por la abuela Juliana, como cariñosamente la llamaban. Además
de dedicarse a los aspectos de la fe, también curaba a través de remedios
caseros.
Luego la familia se trasladó al barrio El Polígono, donde continuó con
esta devoción familiar. En las esquinas de Saavedra y Gumersindo Sayago
se construyó la gruta, para que sea visitada la Virgen.
En la actualidad,
previo al día de la Patrona se reza la novena. Y en algunas ocasiones,
durante la fecha central se celebra misa, pero ya no como en tiempos
pasados cuando se realizaban grandes muestras de veneración.
Nuestra Sra. de la Merced, de
la familia Ibarra.
Otra devoción que congrega
a los loretanos y en la que se manifiestan innumerables muestras de
fe es la de la imagen histórica de Nuestra Señora de la Merced, de la
familia Ibarra.
La profesora Nilda Elizabeth Ibarra me relató lo que en su niñez y
luego lo que sus abuelos le contaran acerca de esta expresión de fe
hacia la Madre de Dios. Don Amancio Ibarra y doña Ventura González,
sus abuelos, eran quienes en épocas pasadas realizaban la festividad
de la Virgen cada 24 de septiembre.
Todos los vecinos se congregaban en su domicilio para pedir favores
y agradecer las bendiciones recibidas.
Al mismo tiempo celebraban
dicho momento encendiendo velas, colocando flores y tocando
su imagen para sentirse bendecidos. Con el paso del tiempo, la señora
María Rosa Ibarra asume la responsabilidad de recordar el día de
la Virgen.
Los rezos del rosario en los días de la novena anticipaban la
festividad del día 24. Una clara demostración de fe se observaba el
día central. La concurrida procesión por las calles del antiguo Loreto
así lo manifestaba. Entre oraciones, cantos y vivas, en sus andas
adornada con flores, la pequeña imagen era transportada por cuantos
devotos quisieran cargarla mientras duraba el recorrido.
Finalizado el momento religioso, se preparaba el homenaje en el
que los hermanos Carrizo eran infaltables concurrentes a esta celebración.
Y al son del bandoneón, don Segundo “Rubio” Ibarra ejecutaba
tradicionales melodías del cancionero folclórico provincial.